miércoles, 26 de febrero de 2020

Coronavirus o el poder de la histeria colectiva



Regreso de un largo fin de semana y me encuentro con que el coronavirus nos acecha cada vez más y mejor. Ya lo estoy viendo… Los medios de comunicación se van a poner las botas (amarillismo mucho, pero cuestiones prácticas, pocas), los políticos aprovecharán para hacernos alguna putada (como si no fuera bastante intervenir los servicios secretos y el poder judicial... se van a dedicar a la salud pública... ¡La casta metida a médicos! ¡Socorrooooo!), los fabricantes de mascarillas (inútiles en las primeras fases de los contagios, por cierto) se van a hinchar a vender, y los científicos y sanitarios se cagarán en nuestros muertos por los tembleques infundados y el reventón de los servicios. Una situación la mar de halagüeña como ya ven... y la cifra de contagios sigue aumentando...
Por si no fuera poco y dada mi condición de biólogo, se ve que me va a tocar ejercer de maestro en horas no lectivas (para que luego digan que no trabajamos) explicándole a más de uno los riesgos que conllevan estos bichitos para la salud (¿Para qué? ¿Hay sentido común en España? Creía que nadie, incluido el Ministerio de Sanidad, sabía qué era eso).


“Yo que tú, me preocuparía más de la buena higiene (ya saben: dos cumpleaños, agua y jabón), una dieta rica en legumbres, verduras y frutas, hacer algo de ejercicio, usar condones y evitar las drogas, antes que de buscarme una buena mortaja” le dije ayer a una niñata. Y va se me enfada (otra que quería mentiras). Ni estaba de cachondeo ni le pedí matrimonio (¡Eso sí sería una faena, teniendo en cuenta como está el percal!), pero la cuestión es torcer el morro. Menos mal que deje a un lado las catástrofes naturales, la incidencia de cáncer, los accidentes de tráfico o la gripe, que si me descuido, me fusila.
Señoras, señores, lo mejor que pueden hacer ante esta familia de virus complejos de ARN (ácido ribonucleico, para poco doctos) es darle la importancia que tiene (mucha, pero ni es la peste negra ni estamos en el medievo), tomar unas precauciones básicas (lávense las manos, eviten los estornudos, limiten a cero el contacto salival y los sitios atestados) y confiar en los servicios sanitarios de nuestro país que son extraordinarios (en el gobierno, ni hablar). 
Nadie sabe cómo puede sobrevenirnos la muerte. Lo importarse es no dejarnos llevar por la psicosis colectiva (¡Qué malo es formar parte del rebaño y las consignas partidistas!) y hacer marcha de manera más o menos cuerda (no demasiada, que las locuras también nutren el alma).


Y para aquellos que han salido medio locos pero no apelan al sentido común (ni colapsar urgencias sin motivo ni atestarnos el guasap de todo tipo de armagedones, me parece lógico), les dejo un álbum del año pasado que pasó un tanto desapercibido (se lo dice uno que está muy puesto y sólo conocía la edición inglesa), pero hiper-necesario para todos aquellos que gustan de poner el grito en el cielo y sacar de quicio el más mínimo problema.


Accidente de Andrea Tsurumi (editorial Océano-Travesía) además de ser uno de esos libros que con una propuesta humorística y estructura de sketch se mofa de nuestra condición histérica, es bastante interesante por alguno de los recursos narrativos que utiliza, como por ejemplo las guardas peritextuales (cuando lean el libro entenderán por qué) o la función narrativa de la portadilla, algo que es cada vez más frecuente en obras de autores contemporáneos -les recomiendo echar el ojo a las de Sergio Ruzzier-.
Así mismo, la autora de este libro echa mano de algunos recursos propios del tebeo, como los bocadillos o la secuenciación de escenas (tiene mucho sentido en una obra de vértigo donde el espacio-tiempo habla por sí sólo), para articular una historia en la que Lola, un pequeño armadillo convierte un pequeño percance en todo un desastre para darse cuenta que ni siquiera su madre está exenta de cometer un fallo.


El zumo derramado, una tarta aplastada, una manguera anudada o incluso una biblioteca desbaratada son parte del lío monumental que se forma en una ciudad que recuerda mucho a las de Richard Scarry (¿No ven mucho de este autor en el interior de las casas o en la caracterización de los personajes?).
Si a todo ello unimos una gran riqueza léxica y lo expresivo de la tipografía (la forma y tamaño de las letras dicen mucho a lo largo de toda la historia), no puedo más que recomendar a manos llenas un librito que seguro les hace repensarse su posición y luchar de una manera firme y sensata frente a los males del CoVID-19.



2 comentarios:

Encarnita dijo...

Madre mía Román, 12 años y espero que sean muchos más.Me ha encantado esta clasificación lectora aunque soy incapaz de elegir una sola opción. Fanática ( que gusto cuando puedo hablar con alguien y nos hacemos recomendaciones mutuas o comentamos novedades)hedonista y claro está coleccionista. Este blog,sin ir más lejos,me ha hecho alguna vez que otra tener la necesidad imperiosa de comprarme un libro, menos mal que en casa son comprensivos...
Gracias por compartir todo esto por que sencillamente: ME ENCANTA

Román Belmonte dijo...

¡Gracias a ti, Encarnita, por acompañarme todos estos años! Y que sepas que tú eres una de mis inspiraciones en alguna de esas categorías :P ¡Un besico y cuidate!