lunes, 9 de noviembre de 2009

Opinando y confesando


Mientras espero que los libreros y las editoriales me deslumbren con novedades dignas de elogio, me he decidido por comenzar la semana con una pequeña reflexión sobre los lectores, y no precisamente sobre los míos, sino sobre los lectores adolescentes.
De lectores con acné actuales, algo sé. .. Por mi trabajo, por confesiones de algún allegado y porque yo mismo he sido adolescente hasta bien poco (déjenme sentirme joven pese a los achaques, en parte, todos los que amamos las letras para niños y jóvenes poseemos una edad mental que no se corresponde con la que nos golpea el carné de identidad).
Desde bien pequeño fui un lector insaciable, tanto, que empecé a leer a los tres años gracias al empeño una maestra de guardería de origen alemán…, pero algo cambió a la entrada del instituto: dejé de leer, mi voracidad por la palabra impresa se quedó dormida. Así, de repente, no leía ni los folletos de Simago. Claro está que me dedicaba a otras lides menos decorosas: callejear, deambular, tontear, parlotear, trotar y fumar. Leía por deber, nunca por querer. Obligado por mis profesores, obligado por las cantinelas de mi padre, leía sin saber para qué… Así vivía yo en mi nube lectora de poca chicha y mucho tedio hasta que, de nuevo, surgido de un recóndito lugar de mis necesidades, retornó a florecer ese perdido apetito. Eso sí, no crean que regresó tan voraz como se marchó. Volvió quieto, pequeñito, desinflado…, nada que no pudieran arreglar dos viajes en metro diarios de unos cincuenta minutos y una biblioteca de adopción.
Ahora me extraño, nos extrañamos, de esos lectores que dormitan bajo pantalones de talla inimaginables, gorras, zapatillas de última generación y afición por los botellones, pero lo cierto es que esos lectores, más que sesteando, se encuentran perdidos, desorientados. La lectura, como otra actividad más del ser humano, está condicionada por muchos factores, por ejemplo el fisiológico, el emocional o el psicológico. Si a ello unimos que los jóvenes se encuentran en una fase de la vida en la que pocas cosas son susceptibles de llamar su atención, la lectura pasará igual de desapercibida que el aleteo de una mosca.
Puede que la clave para que regresen esos lectores, los que se pierden en el laberinto de la adolescencia, esté en dejarlos en paz mientras las hormonas estén en pleno ajetreo… O quizá el secreto esté en leerles en voz alta Peter Pan y Wendy… ¿quién sabe?

Ilustración: Sophie Blackall (Más información en http://librosfera.blogspot.com/)
Banda sonora original: Wo willst du hin?. Xavier Naido. MTV Unplugged.

3 comentarios:

Alma Errante dijo...

Hombre, yo tengo trece años y mis más de ochenta libros al año no me los saca nadie. Y es raro, porque ahora, en la adolescencia, leo mucho más que cuando era pequeña; se convirtió de pronto en una necesidad física y psicológica.

Pero no puedo hablar en nombre de todos los adolescentes, porque bien se sabe que sólo un 10% son como yo. Eso es algo que detesto, porque al acabar de leer un libro tienes unas ganas terribles de comentarlo...y no hay nadie para hacerlo.
Y hasta algunos compañeros te miran mal al verte con un libro de más de doscientas páginas en la mano.

En fin, que sigo sin comprender ese desinterés por la lectura.

Saludos!^^

Negrevernis dijo...

Alma Errante, qué suerte la tuya el pertenecer a ese 10%

Creo que en el tema de la lectura hay mucho de preocupación de los de alrededor, primero, como la de esa maetra que comentas o la de padres y madres como yo que nos empeñamos en que un libro es una inversión y que un cuento nocturno para un niño es un tiempo ganado.

No sé cuál es la receta para hacer regresar a perdidos lectores, pero el que la encuentre, que la pase, por favor.

Saludos.

Anónimo dijo...

Toíta la razón. Yo he leído mucho desde pequeña, pero sí pasé unos tres años de laguna. ¿Quién me rescató? Harry Potter. No es milagroso el chico, pero tiene su encanto y aporta ilusión.Saluditos, Miriam