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martes, 30 de abril de 2024

El país del disparate


Queramos o no, la realidad siempre supera a la ficción. Y no es que eche mano de una frase manida, sino que lo corroboro cada día, a cada momento. Y si se trata de España, peor todavía. En este país tan absurdo, como sorprendente, son capaces de proliferar los hechos más inverosímiles. Desde las vecinas de Valencia a las jornadas de reflexión de un presidente narcisista y teatrero, desde Aramis Fuster a Tamara Seisdedos, desde Villarejo hasta Pilar Rahola. Todos son un esperpento.
Sin embargo, este país donde prima la ignorancia y el cachondeo, les presta elevadas cuotas de atención y da credibilidad a su existencia. Vidas ejemplares que, además de alimentar las fantasías ajenas, ven crecer su leyenda gracias a la publicidad y las mediatecas. Porque a los españoles nos gusta la fantasía, la lentejuela, el brilli-brilli y, sobre todo, las penurias.


Cuanta más miseria, mejor. Cuanta más terapia, mejor. Cuantos más ansiolíticos, mejor. 
Ese sufrimiento tan barroco que llena este país desde hace unos cuantos siglos, se mantiene entre una población a la que los móviles y la telebasura se encargan de educar (la escuela adoctrina, no lo olviden). Todo un engranaje donde la lágrima y el escándalo son la gasolina para esa olla a presión que es este territorio donde campa la víscera y lo desorbitado gracias al relato.
Yo hace mucho tiempo que desistí de comprender a esta sociedad en la que vivo. Intento disfrutarla en la medida de lo posible y me alejo de las paradojas en cuanto puedo, no sea que pierda las únicas neuronas que me quedan activas y necesite pedirme la jubilación anticipada en detrimento de esos alumnos que tanto me requieren en esta época tan turbia.


Como yo, la única ficción que entiendo es la de los libros para críos, les puedo recomendar Una historia fantástica, un álbum de Bruno Heitz que acaba de publicar Kalandraka para alegrarnos la primavera.
Como ya nos indica el título, este libro desborda fantasía. Todo empieza con una vaca que se cruza en el camino de un granjero que conduce una furgoneta que frena muy mal. Efectivamente, chocan y todo se pone patas arriba. Así comienza una pequeña comedia de situación donde lo quimérico y el surrealismo se cogen de la mano para tachonar de carcajadas el semblante de los lectores.


Para esta ocasión, el autor francés se ha decantado por figuras de madera a la hora de elaborar unas ilustraciones en las que el contraste entre los elementos y el fondo ahonda en lo animado y vivaracho. Verdes, rojos, azules y amarillos discurren por una historia alocada que juega con nuestro subconsciente más disparatado gracias a onomatopeyas, elementos del pop art y detalles muy sui generis (¿Habéis visto las ubres debajo de la camioneta o el pelaje del lobo?).
Lo dicho, en esta víspera de fiesta nacional, concédanse un ligero descanso y disfruten de una propuesta mucho más simpática que la realidad imperante.

sábado, 27 de abril de 2024

La cultura terapéutica y los libros infantiles


Siguiendo en la línea de lo que estuve hablando ayer sobre esa denuncia social que se hace patente en la LIJ de las últimas décadas, he creído conveniente hablar sobre la llamada "sociedad terapéutica", un concepto que surgió en los años 60 gracias al Cristopher Lasch y se ha afianzado con la entrada del nuevo milenio, condicionando sobremanera la forma actual de escribir y editar libros infantiles.
¿En qué consiste? La sociedad terapéutica tiende a identificar muchos sucesos de la vida como amenazas para el bienestar emocional de los individuos. Cuestiones tan comunes como el fracaso escolar, la decepción amorosa o el rechazo entre iguales constituyen el interruptor que desencadena un sinfín de enfermedades invisibles (léase psico-emocionales) que, según este enfoque, menoscaban la capacidad de las personas para tomar las riendas de su vida.
Frank Furedi, catedrático y analista, apuntó en su Therapy Culture que “la cultura moderna ha convertido en patologías lo que antiguamente no eran más que respuestas emocionales desagradables ante las presiones de la vida. Ha impulsado a los individuos a sentirse traumatizados y deprimidos por experiencias que hasta ahora se consideraban rutinarias”.
Haciéndolo extensivo a la parcela cultural que nos ocupa, podríamos decir que el universo de la LIJ actual, además de acercar cuestiones cercanas a la vida real, también se inmiscuyen en la vida privada. Los libros infantiles son esos terapeutas que intentan resolver problemas que los lectores deberían aprender a solucionar por sí mismos, gestionar sus sentimientos con recursos propios o con la ayuda y/o intervención de adultos reales que conozcan el problema de primera mano.


