sábado, 23 de mayo de 2020

El futuro del libro-infantil en tiempos de coronavirus. Perspectivas e ideas.



El aquí firmante inauguró el pasado sábado "Cafe con monstruos", una sección de InstagramTV que incluye charlas, conversaciones, presentaciones y temas curiosos de la LIJ en formato vídeo. El tema elegido para la ocasión fue EL FUTURO DEL LIBRO INFANTIL EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS. PERSPECTIVAS E IDEAS, una charla que, aunque todavía pueden ver (sólo estarán disponibles por un tiempo), he transcrito a este blog, mi  cuaderno de bitácora y espacio de referencia, para el uso y disfrute de todos aquellos que todavía no estén en dicha red social. Espero que lo disfruten y compartan, y de paso se suscriban a nuestro espacio de Instagram.

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Teniendo en cuenta que la crisis de CoVID-19 no sólo es de carácter sanitario, sino que está alterando otro tipo de contextos, es necesario plantearse cómo va a afectar al entorno del libro infantil, uno que nos interesa a los monstruos. Les aviso que seré bastante concreto en mis planteamientos, sobre todo porque el panorama es muy complejo y esto no pretende ser una tesis doctoral, simplemente un pequeño esbozo de cómo un servidor ve el futuro del libro infantil a corto-medio plazo.



En primer lugar debemos plantearnos la durabilidad de esta situación excepcional, ya que las medidas a adoptar dependen en gran medida de cuánto vaya a prolongarse en el tiempo. Todos los indicios llevan a pensar que, como mínimo, pasaremos el resto del año bajo los efectos de esta pandemia, que incluso puede extenderse con toda probabilidad hasta el 2021, un lapso de tiempo considerable en el que la cadena del libro se va a ver afectada queramos o no, y que dichos efectos permanecerán en la sociedad más allá de la esperada vacuna.
En segundo lugar me pregunto “¿Y cuáles van a ser los efectos adversos del coronavirus sobre el ecosistema de los libros infantiles?” Para responder esta pregunta debemos considerar tres nuevas pautas comportamentales:
1) el distanciamiento social, uno que va a hacer mella sobre el carácter social del libro (venta directa y actividades grupales,
2) los límites de la manipulación, algo que tiene sus consecuencias sobre el uso de cualquier objeto como es el libro (préstamo de libros, ojear en librerías, etc.), y
3) el tiempo de permanencia en lugares públicos como librerías y bibliotecas.
A pesar de estas desventajas, hay que considerar otros efectos colaterales positivos, nuevos resquicios por los que el libro puede colarse en nuestras vidas y que no pueden ser desechados por la cadena del libro. Destaco dos: el aumento del tiempo dedicado al ocio dentro de los hogares por parte de los pequeños lectores, y una educación que se vislumbra semipresencial y que necesitará de nuevas herramientas de tipo autónomo para el alumnado (¡Bienvenidos libros informativos!).



Teniendo en cuenta que en la cadena del libro participan una serie de eslabones que, aunque articulados, desempeñan diferentes papeles y tienen intereses muy variopintos, prestaré atención a cada uno de ellos por separado.
Si de unos años a esta parte son muchos los nuevos autores que han entrado a formar parte de la cadena del libro, durante los próximos meses/años veremos cómo ese número de autores noveles disminuirá considerablemente, no sólo porque la producción descenderá (a menor demanda, menor producción), sino porque las editoriales se arriesgarán menos y optarán por salvar las ventas con autores más conocidos, más rentables y más visibles (NOTA: Precisamente eso, la visibilidad, será una baza inmejorable para todos aquellos autores que también participen activamente de la mediación, algo de lo que hablaremos a posteriori).
Por ello, los autores menos conocidos o menos comerciales deberán optar por nuevos canales de producción y venta, entre los que no hay que descartar la autoedición, ya que es un modelo menos clásico, más abierto y más dirigido.
Por otro lado y atendiendo a la economía, el principal consejo monetario que doy a escritores e ilustradores es que deben exigir el cobro del anticipo de los royalties de manera completa ya que el modelo de postventa no está asegurado por la contracción del negocio.



En lo que a editoriales se refiere hay bastantes cosas que decir. La primera es que teniendo en cuenta la disminución de las ventas hay que replantearse los modelos clásicos de producción como el de las temporadas de novedades… Antes de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas, ya éramos muchos los que no veíamos claro un modelo productivo que está atestando las librerías de títulos que tienen una vida efímera en el mercado. Con esto de la pandemia, son muchos los editores que se han sumado a esta masa crítica y han decidido no publicar (tantas) novedades por el momento, no sólo porque la disminución del consumo repercute sobre la rentabilidad del negocio y pone más en riesgo el ecosistema del libro (véanse también distribuidores y librerías), sino porque supone una pérdida de capital intelectual (el libro que cae en el olvido y la desidia, es difícil de recuperar). Por otro lado no debemos olvidar que toda editorial tiene un fondo, un catálogo al que hay que dar visibilidad, sacarle jugo a montones de libros que caen en el olvido, y que tienen el mismo valor que otros recién sacados del horno. Consideren esta buena baza para la temporada veraniega.
También hay que hablar de la modernización de los recursos on-line, así como de las redes sociales… Si bien es cierto que bastantes editoriales infantiles tienen páginas web aceptables, otra buena tanda tienen websites que son una birria (si tienen interés por conocer a qué grupo pertenecen pueden escribirme por privado), y ocurre más de lo mismo con el e-commerce. Teniendo en cuenta que todo lo relacionado con internet va a ser crucial en esta crisis, ¿por qué no actualizarse? Es cierto que a corto plazo supone una inversión más, pero una página web está operativa durante muchos años y a largo plazo ayuda al posicionamiento de la editorial en el mercado.
Sobre las redes sociales tengo muchísimo que reprochar, pues son muy pocas las editoriales de LIJ que han apostado por afianzar su presencia en redes como Instagram y Twitter durante el confinamiento, cosa que, teniendo en cuenta el gran papel que han desempeñado durante la primera fase de la crisis, es una absoluta torpeza.  Las editoriales del libro infantil deben estar en las redes sociales SÍ O SÍ, y la que no, lo pasará bastante mal.
Asimismo el sector editorial debe tener en cuenta una serie de cuestiones como el estudio de nuevos canales de venta, nuevos productos dirigidos a un nuevo público, y el valorar nuevos formatos como el e-book en lo que a narrativa y álbum informativo se refiere.



