lunes, 29 de noviembre de 2021

La magia como mecanismo narrativo


Estás en la cola del supermercado y ¡zas!, ves como una lata cae desde una estantería cercana. Aterriza en el lomo de un chihuahua enano que sale escopetado y, tirando de su dueña, provoca que, sin querer, esta golpee a un niño que mira con detenimiento un envase de purpurina. Se le escapa de las manos, se abre en mitad del vuelo y, ayudada por el aire caliente del sistema de ventilación, una niebla de purpurina queda en suspensión. Una casualidad hermosa que llena el instante de destellos y color. Nos hace sonreír. Nos miramos entre nosotros, contemplamos su brillo cautivador. Toca pensar que es algo tan estúpido, como momentáneo. Es magia.


La magia nos habla. Es sorpresa y extrañamiento, es poderosa y también simpática. Es poesía y ciencia. Es juguetona y a la vez muy seria. Muchas cosas a un mismo tiempo que no debemos pasar por alto. Se aprende con magia, se enamora con magia y se sobrevive con magia. La magia es necesaria porque sin magia todo se vuelve más real de lo que debiera.
Cuentos tradicionales, historias clásicas o álbumes contemporáneos. No es algo nuevo que muchos libros para niños posean ese interruptor mágico. Un objeto, un personaje o un momento que acciona la narrativa y nos encamina a espacios sugerentes donde lo fantástico sobrevive a la realidad del lector. Envuelve todo de un halo especial que nos conduce a un espacio desconocido y sugerente. Un contrato invisible del que hablan muchos cuando nos sumergimos en una obra de ficción y que, de un modo u otro, tiene que ver con la suspensión de la incredulidad.


Por ponerles ejemplos novedosos de libros con magia, les acerco hoy a Caramelos mágicos y La extraña mamá, dos maravillas que llegan a las librerías de la mano de Heena Baek y la editorial Kókinos. Cuando los abres te encuentras con dos historias cotidianas. En la primera, Dung-Dung, un niño solitario al que le gusta jugar a las canicas se encuentra con una bolsa de caramelos, y en la segunda, Yoyo tiene fiebre y la profesora lo manda a casa y como su madre está trabajando necesita encontrar quien se haga cargo de él. Como verán, todo es muy normal hasta que la magia se abre camino y deja boquiabiertos a los actores de ambas narraciones.


En Caramelos mágicos son los dulces los que intervienen en el desarrollo de la historia, mientras que en La extraña mamá aparece un personaje mágico en torno al que girará toda la acción. En ambas hay un giro inesperado y se rompe el marco argumental que aporta sorpresa y emoción, curiosidad y dinamismo.


Si bien es cierto que ambas historias tienen un deje oriental que enamorará a los amantes de las series manga y anime, hay que llamar la atención en dos características estético-artísticas que elevan el discurso. 
Por un lado tenemos la técnica del diorama, una de la que hablé en ESTE OTRO POST. Aunque la autora en otras obras ha preferido materiales como el papel y el cartón, en este caso, desarrolla y ejecuta la acción sobre escenarios llenos de detalles y fieles a la realidad, por donde transitan personajes expresivos y cercanos realizados en papel maché, algo que recuerda a una casa de muñecas (pero mucho más complejo, claro…).
Por otro lado tenemos el ritmo cinematográfico, ese que, utilizando fotografías muy cuidadas y una selección de planos más que acertada, imprime ritmo y cercanía a unos relatos que beben de esas sutilidades que se interiorizan y saben como agitarnos emocionalmente. Del mismo modo, la secuenciación está tan bien elegida que se aleja del stop-motion y al mismo tiempo sirve en bandeja espacios discursivos vacíos donde el lector puede ampliar sus aportaciones.


Me dejaré de rodeos y les diré que me he enamorado. Total y completamente. Así de claro. El trabajo de la autora es impecable. Cuando los lean se darán cuenta de las razones que llevaron al jurado del premio ALMA (Astrid Lindgren Memorial Award) a concedérselo en 2020. Formada en California, Heena Baek comenzó su andadura es esto del álbum con Pan de nube, un libro que fue todo un éxito y que incluso se ha llevado a la televisión. No piensen que con eso se hizo millonaria... Les hago saber que perder el litigio sobre los derechos de autor de este primer título, la sumió en una profunda depresión (no es oro todo lo que reluce…). Superado el bache, continuó trabajando y se le abrieron las puertas a una industria en la que su enriquecido y peculiar universo -auguro- tendrá mucho que decirnos a los monstruos en los próximos años.
No lo piensen más: ¡Háganse con ellos! ¡Es urgente!