Padres, abuelos o maestros. Figuras con experiencia propia, los referentes clásicos de la infancia, han pasado a ser sujetos inútiles que necesitan asesoramiento profesional (¡Viva la Supernanny!) o han desaparecido por decisión propia (mucho trabajo, muchas necesidades personales y muchas distracciones), para ser sustituidos por dibujos animados, películas, videojuegos o libros (¡Oh, libro, tú que eres sabio y omnipotente, ayúdanos a criar a nuestros hijos!).
No solo eso… En estos libros, la familia, la amistad o la sociedad se describen como ámbitos violentos, lugares peligrosos para los críos (¿Se han fijado en la cantidad de libros sobre consentimiento que se están publicando últimamente? ¡Ni que la calle fuese el patio de una cárcel filipina!). De esta forma, lo que por un lado parece estar lleno de buenas intenciones, inocula el miedo en unos niños que viven en constante alerta y claman por una vigilancia continuada (¿Dónde queda la libertad, la subversión infantil?) en connivencia con ese superpaternalismo que tan de moda se ha puesto.


Con esto no quiero decir que la terapia no sea necesaria en algunos casos donde hay un trauma real o una enfermedad mental, sino que lo verdaderamente peligroso es el abuso de la misma ante situaciones que no la requieren y que se recetan indiscriminadamente a grandes grupos de población, en este caso la infantil. Si bien es cierto que muchos de estos libros parten de esa pedagogía que llena hogares y escuelas, últimamente se está llevando a un extremo un tanto sospechoso, recordando más al libro de autoayuda, que al mero relato de moralina ejemplificante. Explícitos hasta la médula, sin pluralidad discursiva, estéticamente yermos y poco imaginativos. Prefiero mil veces los libros divulgativos.
Convertir cualquier conducta inconveniente en una patología, aparte de un problema de salud pública, hace a los niños todavía más vulnerables, asustadizos e irresponsables (¿Ven alguna analogía con lo que nos encontramos en la aulas?). Llega el momento de preguntarse: ¿Ese es el futuro que queremos? Yo, al menos, no. Prefiero niños capaces y resilientes, que no se amedrenten ante trabas y afrentas del tiempo, que puedan blandir armas y estrategias personales que les faciliten la vida respetando la de otros.
Sí. Puede que tras esta sociedad terapéutica haya otras intenciones. ¿Humanos más inútiles y manipulables? ¿Controlar y restringir? ¿Tretas de poder? Prefiero no ir más allá. Lo único que tengo claro es que no quiero ver a los niños subyugados, ni a los ansiolíticos ni a los libros.

viernes, 26 de abril de 2024

No a los ismos, sí a lo humano


En esto de la LIJ encontramos con frecuencia cierto compromiso social en el que se abordan cuestiones complejas. La guerra, la inmigración, el racismo, la igualdad entre hombres y mujeres, o la libertad sexual son temas muy recurrentes en los libros infantiles y que invitan a reflexionar a los lectores sobre la realidad que nos rodea con una perspectiva más amplia.
De este modo, y desde ciertos grupos editoriales, se nos venden los libros como armas que laceran conciencias, visibilizan problemas y cambian el mundo. Sin embargo, y aunque moralmente tiene su cabida, siempre me gusta andarme con ojo a la hora de tratar unos temas que pueden ser un arma de doble filo por diferentes motivos.


