miércoles, 5 de febrero de 2020

De libros infantiles y surrealismo manchego




Sí, ya sé que hoy tocaba hacer sangre con el duelo entre JLo y Shakira en el último espectáculo del “halftime” de la Super Bowl (N.B.: Al margen de  sus preferencias, pues ambas tuvieron puntos a favor y en contra, cabe preguntarse ante semejante espectáculo sandunguero: “¿Para qué tanto feminismo si ni siquiera estas superestrellas tienen derecho a envejecer dignamente?”). También podría haberles dedicado una disertación sobre los riesgos de volar a Canadá (¡Con el yuyu que me producen los aviones!). Pero el caso es que el post de hoy he decidido dedicarlo al recién fallecido José Luis Cuerda, mi querido paisano.
Los albaceteños le tenemos mucho cariño a Cuerda, no sólo porque retomó esa tradición del humor manchego que quedó postergada con Pepe Isbert, sino porque lo hizo desde un prisma intelectual que lo ensalzó más que ridiculizarlo (cosa que sí han hecho otros que suenan a Oscar pero de cuyo nombre no quiero acordarme). Eso sólo sucede cuando alguien le tiene cariño a una tierra que, aunque Cuerda disfrutó poco, le corría por las venas.


Decían los que poco han venido por La Mancha (ya saben que por aquí pasa todo el mundo pero pocos se paran), que José Luis Cuerda había inventado esto y lo otro, incluso lo de más allá. Yo, no sé muy bien si inventó o dejó de inventar porque a mí, todo lo que veía en sus películas me parecía muy cercano, parte de mi universo personal, pero el caso es que gustaba lo que hacía, que gustar ya es bastante.


Y es que ese costumbrismo tan moderno que sentimos por estos lares, es el que él exhibía en sus diálogos que, aunque llenos de parodia, también tenían mucho encanto. Unas re-contextualizaciones que ayudaban al espectador a salirse de madre, como si todo (o nada, según se mire), fuera con él. Y así nos reíamos de todo, incluso de lo que hay que reírse, con mucho humanismo, pues ahí reside lo poético del surrealismo…, pero, ¡un momento! ¡Esperen! ¿Estoy hablando de cine o de libros infantiles? ¡Me cago en la óspera! Ahora que lo pienso, ¿acaso no están llenos los libros infantiles de ese deje? No, si ahora va a resultar que lo onírico de las historias infantiles reverbera en la cultura posmoderna de los adultos, o lo que es mejor todavía: ¡que las obras para niños se amancheguen por momentos…!


Señoras, señores, y aunque esté desvariando, aquí les dejo con dos ejemplos del surrealismo en el álbum infantil. Concretamente con dos  buenos representantes, Caracol, de Pablo Albo y Pablo Auladell, y Cerdito, ¿adónde vas?, de Juan Arjona y Ximo Abadía, ambas de la misma editorial, A buen paso (¿A qué se deberá? ¿No será su editora una apasionada de esa tendencia tan absurda como nutritiva?).
El primero es una nueva edición (mismos autores aunque diferente concepto) de la historia de un caracol que intenta llegar hasta lo alto de un algarrobo. Aunque el tío es consciente de su lentitud, le echa un par y se enrola en una aventura trepidante a lomos de una tortuga o batiendo un par de alas fabricadas a golpe lechuga.  Todo parece un poco extraño, pero lo cierto es que la historia tiene mucho bonito de fondo. No sé muy bien el qué, pero lo tiene.


El segundo acaba de llegar a mis manos y tomando como protagonista a un cerdo un poco aprovechado, nos conduce por los recovecos de una historia donde abundan los colores vivos o las composiciones geométricas y sugerentes (!hay una puesta de sol preciosa!), y en la que hay mucho de cierto (o eso parece aunque no lo parezca). No les desvelaré el secreto, pero sí les animo a que crean todo con algo cautela, pues siempre hay gente que intenta sacar partido de los imprevistos y de los estofados de bellota.

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