viernes, 26 de noviembre de 2021

Principios que enganchan



En ocasiones hablamos del final de un libro como lo más importante, esa guinda del pastel que culminará un viaje a través de un sinfín de páginas en las que se nos han abierto muchas puertas y cerrado otras tantas. La meta, la cima, el cénit.
No siempre es verdad. Al menos en mi caso. A veces disfruto deteniéndome a descansar en alguna orilla, a recrearme entre las palabras, hacia detrás o hacia delante, sin importarme cuan lento avance en una lectura nutritiva.
Luego están los principios. Esos que te atrapan y convencen de que sigas una senda, que te adentres en la espesura, con linterna o sin ella. Que avances un paso, luego otro, y otro más. Meciéndote suavemente o precipitándote a él. Así es el comienzo del libro de hoy. Como un desayuno con aroma a bizcocho.

Había una vez una reina
que vivía en un castillo
con dieciocho vasallos.
Diez caballos percherones,
Seis gallinas de la China.
Cinco patos mandarines.
Siete cabras malagueñas.
Ocho cerdos mallorquines.
Cuatro vacas pirenaicas.
Un estanque con tres ranas…
una grande y dos medianas.
¡Ah!...
y un gallo colorado.

Era un pequeño país.

Antonia Rodenas.
La reina de las dudas.
Ilustraciones de Rocío Martínez.
2021. Valencia: Iglú.



jueves, 25 de noviembre de 2021

Salud mental: ¿otra excusa más para la censura?


La salud mental está de moda. Dicen que la depresión y el consumo de ansiolíticos han subido como la espuma por culpa de la pandemia. No sé si es que ya estaban ahí y han aflorado a la superficie ayudadas por el virus, o si el coronavirus ha sido el germen de depresiones, trastornos obsesivos y cuadros de ansiedad.
Alentados por el modus vivendi actual, muchos se han lanzado a decir que todos deberíamos ir al psicólogo una vez en la vida. Yo les digo que no. Que un servidor, por el momento, se abstiene de acudir a ninguna consulta. Que vaya quien lo necesite o lo crea necesario, y a quienes no lo consideremos oportuno porque vamos saliendo adelante en este mundo voraz, que nos dejen en paz.


Mientras mucha gente lo pasa realmente mal -una depresión debe ser un sinvivir que no le deseo a nadie-, otros se (auto)diagnostican muy a la ligera. Llaman depresión a cualquier bajón anímico, o trastorno bipolar a los cambios de humor. Coartadas sencillas para justificar problemas complejos como el suicidio, un comportamiento nefasto, la resistencia al cambio, o salirse con la suya.
También opino que hay muchos intereses detrás de estas misivas. Por parte del poder, ese que prefiere tratarnos de locos en vez de poner algo de remedio en nuestras vidas ("Pobrecitos, tomad, mucha terapia y unas pastillitas"). Por parte de los gremios beneficiados que ven engordado su negocio, llámense psiquiatras, terapeutas o psicólogos. Por parte de nuestros iguales o nosotros mismos para así mimetizarnos entre la muchedumbre, encajar en el mundo feliz, y tener cancha libre para ser infelices a base de hipocresía y poca naturalidad.


Banalizar un asunto tan serio como las enfermedades mentales y meter a todo quisqui en el mismo saco, no creo que sea la solución más acertada para normalizar una realidad de nuestro tiempo. Creo que es más oportuno convivir con aquellas personas que tengan este tipo de problemas sin tener que patologizar cualquier comportamiento que se salga de la norma y sea más o menos inofensivo para con uno mismo o la sociedad (a los psicópatas criminales prefiero meterlos en la cárcel). 


Toda la vida hemos tenido ejemplos de gente excéntrica, neurótica o deprimida, y aunque muchos de ellos eran relegados en el plano social, conocíamos su realidad y se aceptaba su condición sin necesidad de tanta etiqueta y diagnóstico, que si bien es cierto que normalizan ciertas situaciones, también ningunean respecto a esa masa de elegidos que tocados por el dios del buenismo reparten cordura a diestro y siniestro.
De un tiempo a esta parte, parece cundir esa práctica de ponerle nombre a todo, de diagnosticar y señalar cualquier tipo de conducta que no tenga que ver con el pensamiento único reinante. Imaginen que yo, por mi cara bonita, hiciera un análisis psicológico de todos los personajes que aparecen en los libros que reseño...


