martes, 20 de febrero de 2018

De "peses" plateados y excusas para imaginar



Hoy me desmarco del plantel de novedades porque me apetece hablar de uno de los libros más extraños (para unos) y extraordinarios (para otros como yo) de lo que llevamos de siglo, El Pes (Lóguez, 2002).
Seguramente habrán oído todo tipo de adjetivos sobre este álbum de las autoras Hanna Johansen (texto) y Rotraut Susanne Berner (ilustraciones), más que nada porque su lectura no deja indiferente a nadie. Se ha llegado a decir que en este libro se pueden encontrar numerosos discursos, incluso algún crítico se ha atrevido a decir que habla sobre el origen de la vida desde la perspectiva de un niño (será por esa simbología tan acuática en la que se desarrolla la acción) pero el caso es que un servidor ve otras muchas cosas más evidentes.


El Pes cuenta la historia de amistad entre una niña, Dodo, y una criatura quimérica, la que da título a este libro, mitad pez mitad persona, que recibe como regalo el día de su cumpleaños. A pesar de su calidad estética (N.B.: Colorido y formas se conjugan en un baile armonioso donde la amistad y las aventuras son una excusa para el disfrute), la narración, a mi juicio, tiene tres grandes bazas discursivas...
La primera es esa especie de confusión entre Dodo y su madre a la hora de denominar al supuesto “pes”. Su madre piensa que es un error de pronunciación (debería ser “pez” en vez de “pes”), pero la niña la corrige, es decir, asesta la primera llamada de atención a un mundo adulto que intenta encorsetar su cosmos fantástico. ¡Bien! Empieza la subversión.


Por otro lado también debemos detenernos en la estructuración narrativa que se articula sobre las escenas principales. En todas ellas se observa que la imaginación es la generatriz de nuevos ecosistemas en los que cobran vida varios objetos que aparecen en la habitación de Dodo (prestar atención a la primera página del libro, esencial para comprender todo y de composición magnífica por utilizar la barrera física entre página derecha e izquierda como divisoria entre dos espacios que en un futuro albergarán hábitats muy distintos). Se llena de mundos oníricos en el que osos polares y pingüinos de juguete pasan a ser de carne y hueso para habitar selvas tropicales y océanos lejanos que preceden al sueño, un momento ideal para rendirse al juego.


Por último, hay que llamar la atención sobre los adultos y su papel en esta historia. Padre, madre y abuela se empeñan en romper la magia que desatan Dodo y su nuevo amigo, tres (me encanta este número impar, tan especial y tan utilizado en cuentos y narraciones infantiles) momentos en los que la realidad adulta quiere hacer regresar a la niña de su creación fantástica para irse a la cama. ¿Para qué truncar su libertad? Me pregunto ¿Para soñar? ¿Acaso no está soñando ya?


Aunque el uso de recursos como la desaparición de márgenes como forma de desbordamiento narrativo está muy presente en muchos autores (les remito al Dónde viven los monstruos de Sendak o En el desván de Oram y Kitamura) hay que terminar el paseo por este libro tan interesante diciendo que Dodo, al contrario que otros protagonistas, prefiere quedarse en el espacio-tiempo que le proporciona el Pes, a regresar al lado de su familia, a una realidad que, aunque le pertenece, no le merece. Es así como, al final, la habitación entera, queda sumergida en la pecera, un lugar mínimo en el que, sin embargo, no hay límites para la fantasía.

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