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viernes, 10 de octubre de 2025

Leer en los susurros


A veces leo libros que no alcanzo a escuchar con claridad. Unas veces me susurran muy bajito. Otras hay demasiado ruido. Y entre unas cosas y otras me pierdo entre las palabras que los arman. Y no es que no digan nada, pues dicen muchas cosas que te impregnan con fuerza, solo que, como si de otra lengua se tratase, no te envuelve la evidencia. Y piensas que la nitidez es un lastre, pero también un regalo, el de entenderse con la mirada a través de la niebla.


El de hoy es uno de esos libros que te habla claro y fuerte pero que no logras descifrar completamente. Sabes que en él hay tristeza, hay ensimismamiento, hay aislamiento. Pero también cariño, comprensión y una pizca de esperanza. Quizá ese sea el misterio de la poesía, alcanzar a todos gracias a un idioma ininteligible.


María José Ferra y Mariana Alcántara nos dan una lección narrativa que habla y cuenta, pero que también calla y silencia. Aves enjauladas, paciencia bordada en rojo, mucho espacio, sombras misteriosas, abrazos que consuelan, guardas peritextuales… Todo se articula para que cualquiera lea a su manera, pero todos alcancemos la esencia.

Soplo y despierto al único habitante del lugar.
No lo sabe, pero soy yo quien dibuja las nubes
y las cuelga sobre su cielo con un alfiler.

Yo, el que cada día, imagina una ventana para él.

Dentro de mis lágrimas hay peces blancos
que confunden el agua con el aire.

María José Ferrada.
En: La soledad de los peces.
Ilustraciones de Mariana Alcántara.
2025. Diego Pun: Santa Cruz de Tenerife.

miércoles, 8 de octubre de 2025

¿Espíritu crítico? ¿Dónde?


Este año me toca impartir una nueva asignatura. Investigación y desarrollo científico, que así se llama, consiste en desarrollar en los alumnos el pensamiento científico y ya se pueden imaginar ustedes que, con la juventud que tenemos, la cosa está difícil.
Yo siempre parto de dos premisas: la curiosidad y el espíritu crítico. Lo primero es intentar que ellos mismos se planteen sus propias hipótesis en base a cuestiones o evidencias fácilmente observables. A ojos de la ciencia, el mundo que nos rodea, la realidad es la única forma de alcanzar la verdad. El método científico dixit y así lo llevamos haciendo desde hace siglos. Es la parte que no se les da del todo mal. Lo peor se refiere al espíritu crítico…


A pesar de lo espabilados que son, tienen los ojos muy llenos de pan. La verdad es que ellos no tienen la culpa, sino más bien una sociedad que ha caído en picado gracias a una degradación educativa sin precedentes. La lectura instrumental ha caído en picado. El libro ha quedado relegado a un segundo plano, en parte, gracias a una administración subyugada a los intereses económicos de las grandes multinacionales. Ni textos académicos, ni periódicos. La diversidad de opiniones se ha esfumado porque la información procede de espacios completamente dirigidos como las redes sociales o plataformas digitales como YouTube (si los de mi época nos quejábamos de la televisión, agárrense los machos con Instagram o TikTok que dependen de algoritmos mucho peores). Y para más inri, aparecen unas tecnologías supuestamente facilitadoras. ChatGPT y otras “inteligencias” merman la resolución de problemas y la autonomía en el aprendizaje, minimizan el debate, así como la interacción entre ellos y crean nuevos sesgos (intencionados) u errores.
Por si todo esto fuera poco, no se olviden de cómo se han criado estos chavales: hiperprotegidos e hiperconsentidos. En definitiva, hay poca humildad, todo un lastre para esta faena de lo reflexivo, donde no hay cabida para los egos y las superstars de poca monta.


Estas son las razones por las que cada vez más valoro los libros que nos invitan a explorar senderos desconocidos. Y si lo hacen desde un punto de vista poético, como es el caso de La fábrica de las preguntas, mejor que mejor. Este álbum de María José Ferrada e Isidro Ferrer que acaba de ver la luz gracias a la editorial A buen paso, nos plantea un cuestionario muy juguetón al tiempo que explora el mundo a través de un puñado de animales. Pues como bien apuntan ellos La fábrica de las preguntas aparece a veces en un zapato y otras, entre las flores de la maceta.