Empecemos con la Alicia de Carroll. La protagonista es una niña que sufre micropsia, un desorden psicológico que impide percibir la realidad y se caracteriza por episodios breves de distorsión de la imagen corporal, el tamaño, la distancia, la forma o relaciones espaciales de los objetos, así como en el transcurrir del tiempo. Seguimos con el Conejo Blanco, un personaje que está de los nervios por culpa del estrés y la ansiedad que le supone estar pendiente del reloj a todas horas, algo que también podría ser interpretado como un trastorno obsesivo paranoico. Como del Sombrerero loco hablaré más tarde, salto a la Reina de corazones, una histérica como la copa de un pino que sufre ataques de ira, es narcisista y paranoica. En definitiva: un buen puñado de los personajes que viven en Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo son susceptibles de ser ingresados en un manicomio.


Si cualquier profesional de la salud diseccionara otras obras clásicas de la Literatura Infantil, la cosa se pondría fea. El mago de Oz, Matilda, El jardín secreto, Heidi, La isla del tesoro y muchos otros libros que han acompañado a montones de lectores a lo largo de las décadas tienen personajes que podrían ser diagnosticados clínicamente, pero, ¿tendría sentido hacer esto? Quizá estaría bien como juego entre colegas, pero si eso empezara a cundir en otros ámbitos como el educativo o familiar, olería a las estrellas de seis puntas y los triángulos rosas que abundaban en los campos de concentración nazis.


Pregúntense, ¿acaso nos interesa todo esto a quienes leemos? Que un libro recoja entre sus páginas personajes neuróticos, deprimidos o paranoicos, no quiere decir que sus lectores deban impregnarse de estos comportamientos. Sin ellos excluiríamos de nuestra realidad una multiplicidad de facetas que también pertenecen al universo de lo humano, y nos abocaríamos a ese mundo feliz y uniforme donde los excéntricos e indeseables son perseguidos en aras de una forma de ser única que impone necesidades homogeneizantes.


Y porque no hablamos de la fantasía, ese terreno relegado a niños, tontos y locos (¿Ven? No voy tan mal encaminado…). Como si obviar el contrato fantástico fuera suficiente para alcanzar la cordura en todas sus formas, como si la cordura mostrase una única e indivisible faceta. Me aterra que veten a la fantasía, pero cada vez es una realidad más cercana en este mundo de ofendidos y censores donde el verdadero peligro son quienes buscan anular todo lo que les sea incómodo por el mero hecho de ser diferente.


Lo estoy viendo: el próximo paso será prohibir aquellos libros donde aparezcan personajes que exhiben comportamientos poco esperados o que están deliberadamente locos. Veremos cuánto tarda un AMPA o una asociación de psicólogos en censurar libros donde personajes tienen visiones paranoides o se ríen sin ton ni son.


No obstante, lo que más me molesta desde el ámbito de la salud mental, es que siempre se han tomado como excusa los personajes de la literatura infantil para bautizar a muchos de los síndromes descritos en psiquiatría y psicología, y de paso, continuar desprestigiando un tipo de obras que tienen muchas batallas perdidas contra esa supuesta cordura del ámbito adulto.


Tenemos el síndrome de Peter Pan para referirnos a los adultos que no quieren crecer (bendito trastorno), el síndrome de Munchhausen para aquellos que mienten compulsivamente (si no conocen al citado barón, echen mano de la LIJ alemana) o el de Huckleberry Finn para definir a todos aquellos que eluden las responsabilidades cuando son niños y durante la edad adulta cambian constantemente de trabajo.
De entre todos los que conozco, mi favorito es el síndrome del sombrerero loco, uno que finalmente ha resultado ser un daño neuronal producido por la intoxicación con metales pesados. Era muy típica entre los sombrereros de los siglos XVII y XIX ya que estos artesanos inhalaban los gases de mercurio producidos al tratar el fieltro, materia prima con la que se elaboran los sombreros. Esta enfermedad neuronal afecta a la visión, el habla y la coordinación, y cuyos signos externos son irritabilidad, hiperactividad, temblores, labilidad emocional, timidez y pérdida de memoria, síntomas que Lewis Carroll observaría en muchos de ellos y le inspirarían para su conocido personaje.
No voy a decir que asimilar lo que sucede en uno mismo y a nuestro alrededor sea una tarea fácil. Es más, creo que los productos culturales deben ayudar a ello. Pero no creo oportuno que la salud mental se inmiscuya en lo el acto literario, más que nada porque yo elijo el grado de insensatez con el que quiero seguir leyendo y viviendo.


Hoy me ha dado por acordarme de Antonio Escohotado, ese filósofo que buscaba en la libertad un antídoto frente al miedo o las coacciones que empujan al ser humano hacia toda clase de servidumbres. Quizá esto de la salud mental sea otra de ellas. Porque tratarnos de locos también es arrebatarnos una parte de nuestro propio ser para subyugarnos al antojo de los poderosos y sus necesidades.


