miércoles, 25 de noviembre de 2015

De modernos y ciudades


Los modernos, esos seres que se tiran el pisto escuchando a grupos de pop incomprensible, insufrible y unos cuantos “in-” más, durante la noche del sábado (no sé cómo hay humanos que prefieren sonidos más aptos para planchar la oreja que para romperse la cadera a ritmo de percusión... perdónenme, soy un muermo trasnochado), me tienen un poco harto con tanta tontería. Ahora les ha dado por el “brunch”, las gafas de piloto, las tapas de mírame-y-no-me-comas, las zapatillas de los ochenta, los restaurantes con mesas altas (¡qué incomodas, joder!), la cerveza artesana, el pan elaborado con masa madre y harinas ecológicas, por los I-phone®, el deporte de última hornada (ahora toca boxeo, danza o pilates, ¿no?), la fotografía, las barbas cuidadas y los bigotes (¡viva la homogeneidad!), el voto que les sugiera “la 6ª” (la unión televisiva es lo máximo), los colegios concertados (sobre todo si son para sus hijos... no olviden que el poso de la clase media siempre se hace patente) y los seguros médicos de todo tipo (¡Dientes, dientes!). Si a todo ello unimos que pocos se dedican a apretar tuercas o recoger ajos, el resultado es aburrido de más, putrefacto diría yo...


Defino como un coñazo el perder tanto tiempo para demostrar que uno está en la onda, que se identifica con las corrientes y que está inserto en la sociedad (si es global y echamos mano de tuiter e instagran, mucho mejor, que el feisbuq ya está muy visto...), en pocas palabras, que se ha metido en una secta solamente alcanzable por cuatro pijos sin flequillo (no sé cuales me producen más ventosidades). Eso sí, a lo que no se resigna ninguno es a abandonar los derroteros de las ciudades (no está hecho el mundo rural para el paladar del moderno a pesar de que muchos se dejen llevar por esa aventura de la vida tranquila en los pueblos de la sierra), unos lugares donde reside el germen de lo multi-kulti, nos ofrecen un amplio abanico de espectáculos, de oferta cultureta y asociaciones de gafapastismo.


Así pasa, que la Abuela en la ciudad de Lauren Castillo (un libro para primeros lectores editado en castellano por Corimbo y laureado por la ALA este año con una mención de honor en su premio Caldecott), es mil veces más avanzada que su nieto (no se crean que es la única, porque la mía, también de ciudad y con ochenta y nueve años, le da mil vueltas a muchos de veinte), un chico de pueblo al que todo lo que tenga que ver con el tráfico, el gentío o las luces de neón, le da verdadero pavor. Menos mal que esta mujer, más moderna por vieja que por moderna (la vida y aguantar a tanto gilipollas, jeta, gandul, cacique y meapilas, abre la mente y nos permite actuar con libertad), le cuelga una capa maravillosa que le hace ver la ciudad como lo que es, un sitio generoso en el que crecer lejos de todo prejuicio.


Ya saben, sumérjanse en las ilustraciones de este título poco pretencioso pero muy evocador y entrañable, y disfruten del otoño de las ciudades sin tantas etiquetas.

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