Si ya es bastante complicada la naturaleza individual, no digamos la sociedad, un sistema complejo que, según sociólogos y estadistas, es muy difícil de caracterizar, comprender y, sobre todo, controlar por la enorme cantidad de variables que subyacen a cualquier conflicto por pequeño que sea.
Imaginen que cierto editor tiene cierto compromiso con los libros de temática LGTBI y decide publicar un libro estupendo sobre las relaciones homosexuales. Tras indagar en el origen de su autor, descubrimos que es alemán y que uno de sus abuelos murió en las cámaras de gas del Tercer Reich. Tiramos más del hilo y resulta que es de ascendencia judía y que su familia cercana decidió mudarse a Israel durante los 90 y es propietaria de una de las fábricas que provee de indumentaria al ejército israelí, el mismo que en estos momentos bombardea la franja de Gaza.
Si en el instante que se descubre el pastel a un lector le da por la cultura de la cancelación y comienza una campaña en contra de la citada editorial por apoyar la guerra, ya la tenemos liada. Si una asociación de gays, lesbianas y otras orientaciones sexuales gusta de meterse en el ajo en defensa del autor, más madera. Y cuando se inmiscuyan en el circo las víctimas del genocidio nazi, ¡¿para qué queremos más?!


Si bien es cierto que la denuncia social es muy respetable, sobre todo desde un planteamiento fáctico en el que los hechos se relatan, también puede levantar suspicacias y nuevos conflictos, pues lo intrincado de nuestra naturaleza social favorece la diversidad de percepciones que suelen establecerse en un flujo multidireccional.
Ante la duda y en estos casos, yo siempre abogo por apelar a lo humano, como es el caso del libro de hoy, que con el título de No, se acerca a las librerías de la mano de Paula Carbonell, Isidro Ferrer y A buen paso.


Todo empieza camino del colegio. Uno al que su amigo no llega. La vuelta a casa también se hace difícil. Todo es un caos y no la encuentran, por lo que deciden pararse en el parque a jugar. De repente llega su madre angustiada y, tras darles muchos besos, les dice que van a jugar al escondite. Aparece un agujero en el suelo, el hambre y la sed. ¿Los encontrará su padre algún día?


No se adentra en la historia de dos hermanos que ven su vida cotidiana truncada por la guerra desde una perspectiva muy infantil. No hay muertos, no hay armas, ni cruentas batallas. Todo sucede en un escenario donde dos figuras de madera, elementos con geometrías angulosas y la luz tenue, sobran para construir una narración sobrecogedora. Con pocas palabras, este álbum casi silencioso, nos deja mudos. En él no se ahonda en los detalles. Las voces infantiles, la parquedad y una sobria puesta en escena son los recursos narrativos esenciales que propician esa atmósfera triste y solemne.


Amplios espacios, una tipografía cambiante y detalles turbadores (fíjense en esa escalera rota o el diámetro del agujero). Todo parece haber sido medido al milímetro para despertar un diálogo complejo con los lectores. Suspense, dramatismo y vaivenes emocionales que descubrimos en esta lectura sosegada donde, alejada del ruido de otros títulos antibélicos, nos encontramos con ese cariño familiar que eclipsa el desastre de las bombas.

martes, 23 de abril de 2024

El ocaso de los libros y la lectura


En las últimas semanas me he topado con numerosas publicaciones y artículos, casi todos en inglés, sobre el fin de la lectura. Aunque puede resultarles una cuestión un tanto absurda y apocalíptica, para un servidor no lo es tanto, pues tras haber participado en varios foros de lectura durante estos meses, me parece un tema bastante interesante. Como hoy es el Día del Libro, he creído conveniente hacerles llegar algunas cuestiones que no estaría mal sopesar en pro del debate, no solo en torno a la figura del libro, sino también en torno a la lectura como vía de adquisición cultural/intelectual.
Decía mi padre hace unas semanas que si la escritura terminó el siglo pasado, la lectura terminaría en este. Yo me quedé estupefacto, pero me puse a darle a la manivela. Me acordé de Bloom y su canon, de muchos estudios parecidos, y me vinieron a la cabeza los últimos grandes autores del siglo XX y cuyo parangón todavía no han alcanzado los del XXI. ¿Llevaría razón este hombre que tanto piensa y tan poco dice? ¿Y la lectura? ¿Qué pasará con ella? Hagamos una radiografía del contexto español…


Un primer dato. Según apunta el Anuario de estadísticas culturales del 2023, en los hogares españoles el gasto en libros y publicaciones periódicas ha disminuido a la mitad desde el año 2006 (alrededor de 100 euros por persona) al 2022 (47,9 euros por persona). A pesar de iniciativas como el bono cultural juvenil o la bajada del IVA que sufrió el libro a partir del 23 de abril del año 2020 (al 4%), los españoles compramos muy pocos libros.
Aunque son pocos datos y el sesgo es evidente, en un primer análisis podríamos decir que el interés hacia el libro como producto de consumo ha disminuido notablemente en los últimos años, precisamente cuando, y de forma paradojica, ha dejado de considerarse un bien de lujo (les recuerdo que hace unos años tributaban al 21%).