NOTA: Las imágenes que acompañan a esta entrada pertenecen a fantásticas ediciones de:

Lewis Carroll. 2021. Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo. Ilustrado por Estudio Minalima. Barcelona: Editorial Folioscopio.

L. Frank Baum. 2021. El maravilloso mago de Oz. Ilustrado por Estudio Minalima. Barcelona: Editorial Folioscopio.

James M. Barrie. 2021. Peter Pan. Ilustrado por Svetlin Vassilev. Barcelona: Editorial Libros del Zorro Rojo.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Lastres familiares


Cada vez que recuerdo a Belén Esteban diciendo aquello de “Por mi hija, ¡ma-to!”, una sonrisa se esboza en mi cara. Y no solo por todo el barriobajerismo que destila, sino porque cada día que pasa, las relaciones familiares me resultan más abyectas.
Instinto, genes, convivencia… Si bien es cierto que la familia se relaciona con diferentes términos, también lo es que nos duele. Vivimos en un país que las relaciones familiares se han idealizado hasta cotas insospechadas por culpa de la religión, el sentimentalismo o el folklore. Aguantamos lo que no está escrito.


No obstante, que una madre tenga que aguantar el desprecio constante de sus hijos, que un hermano vea como otros le hacen daño impunemente, o que un abuelo no pueda ver a sus nietos, son causas más que suficientes para romper esos lazos invisibles. Cuando las relaciones familiares se sustentan en el parasitismo monetario, físico o emocional, hay que dejarse de enfados y llantos, y tomar una determinación.
Si la gente no se porta bien con uno, yo soy partidario de guardar la nostalgia en un cajón y seguir hacia delante, que siempre hay tiempo de sacarla (aunque no florezca, que también puede pasar). Llámenlo practicidad o insensibilidad pero el caso es que todavía no entiendo cómo tragamos tanto con esto de la sangre.
Que si les dices, que si les haces, pero a la postre quieren sacarte la pringue. Entonces no somos tan malos. Se ve que nadie les ha dicho que para recibir también hay que dar. Y si no, al pairo, que ya está bien de tanto parásito y amargado. Prefiero estar tranquilo a vivir gangrenado. Y cuando quiera disfrutar de las mieles familiares, leer un libro como el que sigue, y si hay ganas, abrir el cajón de los lastres.


Grande y pequeño de Henri Meunier y Joanna Concejo, es uno de esos álbumes delicados que desde la editorial Thule nos traen este otoño para disfrute de nuestros sentidos. Alejado de las clásicas historias entre hermanos, los autores discurren por terrenos un tanto inusuales y poco practicables, sobre todo si partimos de la idea clásica del amor fraternal.
Cuando Pequeño llega a este mundo, Grande aparece en mitad del jardín. Mientras el uno cabe en un abrazo, el otro debe dormir fuera de casa. Pero algo extraño sucede. Conforme Pequeño va creciendo, Grande va menguando. A los siete años son del mismo tamaño. Pero Grande sigue encogiendo, se hace diminuto, pequeñísimo, hasta que…


Plagado de metáforas verbales y visuales, este libro nos presenta las relaciones humanas sin olvidar la independencia. Un vínculo fraternal basado en la confianza y el respeto, en el cariño y el entendimiento, y que se puede hacer extensivo a todo tipo de hermanos que difieren en caracteres o pensamientos.


Cabe destacar una ilustraciones de gran belleza poética que, con recursos típicos de la autora (reproducciones fotográficas y un característico despliegue vegetal), establecen una atmósfera tranquila y muy propicia para el encuentro entre los protagonistas, sin olvidar pequeños detalles que abren rendijas para esa fantasía inusitada donde cualquier lector puede sentirse cómodo sin necesidad de entender lo que sucede sobre las páginas.

martes, 23 de noviembre de 2021

Entre rejas


Globalización, féminas valientes, refugiados e inmigrantes, familias multirraciales, libertades sexuales y mucho cambio climático llenan nuestros libros infantiles. Con la de cosas que hay para hablar, parece ser que autores y editores han decidido decantarse por aquellas que constituyen la piedra angular de ciertas facciones políticas y hacerles el trabajo sucio (ellos verán, es algo que he repetido hasta la saciedad).
A pesar de esta aparente preocupación que el ecosistema de la Literatura Infantil tiene por la llamada realidad social de la infancia, existen otros problemas por los que los libros dedicados a niños y jóvenes pasan de puntillas. La gestión económica, las adicciones, la responsabilidad civil o los hábitos de consumo parece ser que no tienen cabida en los libros infantiles. Testimoniales e invisibles, me llevan a pensar en que esa cobertura social en parte solo responde a modas pasajeras que facilitan la compraventa de títulos por parte de ciertos sectores del consumo, y seguir alimentando una dicotomía ideológica que poco ayuda a la libertad y la vida en el tiempo presente.