Aunque le llega el turno a los distribuidores, quizá los más perjudicados junto con los libreros, en esta crisis del coronavirus, poco puedo decir ya que desconozco bastante los entresijos de la profesión. Lo único, señalar que, teniendo en cuenta su modelo de negocio basado en la deuda-crédito, se verán bastante afectados, ya que al depender del resto de agentes de la cadena (es lo que le pasa a todos los intermediarios) tienen una estasis mucho menor.



Pasamos así a las librerías, unos negocios que también van a sufrir mucho durante esta crisis (sobre todo las físicas, porque las librerías on-line ya convivían con su virtualidad), no sólo como puntos de venta directos del libro, sino como espacios de intercambio cultural. Aunque hemos visto que durante el confinamiento muchas de ellas han desarrollado nuevas estrategias de venta como el cheque-regalo, las tarjetas prepago o los libros a ciegas, también deben considerar nuevas formas de venta. No creo que todo deba ser dirigido al e-commerce (piensen en su radio de acción y en la rentabilidad, porque a veces trae más cuenta contratar un repartidor por horas en bicicleta), pero hay ideas que merece la pena sopesar.
Sobre los cuentacuentos, los talleres para pequeños y grandes, los clubes de lectura o las presentaciones de libros, deben empezar a pensar en las redes sociales y en las plataformas de formación on-line. Hoy por hoy son las únicas alternativas, no sólo para dar a conocer un fondo que necesita consumidores, sino para seguir aupando la mediación lectora y el papel cultural de las librerías que muchos clientes agradecerán cuando todo esto pase.



En penúltimo lugar tenemos a los mediadores de lectura, los grandes protagonistas durante el confinamiento. A pesar de las polémicas en torno a las lecturas en la red y el feed-back cultural, ha quedado claro que la compra de libros es una consecuencia y no un fin en sí mismo, algo que muchos ya estábamos constatando desde hace años, pues gran parte del consumo de libros infantiles que se realiza en nuestro país se debe a la labor de los prescriptores y mediadores de lectura. Si las redes no hubieran bullido de enteraos y especialistas contando cuentos, presentándolos y dándolos a conocer, muchos libros seguirían en los almacenes de distribución. Esto es algo que deben considerar autores, editores, distribuidores y libreros, pues primero, el libro como objeto ha sido devaluado y muchos consumidores potenciales no podrán acceder a ellos, ni ojearlos, ni manipularlos para decidir qué lecturas les convienen, y segundo, no todo el mundo tiene visibilidad, ni buen criterio, ni capacidad de comunicar.



Para terminar y prescindiendo de unos lectores que podrían decir mucho pero que lamentablemente no consumen aunque lean, solo me queda mencionar a los políticos, unos con los que básicamente yo opto por ignorar, justificándome para ello en un pequeño chiste norteamericano que me contó el otro día Ricardo, un seguidor francés, y que dice así:
Un día, un florista fue a un barbero para cortarse el pelo. Al terminar, el florista pidió la cuenta y el barbero respondió: "Es gratis porque durante toda la semana presto servicios a la comunidad". El florista quedó satisfecho y salió de la tienda.
Cuando el barbero fue a abrir su negocio a la mañana siguiente, encontró una tarjeta de agradecimiento y una docena de rosas esperando en la puerta.
Ese mismo día, acudió un policía a cortarse el pelo, y cuando llegó la hora de pagar, el barbero respondió nuevamente que no podía aceptar su dinero porque esa semana hacía servicio comunitario. Así que el policía se marchó muy contento.
A la mañana siguiente, cuando el barbero fue a abrir, había una tarjeta de agradecimiento y una docena de donuts esperándolo en su puerta.
Un poco más tarde, un político entró para que le cortaran el cabello, y cuando fue a pagar su la cuenta, el barbero respondió nuevamente: “No puedo aceptar su dinero ya que estoy prestando servicio comunitario esta semana". Y el congresista salió muy contento de la tienda.
A la mañana siguiente, cuando el barbero fue a abrir, había una docena de políticos haciendo cola en la puerta esperando un corte de pelo gratis.



Todas las imágenes que acompañan a este post pertenecen al espacio que los monstruos tenemos en Instagram y que pueden visitar AQUÍ

2 comentarios:

Susana Encinas dijo...

Ese café para monstruos fue muy interesante. Y yo me pregunto: ¿Para cuándo el siguiente café?
Besos Román

Learn With Tales dijo...

Muy buen análisis. Pienso que el libro infantil (a diferencia de otro tipo de libro) y las actividades que giran a su alrededor son los que más sufren la adaptación a los medios a los que nos hemos visto abocados durante el confinamiento. Tanto por la propia materialidad del álbum ilustrado, imprescindible, como por la interacción con el público en una sesión de narración oral.

El chiste es del todo significativo. Gracias