Evidentemente hay un sesgo muy importante en el que entran en juego las adquisiciones institucionales (gran parte del negocio editorial español está subvencionado por el estado de una u otra forma), las consideraciones personales (¿los libros de texto y los temarios de oposiciones entran en la categoría de libros?), las paradojas culturales (otro gallo nos cantaría si alejáramos al libro de las élites intelectuales y las fiestas de guardar) y las necesidades nacionales (¿para qué gastarnos el dinero en libros pudiendo invertir en aceite de oliva, ropa vacilona, cubatas y farlopa).


Y ahora, sobrevolemos el ecosistema lector tomando como punto de partida el conocidísimo Informe PISA en su edición del año 2022... Si bien es cierto que los estudiantes españoles se encuentran en la media de la OCDE en materia de lectura, hay que decir que su rendimiento es menor, lo que se traduce en una práctica menor de la lectura diaria. Es decir, el alumno español lee menos (y eso que las horas de sol y las distracciones mediterráneas siempre han sido las mismas), como le pasa al resto los participantes en el estudio.


También hay que hablar del avance de la cultura digital y las nuevas herramientas de entretenimiento. Tablets, móviles y ordenadores han generado un nuevo ocio que aleja al ser humano de la lectura. Como en el resto de países avanzados, la cultura de la imagen y los medios digitales suponen una afrenta a la lectura, no solo por su carácter lúdico, sino por permitirnos un acceso a la información mucho más sencillo, dirigido y sesgado. Por otro lado, tenemos el libro digital que, al minimizar los gastos de imprenta (más barato), mejorar la interfaz del usuario (por ejemplo, puede adaptar el tamaño de letra) y facilitar el almacenaje, ha provocado que haya crecido cuatro puntos en los últimos años, situando su uso en el 24,4% del total. Algo a lo que no permanece ajena la escuela, un ámbito en el que se está generalizando gracias al empeño de familias, profesores y gobiernos (¡Menos mal que los nórdicos están volviendo al papel…!).


Pues sí, pueden decirlo: ¡Objetivo conseguido! Microsoft, Google y Meta controlan nuestras vidas y, sobre todo, nuestros datos. Unos con los que no solo mercadean con las grandes corporaciones, sino con los que también alimentan a la llamada inteligencia artificial (IA), esa que, no solo supone un riesgo para los creadores, sino también para los lectores.
¿Por qué? Se preguntarán ustedes. ¿Qué tiene que ver la IA con el declive del libro? Si comparamos la vida del libro, una herramienta fundamental para el progreso humano (alrededor de 600 años… ¿Se acuerdan de Gutemberg?), con la de los chips de silicio, las primeras supercomputadoras y la IA (apenas unas décadas), podemos hablar de una aceleración considerable en términos de progreso. Por ello, si mantenemos el libro, ¿acaso no estaríamos involucionando? Es muy posible que el libro, como método dominante de adquisición de conocimientos, acabe prácticamente muerto dentro de 25 o 30 años. ¿Acaso no han visto las bibliotecas escolares de los centros de secundaria de media España?


¿Quiere decir esto que no vayamos a leer nunca más? No. El objeto libro se puede mantener como un objeto cultural residual dedicado, principalmente, a desarrollar las habilidades lectoras en edad escolar, y en círculos académicos y profesionales. De hecho, es lo que estamos viendo en las últimas estadísticas sobre producción y venta de libros infantiles y juveniles (es el único sector que ha crecido dentro de la industria). Algo muy lógico teniendo en cuenta que la lectura instrumental es básica en la educación primeria y secundaria, sobre todo como herramienta para desarrollar otras competencias.