A pesar de ser el pan de cada día para muchos críos, una de esas realidades que no forman parte de ningún programa partidista y que por tanto, ha caído en el olvido de esa autodenominada LIJ con función social, es la de los hijos de presidiarios. Y oigan, no solo por parte de la Literatura Infantil, sino también por la de las instituciones. Tanto es así que por más que le he dado mil vueltas a la red, no he hallado ningún tipo de estadística que hable del número de chavales que tienen a sus padres encarcelados en nuestro país.


La cosa cambia cuando nos movemos en el ámbito de Estados Unidos o Reino Unido (luego se extrañan de porqué gobiernan este occidente en decadencia)... Se cree que en Estados Unidos hay alrededor de 2,7 millones de menores que tienen a alguno de sus progenitores en prisión, una cantidad nada desdeñable teniendo en cuenta que es casi un 1% de la población estadounidense (ojo).
Así pasa, que en esos países, aparte de poner la mirada donde hace falta (hay menos pesebres y más “charities”), intentan dar visibilidad a multitud de realidades con libros como Knock Knock de Daniel Beaty y Bryan Collier (Little, Brown and Company), Far Apart, Close in Heart de Becky Birtha y Maja Kastelic (Albert Whitman & Company), Visiting Day de Jacqueline Woodson y James E. Ransome (Puffin Books) o Missing Daddy de Mariame Kaba y Bria Royal (Haymarket Books)


Teniendo en cuenta que en España existe un buen puñado de cárceles (si esa palabra les suena muy fuerte en pleno siglo XXI, siempre pueden ser tan asépticos como los políticos y llamarlas “centros penitenciarios”), 83 para ser más exactos (teniendo en cuenta que “semos” europeos e invertimos un pico en “lo social” son unas cuantas), y que albergan a casi sesenta mil presos en diferentes tipos de grado y regímenes, habría que pensar seriamente el hablar de esto en los libros infantiles.


Pero tranquilos, no teman verse dirigidos ipso facto hacia los infiernos, aquí les traigo dos libros sobre esta temática que han conseguido abrirse camino en las estanterías de nuestras librerías, pero que lamentablemente no han tenido la visibilidad necesaria. Algo que me gustaría suplir en este frío martes de noviembre.


En primer lugar toca hablar de Milo imagina el mundo, un álbum de Matt de la Peña y Christian Robinson que acaba de publicar Libros del Zorro Rojo. Además de inspirarme esta entrada me parece un libro muy bien traído ya que, alejándose del sentimentalismo que pueden rezumar estas historias un tanto difíciles, los autores se ponen del lado del protagonista, un niño negro que va a visitar a su madre en la prisión.


Si bien es cierto que les he hecho algo de spoiler desvelándoles el final, para mi gusto, lo interesante es el desarrollo de la acción, una que discurre entre el cuaderno de dibujo de Milo y la realidad que le rodea. Su lápiz, a modo de caleidoscopio, perfila los deseos y anhelos de un chaval que intenta posicionarse positivamente, una forma de estasis ante los designios de un mundo cruel.


Optimista y creativo, Milo dibuja todo aquello que se le ocurre en el largo trayecto de metro mientras su hermana vive hipnotizada por su teléfono móvil. Un hombre sin afeitar, una mujer vestida de novia o un niño sin corbata son su inspiración a la hora de inventar las historias que garabatea sobre el papel y que, de un modo u otro, integran al espectador en esa cosmovisión que intenta mutar la realidad. Jugamos a las adivinanzas con él. ¿Quién es quién? ¿Quiénes somos? ¿Quién es él?
Todo se resuelve en la sorpresa final, un golpe de efecto necesario para que, en cierto modo, reverbere un discurso que oscila entre lo esperanzador y la denuncia social gracias a unas ilustraciones coloristas y llenas de vitalismo.


En segundo lugar he elegido Detrás del muro, un libro de Isabelle Carrier (la autora de El cazo de Lorenzo, un libro conocidísimo) y Elsa Valentín que publicó hace años la siempre acertada editorial Juventud para alegría de los monstruos.


El protagonista de este libro echa de menos a papá. Hace tiempo que no prepara lasaña, ni va a la salida de la escuela, ni discute con mamá, porque sencillamente está en la cárcel. Los recuerdos se suceden en su mente hasta que llega el día de visitar a su padre, un momento en parte alegre, en parte desconcertante.


