martes, 23 de noviembre de 2021

Entre rejas


Globalización, féminas valientes, refugiados e inmigrantes, familias multirraciales, libertades sexuales y mucho cambio climático llenan nuestros libros infantiles. Con la de cosas que hay para hablar, parece ser que autores y editores han decidido decantarse por aquellas que constituyen la piedra angular de ciertas facciones políticas y hacerles el trabajo sucio (ellos verán, es algo que he repetido hasta la saciedad).
A pesar de esta aparente preocupación que el ecosistema de la Literatura Infantil tiene por la llamada realidad social de la infancia, existen otros problemas por los que los libros dedicados a niños y jóvenes pasan de puntillas. La gestión económica, las adicciones, la responsabilidad civil o los hábitos de consumo parece ser que no tienen cabida en los libros infantiles. Testimoniales e invisibles, me llevan a pensar en que esa cobertura social en parte solo responde a modas pasajeras que facilitan la compraventa de títulos por parte de ciertos sectores del consumo, y seguir alimentando una dicotomía ideológica que poco ayuda a la libertad y la vida en el tiempo presente.


A pesar de ser el pan de cada día para muchos críos, una de esas realidades que no forman parte de ningún programa partidista y que por tanto, ha caído en el olvido de esa autodenominada LIJ con función social, es la de los hijos de presidiarios. Y oigan, no solo por parte de la Literatura Infantil, sino también por la de las instituciones. Tanto es así que por más que le he dado mil vueltas a la red, no he hallado ningún tipo de estadística que hable del número de chavales que tienen a sus padres encarcelados en nuestro país.


La cosa cambia cuando nos movemos en el ámbito de Estados Unidos o Reino Unido (luego se extrañan de porqué gobiernan este occidente en decadencia)... Se cree que en Estados Unidos hay alrededor de 2,7 millones de menores que tienen a alguno de sus progenitores en prisión, una cantidad nada desdeñable teniendo en cuenta que es casi un 1% de la población estadounidense (ojo).
Así pasa, que en esos países, aparte de poner la mirada donde hace falta (hay menos pesebres y más “charities”), intentan dar visibilidad a multitud de realidades con libros como Knock Knock de Daniel Beaty y Bryan Collier (Little, Brown and Company), Far Apart, Close in Heart de Becky Birtha y Maja Kastelic (Albert Whitman & Company), Visiting Day de Jacqueline Woodson y James E. Ransome (Puffin Books) o Missing Daddy de Mariame Kaba y Bria Royal (Haymarket Books)


Teniendo en cuenta que en España existe un buen puñado de cárceles (si esa palabra les suena muy fuerte en pleno siglo XXI, siempre pueden ser tan asépticos como los políticos y llamarlas “centros penitenciarios”), 83 para ser más exactos (teniendo en cuenta que “semos” europeos e invertimos un pico en “lo social” son unas cuantas), y que albergan a casi sesenta mil presos en diferentes tipos de grado y regímenes, habría que pensar seriamente el hablar de esto en los libros infantiles.


Pero tranquilos, no teman verse dirigidos ipso facto hacia los infiernos, aquí les traigo dos libros sobre esta temática que han conseguido abrirse camino en las estanterías de nuestras librerías, pero que lamentablemente no han tenido la visibilidad necesaria. Algo que me gustaría suplir en este frío martes de noviembre.


En primer lugar toca hablar de Milo imagina el mundo, un álbum de Matt de la Peña y Christian Robinson que acaba de publicar Libros del Zorro Rojo. Además de inspirarme esta entrada me parece un libro muy bien traído ya que, alejándose del sentimentalismo que pueden rezumar estas historias un tanto difíciles, los autores se ponen del lado del protagonista, un niño negro que va a visitar a su madre en la prisión.


Si bien es cierto que les he hecho algo de spoiler desvelándoles el final, para mi gusto, lo interesante es el desarrollo de la acción, una que discurre entre el cuaderno de dibujo de Milo y la realidad que le rodea. Su lápiz, a modo de caleidoscopio, perfila los deseos y anhelos de un chaval que intenta posicionarse positivamente, una forma de estasis ante los designios de un mundo cruel.


Optimista y creativo, Milo dibuja todo aquello que se le ocurre en el largo trayecto de metro mientras su hermana vive hipnotizada por su teléfono móvil. Un hombre sin afeitar, una mujer vestida de novia o un niño sin corbata son su inspiración a la hora de inventar las historias que garabatea sobre el papel y que, de un modo u otro, integran al espectador en esa cosmovisión que intenta mutar la realidad. Jugamos a las adivinanzas con él. ¿Quién es quién? ¿Quiénes somos? ¿Quién es él?
Todo se resuelve en la sorpresa final, un golpe de efecto necesario para que, en cierto modo, reverbere un discurso que oscila entre lo esperanzador y la denuncia social gracias a unas ilustraciones coloristas y llenas de vitalismo.


En segundo lugar he elegido Detrás del muro, un libro de Isabelle Carrier (la autora de El cazo de Lorenzo, un libro conocidísimo) y Elsa Valentín que publicó hace años la siempre acertada editorial Juventud para alegría de los monstruos.


El protagonista de este libro echa de menos a papá. Hace tiempo que no prepara lasaña, ni va a la salida de la escuela, ni discute con mamá, porque sencillamente está en la cárcel. Los recuerdos se suceden en su mente hasta que llega el día de visitar a su padre, un momento en parte alegre, en parte desconcertante.


Una mezcla de pensamientos y paradojas que se aúnan en pro de un mensaje complejo (no sé si alguno de ustedes tienen a un ser querido entre rejas, pero se debe experimentar una sensación muy extraña) que se articula sobre unas ilustraciones luminosas aunque silenciosas, expresivas pero contenidas.


Quizá más crudo que el anterior, es un álbum necesario y habitable, porque desde la inocencia y la incredulidad nos habla en primera persona de lo complejidad que nuestros sentimientos. De lo que decimos, de lo que callamos, de lo que vivimos y de lo que queremos vivir.

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