No obstante, y volviendo al panorama tecnológico, hay algo de la IA que juega a favor del libro. ChatGPT, Gemini o Vertex se nutren de los datos existentes para generar nuevos contenidos. Si no los alimentamos, llegará un momento en el que verán decelerada su producción. Entonces, ¿podemos parar de crear y depender exclusivamente de ellas? Según algunos expertos, no. Si estas herramientas se alimentaran de sus propios metadatos, no podríamos confiar en los generados, lo que quiere decir que necesitan de la creatividad humana, se traduzca en forma de libro o no, para contribuir al progreso.
También hay que tener en cuenta que no solo la industria del libro se alimenta de la ficción, sino que en muchos casos, se traduce al lenguaje audiovisual en forma de películas y series. Es decir, el libro sigue siendo necesario en un mercado que interacciona entre sí y que está muy en boga durante los últimos años con las plataformas digitales.


Y después de darle vueltas a un tema del que poco se habla pero que puede modificar todo el ecosistema de la lectura, e invitarles a dar su opinión sobre lo aquí expuesto, les deseo un feliz Día del Libro ¡manque pierda!

lunes, 22 de abril de 2024

¿Ficción o no ficción? Una pequeña reflexión y nueve álbumes divulgativos


Todos los monstruos sabemos que el álbum es bastante difícil de clasificar, no solo por el tamaño, la forma, el tipo de encuadernación, el número de páginas o la relación entre el texto y las imágenes. También hay que tener en cuenta el contenido. Si bien es cierto que una manera clásica es discernir entre ficción y no ficción, esto a veces también es complicado, pues entran en juego los libros híbridos. Léase historias inventadas donde irrumpe la imaginación que son aprovechadas para introducirnos en temáticas que merece la pena conocer.
Un ratón que acompaña al primer hombre que pisó la luna, personajes de cuento que nos explican las profesiones o disparatadas lombrices que recopilan un manual sobre su propia vida. Así funcionan unos álbumes que, además de entretener, enseñan sobre historia, matemáticas o física. 
Lejos de centrarme en estos tipos de álbumes (tienen por ahí lecturas monográficas con mucha sustancia), me preguntaba hasta qué punto este tipo de creaciones son espacios ambiguos para un lector que a veces no tiene la capacidad de discernir entre  ficción y realidad. ¿Cómo de conexas son las relaciones que se establecen entre los elementos de un álbum híbrido? ¿Generan un proceso creíble dentro de un contexto fantástico o por el contrario pueden inducir a error? ¿Alguna vez se han encontrado con algún problema al leer un libro de estas características?
Ansioso de conocer sus opiniones y experiencias (la verdad es que nunca he tenido el placer de acercarme a lectores de este tipo de producciones), aquí les dejo unos cuantos títulos que, en mayor o menor grado, responden al esquema que presento en este post de hoy. Espero que los disfruten.


Pato Mena y Oyemathías nos brindan Manual para piratas, un álbum que ha publicado Flamboyant esta temporada. Concebido como la continuación de una serie que empezó con Manual para espías, en esta ocasión los autores se centran en bucaneros y lobos de mar.


Diferentes epígrafes sobre las partes de un barco, nombres legendarios de la piratería, oficios marineros, e incluso un recorrido por la historia de esta actividad, se recogen en un álbum donde encontramos muchos elementos ficticios, propuestas lúdicas y pasatiempos con los que los pequeños lectores pueden descubrir un mundo de canallas apasionante.


Lleno de animales personificados y situaciones divertidas, este libro encuentra una forma muy interesante de acercarse al público infantil de manera entretenida sin olvidar un contenido que enganche (¿Quién no ha querido ser alguna vez John Silver?).


El maravilloso, singular y sorprendente libro de San Jorge es un álbum de Jaume Copons y Liliana Fortuny con la colaboración de Noa Sauer (Combel) que se centra en la figura del mítico santo.


Con un formato a caballo entre el álbum, el cómic y el manual, este libro nos presenta montones de curiosidades basadas en este personaje. La tripa se divide en cuatro capítulos. Uno sobre los datos históricos, otro centrado en la leyenda de San Jorge y el dragón, un tercero sobre la celebración de su onomástica, y una última parte que incluye una serie de instrucciones para luchar contra un dragón.


Sintético y bien simpático, me ha parecido un libro muy dinámico. Tipos de celebraciones, cómo se dice Jorge en turco, árabe o húngaro, de quién es patrón, o la diferencia entre el Jorge de los romanos y el Jorge medieval. Un libro pequeñito pero matón.


Ayesha L. Rubio publica en Errata Naturae Los guardianes del bosque, un libro a todo color que, partiendo de un proyecto personal, nos interna en una fábula sobre la necesidad de proteger el medio ambiente.