Una mezcla de pensamientos y paradojas que se aúnan en pro de un mensaje complejo (no sé si alguno de ustedes tienen a un ser querido entre rejas, pero se debe experimentar una sensación muy extraña) que se articula sobre unas ilustraciones luminosas aunque silenciosas, expresivas pero contenidas.


Quizá más crudo que el anterior, es un álbum necesario y habitable, porque desde la inocencia y la incredulidad nos habla en primera persona de lo complejidad que nuestros sentimientos. De lo que decimos, de lo que callamos, de lo que vivimos y de lo que queremos vivir.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Locura navideña


Desde mediados de octubre estoy alucinado. Los supermercados atestados de turrones, panetones, bombones y peladillas, los bazares a rebosar de árboles de navidad, gorros de papá Noel y espumillón, anuncios de colonias y juguetes se suceden en los cortes publicitarios de la televisión… ¡Esto es una locura!
Mientras algunos ya se han cargado la primera flor de pascua y van a por la segunda, yo he preferido poner algo de cordura en sus vidas gracias al Loop Navideño, una iniciativa de La biblioteca de los peques para seleccionar libros navideños con un poco de chicha y que padres, docentes o mediadores desarrollen actividades (pre)navideñas con cierta enjundia.


Aunque ya lo incluí en esta selección de libros relacionados con la navidad, he decidido participar con Allumette, un álbum navideño del gran Tomi Ungerer y publicado hace unos años por Kalandraka, con el que espero sembrar algo de sentido crítico sobre el modus operandi que hemos interiorizado a la hora de celebrar la navidad.
Desde que se publicara por primera vez en 1974, este libro adapta La pequeña cerillera, un cuento de H. C. Andersen empapado en dramatismo (seguro que todos acaban de ver sobre la nieve el cuerpo sin vida de la protagonista), para traerlo a nuestra realidad en marcha con un punto de vista muy particular.


La historia comienza de manera muy parecida... Allumette va de un sitio a otro con sus fósforos intentando conseguir algo de dinero, pero la venta de cerillas en un mundo de mecheros y luz eléctrica es más que floja. Llega el invierno y, mientras todo quisqui prepara la navidad, ella sólo intenta resguardarse el frío y conseguir algo de comida. En estas anda cuando de repente empiezan a caer del cielo montones de cosas. Todos los deseos que había realizado a lo largo de su vida comienzan a materializarse como por arte de magia. Una lluvia de objetos cubre las calles de la ciudad y todo el mundo (incluido el espectador) se queda perplejo.


Ungerer, como Andersen, contrapone la miseria que envuelve a la protagonista a una sociedad cruel, egoísta y superficial, pero en vez de liquidar a la pobre Allumette, prefiere ponerla a prueba, concediéndole el deseo de saborear todos esos excesos que anhela. La sorpresa viene después, cuando esa niña decide fundar una ONG y ayudar a todos los pobres y personas sin hogar. Todo muy sui generis.


Resumiendo: Tomi se lanza a la parodia con su habitual tono jocoso y alocado, pero encontrando la manera de abrir un resquicio por el que puedan colarse la concordia y la solidaridad sin hacer gala del sentimentalismo que rebosa en otras historias navideñas.
Se regodea de la vulgaridad humana, se burla del poder y también de la impostura. Todo ello gracias a un contraste de luz y oscuridad en las ilustraciones (fíjense en el fondo negro que rodea a Allumette en la primera mitad del libro), a marcos hechos a base de chorizos, muñecas con cara diabólica y un ordenado inventario de todo lo que va cayendo del cielo.


Mención aparte merece la paradoja de ese ejercito que, por orden del señor alcalde, tiene que mantener a raya a los pobres, mientras que los que de verdad van a la guerra son los "soldados" de la fundación de Allumette.
Por último les invito a encontrar la foto del autor escondida en las ilustraciones y el guiño a otro libro de Tomi Ungerer que va volando entre las páginas.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Vidas perras


Ya saben que las mascotas no son lo mío. Quizá porque me he pasado la vida rodeado de animales, tanto en sentido literal, como figurado, y conozco la de quebraderos de cabeza que acarrean.
El otro día me dio por pensar en cuestiones de perros, un animal que prefiero al gato, y se asomaron a mi azotea las típicas paradojas de esta sociedad posmoderna en la que los animales son venerados desde la obscenidad más absoluta. Aquí unas cuantas de ellas.


