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sábado, 8 de marzo de 2008

¡Música, maestro!


Últimamente estoy algo desbocado, parezco un hombre orquesta que mucho suena y poco produce… ¿Será el amor que flota como las semillas de los chopos? ¿O quizás el aumento de las temperaturas?... Sintetizando: ni amor, ni calor, será una mera postura para no aburrirse sin caer en la desidia. Como diría Shakespeare, mucho ruido y pocas nueces… Aunque más que ruido, escucho música.
Hablemos de música. He tenido dos amores musicales en mi vida, uno de cuerda y el otro de viento, registros de guitarra y escalas de saxofón. El uno tímido, otro soñador. Disloque mental ambos y ninguna conclusión… Eso sí, si de buenos corazones hay que hablar, hablemos de esos dos. Imprecisos, inconclusos, herméticos y algo eclécticos: un cúmulo de circunstancias nada desdeñable. La música es así: imprevisible, íntima, fugaz; en cualquier lugar se puede disfrutar de un acorde o un arpegio, ningún sitio está exento de fusas, ni de claves de sol. Hay variedad de sitios donde puede encontrar un sostenido: en su bolsa de la compra, en esa sonrisa escueta del dependiente… ¿Por qué no en las colas del banco?


Siempre la tengo presente en mi vivo mundo. Escucho música en las cacerolas, en el rechinar de vasos y tenedores, sobre todo cuando mi madre arma un trajín culinario. Y entorno los ojos gracias a los sonidos del reloj del vecino, ese compás binario que me ayuda a mecer los sueños... El tocadiscos que tanto venera mi padre, ese que trepida al paso del vinilo y nos hace girar hacia años pasados con una canción olvidada, algún que otro jazz y mucho flamenco. Y por qué no hablar de la música de las palabras, de esa voz cantarina que tiene la panadera, de los susurros de mis alumnos al comienzo de la lección, del recital en el patio de recreo al son de los amores adolescentes.
Las palabras trinan, gorjean, silban, tararean, frasean, enlazan y concluyen. Y no sólo las palabras que suenan, también las que son leídas, nos trasladan al mundo sonoro, al espacio musical. Cómo ejemplo de este viaje al universo de la melodía me apoyaré en los versos de Miquel Desclot, sus adivinanzas orquestales, sus musicales mundos de bombo y platillo. Hablo de ¡Música, maestro!, el título con el que este autor ha cosechado numerosos premios y alabanzas, ya que consigue acercar el mundo de los instrumentos musicales, de los ritmos y el sonido a todo aquel que se atreva a leer sus rimas orquestadas.


En un principio, este artículo, estaba dedicado a la obra de Desclot, pero en loor a la casualidad, he de recomendar un título recientemente llegado al mercado, La fuga de Pascal Blanchet, álbum ilustrado de tapas blandas que supera con creces las usuales treinta y dos páginas y que se aproxima al formato de la novela gráfica. Obra de impecable factura que utiliza el recurso de otros álbumes como El hilo de la vida o El ángel del abuelo para hacer el recorrido de la historia sobre una banda sonora repleta de guiños a la música de los cincuenta y sesenta. En resumen: sencillo y melódico.
A veces las palabras hablan de ciertas cosas que creemos imposibles de expresar, pero otras veces, la cadencia de las letras, de nuestras oraciones, vuela en el canto del viento para llenar el mundo de canciones, de música.

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