Todo empieza cuando las máquinas irrumpen en el bosque y empiezan a talar los árboles. Mientras los animales huyen, el protagonista se echa a dormir en el tronco hueco de un árbol. De repente, aparecen en escena Artemis y Kutkh, que, con una pizca de magia, le muestran algunas de las maravillas que presenta la naturaleza. Le hablan de las bonanzas de los insectos y los primates, sobre el plancton y las abejas. También de las atrocidades que está cometiendo el ser humano.


Además de explayarse con el discurso conservacionista, la autora se recrea con la flora y fauna de muchos ecosistemas. Plantas, animales y personajes muy espirituales se funden en una abrazo muy colorista sobre lo natural y sus engranajes.


Cactus, escrito por Noemí Fernández Selva y Sara Gómez Aguilar, ilustrado por Robert García y publicado por Bindi Books, nos acerca a una historia con cierto trasfondo emocional utilizando para ello las características más evidentes de estas plantas de climas áridos.


El protagonista de este álbum vive en un parque. Se siente un poco triste porque nadie se acerca a él. Todo el mundo está atareado con sus móviles y otras plantas más vistosas. Sin embargo, él los espanta con sus espinas. Por más que lo intenta, nadie se quiere acercar a él. Hasta que un día, con la aparición de una flor muy efímera, hace un amigo que le aconseja investigar sobre sus espinas.


Con una ilustraciones muy dinámicas y un personaje entrañable, los autores nos despiertan la curiosidad por unas plantas que a primera vista pueden parecer nada amigables, pero a las que la naturaleza ha dotado de unas adaptaciones inmejorables y pueden servir como espejo a críos con algún complejo.


Seguimos con un álbum de Chloe Savage que lleva por título En busca de la medusa gigante ártica (editorial Andana). Cuenta la historia de la Dra. Morley, una oceanógrafa que siente pasión por las medusas y ha pasado toda su vida con encontrar una especie legendaria que nadie ha visto jamás, la medusa gigante ártica.  Un día, ni corta ni perezosa decide embarcar a todo su equipo en una expedición para dar con ella. ¿La encontrarán en las gélidas aguas del polo norte?


En este libro se representa una expedición científica en toda regla. Un buque oceanográfico con todas sus dependencias (me encantan esos croquis internos del barco), los quehaceres diarios de la tripulación y un  buen puñado de animales acuáticos como los narvales, las focas o las ballenas beluga. A rebosar de detalles que seguro que inspiran  a más de uno, el libro se adentra en el día a día del trabajo de campo. 


Al mismo tiempo, la autora hace gala de su virtuosismo con las acuarelas para recrear escenas y paisajes donde las banquisas de hielo y el azul del océano se entremezclan con las auroras boreales, para ofrecernos un texto enriquecido visualmente con técnica y estética. Eso sí, no hay que olvidar que, como cualquier otra profesión, la de un científico también puede ser frustrante, una realidad en la que la no ficción también juega un papel esencial.


Entra en escena El Big Bang y otros pedos. Un pasado explosivo. Escrito por Daisy Bird e ilustrado por Marianna Coppo, este álbum editado en castellano por Andana se centra en una serie de ventosidades muy naturales que, abriéndose camino a través de las páginas de este libro, nos narra hechos históricos a base de humor escatológico.


Ambientado en el momento televisivo que disfrutan una familia de roedores, los lectores pueden conocer cómo nació el universo, porqué la esfinge de Keops no tiene nariz o porqué la Mona Lisa aparece con cara de seta en el famoso cuadro de Da Vinci. La idea, muy jocosa, interpela a los espectadores que necesitan de un adulto que les ofrezca una visión real sobre estos fenómenos.


Un juego, una vuelta de tuerca a la historia que, si bien lleva al extremo esta relación entre ficción y no ficción, abre una puerta muy sugerente a este tipo de álbumes que establecen un sorpasso entre realidad con imaginación y nos hacen dudar sobre la credibilidad que le damos al libro como agente cultural de primera magnitud.  