Estoy hasta las narices de los perros que se lanzan a ladrarte como si hubieran visto al mismísimo demonio cuando vas tranquilamente por la calle. Se ve que no les inspiro demasiada confianza, pues según los entendidos eso del miedo les agita las entrañas. A mí, que no me gusta que me ladren (ni los humanos ni el resto de los mamíferos, todo sea dicho) me resulta incomprensible que, sin haberles hecho nada, sus dueños te digan que la culpa es tuya y al perro lo traten como a un pobre niño mimado.


Hace poco, un colega se recogía a las tantas de la noche y, debido a problemas prostáticos, tenía una urgencia horrorosa. Como estaba lejos de su casa y no había ningún urinario cerca, se puso a orinar en un árbol. Un policía local apareció de la nada y la multa fue de quinientos pavos. Eso sí, los perros que van llenando todas las esquinas de meadas son sagrados.


Si forman parte de esa red social llamada Instagram y stalkean unos perfiles y otros, se habrán percatado de que mucha gente se autodenomina en su biografía “papá/mamá de Lula y Bimba”, sobreentendiendo, gracias a los emojis que acompañan, que estos hijos pertenecen a la especie canina. Espero que este amor obsesivo no los lleve a mantener con ellos relaciones sexuales, pues quizá algún juez lo interprete como incesto, que sería lo suyo entre padres y prole.


Para terminar este recorrido, una paradoja gastronómica… Me hincho de ver como el personal se atiborra de productos de tercera. Montones de alimentos refinados, procesados y edulcorados, marcas blancas y otras mierdas. Pero sin embargo la peña es capaz de gastarse un dineral en auténticos manjares para los chuchos. ¿Estamos locos? Yo no digo que haya que maltratarlos, pero sí abogo por un amor propio nutricional equitativo.
Y entre perro y perro, he decidido condensar en un mismo post, todos los libros sobre estos animales que se han publicado últimamente, que si no esto iba a parecer una sociedad protectora o una clínica veterinaria.



Empezamos con Los viajes de Laika, un álbum de Antonio Ortuño y Jonathan Farr (Océano Travesía) que se adentra en la historia de un perro callejero que es adoptado por una familia mexicana que decide probar suerte en Alemania.


En blanco y negro, de composiciones muy estudiadas y con una perspectiva muy cinematográfica que se articula en los cambios de plano y lente –véanse los primerísimos planos o las curvaturas de los objetivos ojo de pez), rezuma calidad artística por todos los costados.


Pequeñas y cotidianas anécdotas que tanto Laika, como su (finalmente) amiga Toribia, que, gracias a un lenguaje directo y sin florituras, configuran una mirada a caballo entre lo animal y lo humano que emociona y sorprende a partes iguales.




Le llega el turno a dos títulos muy caninos recientemente incorporados a la colección vintage de la editorial Lata de Sal (cosa rara pues son fanáticos de los gatos), concretamente Pretzel, un clásico de Margret y H. A. Rey, y Clifford el gran perro rojo, un libro escrito e ilustrado por Norman Brewell.


El primero cuenta la historia de un perro salchicha que tiene una longitud sorprendente (es tan largo que puede adoptar la forma de ese bollo salado de origen animal que le da nombre). Todo el mundo lo admira porque, como bien se dice en el libro, cuanto más largo es un perro salchicha, mejor perro es. Bueno, no todos, pues Greta, otra perra salchicha de la que está enamorado, no cree que lo sea. Pretzel intenta por todos los medios sorprenderla, pero nada, ella rehúsa una y otra vez casarse con él. Hasta que un día...


Una historia de amor bastante simpática en la que se pone de relevancia que cualquier peculiaridad puede ser tomada como una ventaja o un lastre. Todo depende de los ojos con los que se mire. Las ilustraciones a todo color y la sencillez del lenguaje lo hacen ideal para prelectores y primeros lectores.


El segundo es el álbum original en el que se basó la película homónima que se ha llevado al cine recientemente. Clifford es un perro como otro cualquiera. Le encanta jugar y correr, vive en una caseta y le encanta que lo acaricien. ¡Ups! Se me olvida un pequeño detalle, Clifford es tremendamente grande y aunque le guste hacer todo eso, siempre causa problemas. Es capaz de llevar a una persona de un lado a otro, su casa es el doble que la de sus dueños y traga lo que no está escrito.


Lo mejor de todo es que su dueña está tan contenta con su mascota a pesar de darle tantos quebraderos de cabeza. Un libro descriptivo que, como su compañero, nos habla de los inconvenientes del tamaño sin entrar en valoraciones para que el lector-espectador opine al respecto y se forme sus propias ideas (¿A qué niño no le gustaría tener un perro como él?). Una maestra me acaba de decir al oído que es ideal para hablar de la importancia de las referencias, así como de la relatividad de las magnitudes. Ya me dirán...