Un ratón, un pato, un murciélago, un conejo, un zorro o un tigre se interrogan sobre hechos muy dispares. ¿Las pulgas extrañan el sol durante el invierno? ¿Toman leche las estrellas? ¿Suspiran las cerezas? o ¿Cómo sabe el gusano que hay una casa dentro de la manzana? Preguntas con respuestas de todos los colores y sabores que atraviesan la mente de lectores y espectadores gracias a un juego discursivo que combina dos lenguajes.


Por un lado, nos interpela de manera directa gracias a las palabras y por otro, también lo hace indirectamente gracias a unas imágenes elaboradas a base de collages con recortes de papel, cartón estampado y madera pintada que dibujan las figuras de veinte animales más o menos evidentes a los que ponerle nombre. Formas orgánicas e interrogantes líricos que nos sugieren y nos empujan a examinar el universo de las ideas, uno que suele permanecer apagado si nadie pulsa el interruptor.

jueves, 2 de octubre de 2025

¡No me des gato por liebre!


Llevo muy mal que me engañen, sobre todo a la hora de hacer la compra. Eso de que te gastes un dineral en unos tomates esperando que sepan a gloria y cuando les hincas el diente te encuentras con el sumum de lo insípido me saca de mis casillas. O cuando la dependienta te promete que esa camiseta que miras con recelo no va a encoger ni en agua hirviendo y a los dos lavados parece el top crop que llevaba Britney Spears en el parvulario. Y si no, los móviles y derivados…


En definitiva, hay que andarse con mucho ojo porque, a la menor distracción, te la meten doblada. Y no es que yo desconfíe de los comerciantes, pero me gusta estar informado y sopesar pros y contras. Como dice mi padre, soy muy mirado, sobre todo porque me cuesta mucho trabajo ganar cuatro duros, como para que llegue un tendero y se aproveche de mí. Al menos, espero honestidad. Y si no, que se preparen…


Lo primero es que un servidor, con sus cuartos va donde quiere. No le rindo pleitesía a nadie por muchos años que sea cliente suyo. Si reincide en sus amaños y apaños, que se olvide de mí. Lo segundo es que ya sabe el que me conoce, que rostro tengo y lenguaraz soy un rato. ¡Ay de ti si me vendiste los mejillones en mal estado, la silla coja o el reloj escacharrado!


Eso sí, cualquiera puede errar o equivocarse y con una disculpa y buena disposición, el entuerto puede enmendarse. Hay veces que muchos productos vienen defectuosos desde la propia fábrica y procede el cambio, otras que los alimentos no son lo que parecían y hay que compensar al cliente o que simplemente ciertos objetos no son lo que esperábamos cuando los sacamos de la caja y queremos cambiarlos por otros.


Precisamente en esto se basa el ¡Ay, caramba! de Michael Rosen y Helen Oxenbury, un libro con mucha sorpresa y guasa que acaba de publicar la editorial Ekaré en nuestro país. En este álbum, un chavalín va a la tienda a comprar zanahorias y tras esperar una hora, el dependiente le entrega un paquete, pero cuando llega a casa y lo abre ¡se encuentra un loro que no para de parlotear! Más tarde quiere hacerse con un sombrero, pero al abrir su envoltorio se da cuenta de que es un gato que maúlla. Así, los equívocos se suceden una y otra vez, hasta que la casa del protagonista parece un zoológico en el que los animales se llevan a matar. ¿Qué hará para solucionarlo y al mismo tiempo recuperar todo lo que ha ido a comprar?


Los creadores del mítico Vamos a cazar un oso, nos sumergen esta vez en una historia acumulativa donde una concatenación de errores convierte el resultado en un desastre monumental bien simpático. Gracias a rimas sencillas, onomatopeyas animales y los juegos de adivinanzas que esconden las páginas (N.B.: Aparte del objeto-libro ¿se han fijado en las pequeñas pistas que sobresalen de cada paquete?), este álbum con frases mágicas incluidas (Me imagino a todos los niños repitiéndolas, e incluso cambiándolas a su antojo, y reboso de felicidad) es una apuesta inmejorable para prelectores y primeros lectores que quieren jugar e interactuar con las palabras y el disparate.


Ilustraciones de corte clásico que nunca pasan de moda, guardas peritextuales, la alternancia de imágenes enmarcadas y otras que no (les dejo que piensen su efecto en la lectura), fauna doméstica y no tan doméstica (¡Peligro, peligro!), una caracterización inmejorable de todos los personajes (fíjense en los gestos de humanos y animales y esbocen una sonrisa) y el acto cotidiano de hacer recados (¿A qué niño no le gusta ir a comprar el pan o la fruta con las manos llenas de calderilla?) convertirán este álbum en el favorito de muchos lectores. Yo incluido.