miércoles, 29 de septiembre de 2010

Derechos, libertades, huelgas generales y otras historias un poco raras


Para David, que vive en pura gangrena.
Con certeza a más de uno/a (sobre todo a todos aquellos que viven en grandes urbes) le hubiese encantado enganchar del cuello a algún liberado sindical y apretar su gaznate hasta verlo morir de asfixia… Pero como se supone que somos personas civilizadas (repito: se supone) y vivimos en una social-democracia en la que la solidaridad es la piedra angular para que cualquiera, con la mínima excusa, nos dé por el culo, no hay que alarmarse ni desenterrar el tomahawk, que todos somos ¿hermanos?
Altercados varios y piquetes aparte, todavía sigo buscando alguna mente lúcida que me explique contra quien va dirigida esta huelga un tanto tardía y a la desesperada… Tras mucho pensar (fíjense en lo que dan de sí los cuarenta y cinco minutos de viaje hasta el puesto de trabajo) he llegado a la conclusión de que este levantamiento sindical (calificarlo de obrero ya sería decir demasiado) se ha urdido en contra de los que trabajamos o al menos lo intentamos. Lo siento en el caso de que ofenda su sensibilidad, pero manda pelotas que el derecho de unos atente con la libertad de otros, sobre todo si ambas están amparadas por la carta magna, por lo que lo más necesario en todo este tinglao es un buen abogado laboralista, no sólo para luchar por un salario justo y digno, no sólo para enfrentarse al despotismo empresarial, no sólo para compaginar la vida laboral con nuestras otras vidas, sino para arrollar a los farsantes que se hacen llamar libertadores, para hacer evidente que, si uno no se preocupa por la calidad de su propio trabajo, nadie, se haga llamar Estado, se haga llamar sindicato, se haga llamar esbirro, lo hará.
Y tras desplumar esta gallina tan suculenta que hoy nos ha traído la actualidad, sólo me queda decirles que el aquí firmante, de lo único que tiene buena gana es de jubilarse, dar por finalizada la vida laboral y escuchar otras Historias un poco raras de una sola imagen que no dan para tanta cábala, como esas que Pilar Roca ha recopilado y publicado en la editorial Mil y un cuentos-M1C.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Otoñales


De súbito y por fiel mandato del calendario, ha arribado el tan poco esperado otoño, ese que arremolina las hojas en los soportales y bufa a través de las rendijas.
La verdad es que se veía venir que las estaciones de este año iban a ser muy académicas, casi de libro, cosa rara en los países mediterráneos, donde, por cuestiones de demasiado sol y poca lluvia, nos conformamos con dos: el invierno y el verano. En cualquier caso se agradece semejante transición meteorológica, porque cuando el invierno nos asusta de golpe y porrazo, la nariz se torna inerte y los riñones crujen de frío... Me conformaré con ver brotar de la tierra el azafrán que de color nazareno tiñe los campos y llenarme el buche de los hongos más variopintos (a ver si este año hay más suerte con los alumnos y se pierden entre los pinares con tal de agradecerle a este humilde maestro las lecciones que imparte…).
Y para empezar esta temporada de musgo y árboles desnudos, de lluvia y bombillas tempranas, les sugiero un título que se me antoja muy otoñal, La leyenda de Sleepy Hollow, de Washington Irving (si he de recomendar alguna edición me decanto por la de la editorial Alba, un alarde de exquisitez si atendemos a las ilustraciones de Arthur Rackman), una de esas historias sencillas con bastante misterio que han arraigado en la cultura popular, sobre todo norteamericana. Y se preguntarán: “¿Por qué otoñal?” Reside en el ideario colectivo esa premisa de que el miedo, la tensión y otros tembleques, han de ambientarse con carámbanos, temperaturas bajo cero y nieve para parar un tren, cuestión creo que debida a Hollywood y sus producciones. Pero, si tuviera que elegir una ubicación climática para cualquier historia truculenta, me decidiría por las lluvias constantes del otoño, la luz apagada del otoño, la desnudez de los bosques en otoño, la fuerza del viento en otoño, el barro en otoño y la soledad del otoño. ¿Y ustedes? ¿Qué eligen?

viernes, 24 de septiembre de 2010

Oda librera


Y como primer viernes del curso librero que nos ocupa, ¡qué mejor que una oda al mundo de las páginas! ¡Feliz fin de semana! Descansen, que ya me encargaré yo de machacar el cuerpo…

En el mundo de los libros,
puedes vivir muchas vidas
y ser alguien muy distinto.

En el mundo de los libros,
lo que se cuenta es verdad
aunque no haya sucedido.