Seguimos con un perro lleno de preguntas, concretamente el protagonista de Un buen perro, el libro de Farren Phillips que publicó hace unos meses Babulinka Books. Si buscan lecturas que les hagan pensar, esta es la suya, más que nada porque este perro está hecho un lío…


Ética y moral, el bien y el mal, retórica y dialéctica se entremezclan en una suerte de monólogo donde el protagonista se pregunta y los lectores responden (o se lían más que él… que de todo puede pasar).


Si a todo ello añadimos que el autor utiliza la estructura de cómic y el fotomontaje como recursos narrativos o estéticos, el disfrute está servido para todas las mentes inquietas que se acerquen a un libro a través del que conocerse.



Ahora les llega el turno a dos perros existencialistas. El primero es Aníbal. Perro fantasma, de Joaquín Camp y la editorial A Buen Paso, un animal algo despistado que se convierte en un fantasma cuando se enfunda en una sábana. Es capaz de volar y aúlla de una manera diferente al resto. Sí, Aníbal es un auténtico perro fantasma.


Con cierta estructura de libro circular, un plato de espaguetis muy cinematográfico, y bebiendo de las fuentes de ese absurdo que se articula en el juego de perspectivas (la del protagonista, las de otros personajes y la del espectador), esta historia logra arrancarnos más de una sonrisa al tiempo que nos suscita cuestiones un tanto metafísicas (¿Somos lo que creemos ser? ¿Qué o quién nos define?).


Lo peor de todo es que un cambio de vida lleva consigo otros cambios: Aníbal echa de menos su pelota roja. ¿Será capaz de recuperarla? Ya saben lo que han de hacer para salir de dudas… Una delicia para lectores de toda edad y condición, les gusten o no los canes.



El otro ¿perro? filósofo lo encontramos en las páginas de Este es un libro de perros, un álbum de Judith Henderson y Julien Chung editado por Libros del Zorro Rojo la pasada primavera.



Pongámonos en situación… Imagínate que estás convencido de ser tú, te llames como te llames, pero de repente llega alguien y te cuestiona quién eres, cómo eres y de dónde vienes. ¿Te replantearías si eres quien crees ser? Eso es exactamente lo que le sucede a nuestro perro protagonista. Corre detrás de la pelota, mueve el rabo cuando está contento o sabe poner ojos de cachorrito para que no le regañen pero, a pesar de todo esto, los demás piensan que no es un perro ¡es un conejo! Esperemos que al final la cosa no pase a mayores y pueda solucionar el entuerto.


Un libro que desde el humor y el desenfado habla sobre la identidad y los estereotipos que puede hacerse extensivo a otras facetas de la vida. Porque no solo los perros tienen estos problemas, también los gatos, los profesores o los padres.



Continuamos con el Amado perro de Maira Kalman, ilustradora neoyorkina de origen israelí que suele colaborar con The New York Times, y que nos trae gracias a la editorial Avenauta una oda ilustrada a estas mascotas. 



Partiendo de tres perros, el famoso perro Max Stravinsky, Pete, su propio perro al que también llamaba Einstein, y Boganch, un perro postizo, la autora hace un recorrido por anécdotas, recuerdos y pasajes donde queda claro su amor por estos animales que puede hacerse extensivo a todos aquellos que piensan como ella. Acompañado de escenas divertidas, cotidianas y poéticas a todo color, este es un libro para regalar. No lo duden.


Para cerrar con esta pequeñísima muestra de libros caninos tenemos Yo quiero un perro. ¡El que sea, me da igual!, un álbum de la gran Kitty Crowther (Fulgencio Pimentel) que critica la tontería que hay en torno a los perros de raza y algunos problemas que acarrea la adopción canina para los más pequeños de la casa.


Millie quiere un perro, tiene más ganas que un tonto de tener uno y vacilar de él junto a todas las componentes del Dog Club, un atajo de niñas repipis y snobs. Es en este momento cuando su madre decide acudir con ella a la perrera y encontrarse con Princesito, un perro muy especial que conseguirá cambiar su forma de pensar.


Tan mordaz, como entrañable (ya saben… Kitty Crowther), es una historia que se repite -más de lo que pensamos- en muchos hogares de un primer mundo muy absurdo. Construida desde el humor y sobre un fondo de color naranja fosforescente y a rebosar de perros de toda condición, este álbum nos habla de la crianza, de las relaciones sociales, de los deseos infantiles, o del trato hacia los animales. Nos abre perspectivas necesarias que ahondan en muchas facetas de la vida, de entre las que elijo esa que prefiere lo sobrenatural y fantástico ante lo mediocre y material.