Babulinka Books acaba de publicar La primera ostra, un álbum de Tina Vallés y Núria Solsona. En este álbum, las autoras catalanas nos cuentan la historia de una ostra muy miedosa que vive en el fondo del mar. Un día, se le ocurre abrir su concha y de repente, un grano de arena se cuela en su hogar. Viendo que no lo puede echar de allí, empiezan a convivir y darse cariño, hasta que de repente, sucede algo sorprendente.


Con ternura, personificaciones y algo de magia, este libro nos cuenta una fábula explicativa sobre el proceso de formación de una perla. Para ello, no solo se sirve de la narrativa, sino que también incluye un pequeño apéndice científico que nos habla de la anatomía, las costumbres y el ciclo de vida de estos moluscos bivalvos tan apreciados en gastronomía y joyería.


Seguimos con La gota perdida, un álbum de Grégoire Laforce y Benjamin Flouw que acaba de editar CocoBooks. Nos cuenta la historia de Iris, una gota de agua que, recién caída del cielo, que escurre sobre la tierra hasta llegar a un río, por el que realizará un largo viaje en el que descubrirá los entresijos de su propia existencia.


Con una puesta en escena muy vistosa, los autores nos sumergen (nunca mejor dicho) en el mismísimo ciclo del agua, un flujo circular donde este compuesto al que los seres vivos debemos tanto, adopta diferentes estados gracias a la energía sempiterna del sol y la concatenación de diferentes depósitos. Ambientada en una época muy sugerente para la infancia (los grandes saurios del Mesozoico siempre son un plus), ayuda a afianzar el concepto de tiempo geológico.


Acompañado de una infografía final muy completa, este libro que utiliza la personificación como recurso narrativo, además de libro de consulta, puede servir (se me ocurre) para establecer paralelismos biográficos y explorar otros itinerarios de lectura.


Por último, mi favorito de toda esta serie. Y es que El libro más divertido de todos los vehículos, el nuevo título de Tom Schamp nos hace un exhaustivo recorrido por la historia de los medios de transporte con su característico toque humorístico.


Cuadrigas, carromatos, diligencias, calesas, trenes de vapor, camionetas, woodies o bicicletas. El autor flamenco dedica cada doble página de este nuevo tomo de su particular enciclopedia a un medio de transporte sobre ruedas. Infinidad de ilustraciones que se entremezclan con sus ya característicos personajes animales, datos históricos curiosos y comentarios ficticios que le dan un toque muy apetecible.


Pasajes bíblicos, la gran muralla china, calzadas romanas, el caballo de Troya, los tres bandidos de Ungerer, trenes de leyenda como el Orient Express, el metro de Londres o un catálogo de coches de policía. Recomendadísimo para taxistas, camioneros y mecánicos de ayer, hoy y siempre.

sábado, 20 de abril de 2024

¿Libertad? ¿Dónde?


Lo que más me gusta de este blog, es que puedo decir lo que me apetezca. No sin consecuencias, claro está, pues ya saben ustedes que, quien dice lo que no debe, oye lo que no quiere. Y yo no voy a ser menos. La independencia tiene esas cosas y uno tiene que sopesarlas previamente.
Hay gente que prefiere cerrar el pico y seguir medrando a la chita callando. Y otros que, opinando, nos ponemos la soga al cuello sin haber dicho tanto. Todo depende de nuestras convicciones y de lo dispuestos que estemos a limpiarnos el culo con ellas. También del tacto y las intenciones, pues a veces hablamos sin maldad, por mero divertimento, y la piel fina de los demás nos juzga sin piedad.
Por mi parte, odio la tibieza, a ese tipo de personas que juegan en todos los bandos. No te miran a la cara, dicen y se desdicen, corruptos y taimados, tan esclavos y abundantes... Prefiero mi canto aunque suene vulgar. Al menos trina en libertad.

Cuando una canción
sale de un pico,
de un hocico
o de una boca,
nadie puede sospechar
lo que ocurre
con sus notas.

Podrían pasar de puntillas,
invisibles,
como si tal cosa.
O podría suceder
que se vuelvan contagiosas.

Quién sabe qué decía
la canción del pájaro toc.
De lo que no hay duda
es que su canto
sobrevoló cada rincón.

Y es que,
si la tonada
es pura y verdadera,
no hay muro que la detenga,
ni rejas
ni barreras.

Fran Pintadera.
La canción que voló.
En: La canción del pájaro toc.
Ilustraciones de Anna Font.
2024. Barcelona: Akiara Books.