En el mundo de los libros,
hay ciudades invisibles
donde ves lo nunca visto.

En el mundo de los libros,
ayer puede ser mañana
y el futuro ser hoy mismo.

En el mundo de los libros,
se atraviesan los espejos,
cualquier límite prohibido.

En el mundo de los libros,
todos los libros del mundo
llevan dentro un sueño escrito.

Juan Carlos Martín Ramos.
En el mundo de los libros.
En: La alfombra mágica.
Ilustraciones de Cristina Müller.
2010. Madrid: Anaya.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Reencontrarse


Son Torremolinos, Gandia, El Puerto de Santa María, Sitges o Benidorm, abanderadas de primer orden de las costas españolas, cosa que los veraneantes agradecen a manos llenas (de billetes, se sobreentiende…), pero como el que aquí se expresa es hombre de secano, casi un melón de piel de sapo, se encerriza en elegir Madrid como destino de sol y ¿playa? (¿Quién dijo que París bien vale una misa que lo hincho?... Menos mal que no soy madrileño de chotis y rosquillas listas, porque habría que soportarme a base de rosquillas tontas y algún que otro Tranquimazid®…). Por ello, ni corto ni perezoso, allá por el mes de julio, cuando el calor apretaba y aprovechando unos días entre examen y examen, enganché el macuto y me perdí por calles como la del Pez o la de las Infantas. Y perdido como estaba me dediqué a encontrarme: que si buscando este ensayo en la cuesta de Claudio Moyano, que si degustando un par de cañas en “Casa Parrondo”, que si unos fideos chinos en el subterráneo de Plaza de España, que si desde Cascorro a la Plaza de la Beata me encaramo a la terraza de “La Casa Encendida”, que mire usted los goles que le zampamos a los alemanes, ¡y a semifinales! (Nota: la semana que viene les prometo una de fútbol y chovinismo), que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá…, pero ¡Ay Carmela! la banalidad no dio para más y quiso truncarse cuando pasé por la puerta de una buena librería (¡Soy humano, odo!) y no pude resistir la tentación de echar una ojeada rápida a los títulos de reciente (a estas alturas no tan reciente) factura…
Podría recomendarles unos cuantos de los que allí leí, pero quizá el más apropiado para esta segunda reseña de la temporada y puesto que en la primera no nos dimos el pertinente abrazo de amigos que se vuelven a ver tras un tiempo, sea El encuentro, una pequeña historieta gráfica para primeros lectores de Enrique Flores y editada por El jinete azul que, con trazo vigoroso y en pocas páginas, nos habla de eso mismo, de los reencuentros.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Rentrée


Es una verdadera lástima empezar este curso con tan poca gana, pero como sé de su comprensión, con toda seguridad me disculparán… Pero no se apenen, no, ya que tamaño cansancio tiene su origen en un derroche de energía ilimitado, que bien pensado, no es todo lo malo. Aunque vendrán tiempos mejores para ustedes, lectores, le digo adiós al verano con una pérdida de fuelle paulatina: tanto trajín estival, en vez de terminar con la reserva de grasa que tenía en el abdomen (¡malditas seáis, cervezas!), ha provocado cierta somnolencia cerebral, lo que se traduce en perrear sin límites al amago de una sombra bienhallada. El caso es que les podría contar todo tipo de triquiñuelas, pero es mejor narrárselas paso a paso, no sea que sufran un vahído y necesiten asistencia sanitaria.
Por lo pronto les tengo que informar de que soy un recién estrenado funcionario en prácticas. Den crédito a sus ojos y mis palabras: sí, el nene se ha “colocao”. Nadie dijo que fuese fácil, tampoco difícil, pero todos sabemos que, hasta que llega la hora de hacerse con una plaza en la Administración, el periplo es un auténtico coñazo. De ahí parte de mi alegría, como comprenderán…, aunque les he de confesar que el éxito no se me ha subido a la pituitaria y sigo siendo el mismo mentecato que se pirra por una buena juerga y muchos libros para niños. Entiéndanme, no está la vida ni la cuenta corriente para menospreciar un trabajo fijo, pero tampoco hay que basar nuestra efímera existencia en los logros profesionales, porque entonces, poquito a poco, nos iremos apocando y quedaremos abandonados, marchitos, perdiendo la noción de lo qué es eso que algunos llaman “felicidad”. Y para ilustrarse, sírvanse de un ejemplo con el que me he chocado estos meses pasados, Cómo fracasé en la vida, de Bertrand Santini y Bertrand Gatignol, editado por Thule, en cuyas páginas podrán encontrar dónde se halla el corazón de las cosas.