martes, 11 de mayo de 2021

Lecciones de egoísmo


A tenor de las monsergas que muchos se están marcando a costa (y en contra) de quienes se lanzaron a las calles la noche del pasado sábado para celebrar (no muy acertadamente) el fin del estado de alarma, me veo obligado a dedicarles unas palabras, no sea que sus aspiraciones a plastas nacionales se vean catapultadas por los corros de palmeros que jalean y alimentan un discurso que si bien tiene bastante razón no me produce ninguna simpatía.


Personalmente, la gente que se dedica a señalar con el dedo nunca me ha gustado. Chivatos, delatores, soplones… Llámenlos como quieran, pero se han puesto por montera esto de la salvación y se creen que andan sobre las aguas. Como si ellos exhibieran comportamientos intachables... Partiendo de la base que están cometiendo un delito sobre la intimidad de las personas publicando fotos de terceros en sus perfiles de las redes sociales, ya está todo dicho. Lo que sobra en este país son afiliados y lo que falta es mucha educación, tanto por parte de unos, como de otros.
Y es que estos que hoy se dedican a acusar a otros de irresponsables, son los mismos que vigilaban al vecino desde el balcón durante el confinamiento, los mismos que llamaban a la policía local cuando celebrábamos la Nochevieja y los mismos que denunciaban a su propia familia durante la Guerra Civil. Es gente con muy poca vida propia que se pasan el día encharcados de envidia oteando detrás del visillo para ver a quiénes pueden convertir en desdichados -como ellos, claro-.


Les pregunto: ¿Acaso no hemos demostrado ser más responsables que los políticos? ¿Más que los unos y los otros, que los de todos lados, los mismos que han promovido manifestaciones, convocado elecciones y organizado mítines cuando los datos eran mucho peores que en la actualidad? ¿Esos políticos que ahora salen en la tele diciendo que están tristes y decepcionados? ¿Ellos? Ya está bien de actuar con su misma demagogia, esa que solo persigue hacer ideología y no buscar soluciones.


No creo que estas muestras de alegría vayan a colapsar los hospitales, ni mucho menos provocar otra ola de contagios como bien anuncian los medios de desinformación. Son desafortunadas, por supuesto, pero nada deleznables teniendo en cuenta que hay gente que lleva sin trabajar meses y se ha visto obligada a cerrar sus negocios para acudir a las colas del hambre. También hacen falta esperanza e ilusión, esas que no solo hemos visto en ciudades españolas sino en otras partes del mundo. Positivismo que se puede traducir en cañas, paseos por el campo y la playa, o besos a nuestros seres queridos.
Ha muerto mucha gente, sí. La misma que se ha pasado por el forro el propio gobierno, ese que sigue desentendiéndose de todo y continua aplicando unas políticas draconianas y absurdas (¿De qué han servido los toques de queda? ¿Y cerrar la hostelería?) que solo les benefician a ellos. Ha muerto mucha gente, sí. Y todos -o nadie- somos culpables. Dejen de mirar a sus primos, amigos y compañeros de trabajo por encima del hombro. El mero hecho de limpiar con lejía las latas de tomate y comprar mascarillas FPP2 a espuertas no les da derecho a hacerlo.


Por supuesto que todavía la situación no es muy halagüeña y que hay que tener sentido común, actuar con precaución e intentar no salir loco, pero ya está bien de criminalizar a quienes no actúan como nosotros. No somos (al menos yo) mamporreros del pensamiento único. Esa es la verdadera libertad y no la que rezan los eslóganes de todos los partidos miserables que campan a sus anchas en un país fraticida como este. A ver si ejercemos menos el egoísmo y practicamos más la cremallera, no sea que mañana nos toque a nosotros y tengamos que arrastrarnos de la vergüenza.


Y si ni unos ni otros son incapaces de dejar de lado ese egocentrismo, aquí les dejo Es mi árbol, un libro del siempre maravilloso Olivier Tallec (editorial BiraBiro) en el que seguramente se verán retratados gracias a una ardilla tan cómica, como ridícula, y que se piensa que su árbol es el mejor y ella se merece sus piñas más que cualquier otra ardilla. Es tan cínica y obtusa que llega a levantar un muro para que nadie se acerque, solo piensa en la primera persona de los pronombres posesivos…, hasta que recibe …
Sencillo y colorista se lo recomiendo no solo para reflexionar sobre el caso que nos ocupa, sino para muchas otras situaciones en las que hacemos gala innecesaria de una idiosincrasia miserable. Pero sobre todo, tengan cuidado no sea que acaben como la protagonista: viendo fantasmas, odiando a los demás, encerrados entre cuatro paredes y muy solos.

1 comentario:

Maku Carroquino dijo...

Un libro genial. Siempre de acuerdo contigo, monstruo querido.