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martes, 13 de mayo de 2008

El ocaso de lo sublime

Charles Lyell

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Frances Hodgson Burnett

Definitivamente, la capacidad del hombre para establecer relaciones sociales es una característica evolutiva (qué afirmación categórica acabo de emitir gracias al aparato fonador…). No es que utilice el Darwinismo Social para justificar mis observaciones, pero es un buen arma para establecer hipótesis si la esgrimes correctamente… Entonces, ¿el amor es evolutivo, los celos son un mecanismo adaptativo y la promiscuidad una forma de hacerle frente a la dilución de la información genética? Todo es posible, dependiendo del prisma con el que se estudie el problema. Una de estas lentes, que cambian el aspecto de las cosas, que las agrandan o las empequeñecen a su antojo, que las velan de tono azulado o las colorean dependiendo de donde proceda el foco luminoso es, sin duda, la Teoría Evolutiva.
Y pensarán mis lectores: ¿Con qué cuento chino –hablando de cuentos…- nos va a deleitar este energúmeno ahora…?
Y aquí mi respuesta: he decidido amargar la existencia de todo aquel que siga esta secuencia de palabras mediante una mera divagación sobre la relación entre la Teoría de la Evolución Biológica y la Literatura Infantil y Juvenil que, aunque no lo parezca, existe.
Seguramente, el reinado de Victoria I de Inglaterra, fue una de las épocas más prolíficas de la Historia Europea, y no sólo a nivel cultural, sino también a nivel científico y tecnológico. Durante la época victoriana se desarrollaron las teorías que cambiaron, sobre todo, los paradigmas de las Ciencias Naturales (Biología y Geología), entre las que brillaron las de Charles Lyell –padre del Uniformismo- y Charles Darwin (sin comentarios). También, mucho estudiosos de la literatura, sobre todo infantil, consideran dicha época (la mayor parte del siglo XIX inglés) como una de las más prolíficas. Desde Peter Pan, pasando por cualquier obra de Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro), y terminando en El jardín secreto (su autora en la segunda foto), hasta otros autores anteriores que también tuvieron su influjo en esta etapa histórica, como Oscar Wilde (El fantasma de Canterville o El príncipe feliz), Lewis Carroll -Alicia en el País de las Maravillas- o Dickens, desarrollaron las obras que por antonomasia han alimentado los sueños de muchas generaciones.

Estos dos mundos, el literario y el científico, y su contribución a las diferentes disciplinas, también comparten una realidad hoy día, que no es otra que el ocaso de su hegemonía. Por un lado, la visión evolutiva de Darwin está siendo enormemente enjuiciada a tenor de los nuevos descubrimientos científicos, como pueden ser aquellos que consideran la transmisión lateral de genes, es decir entre especies muy separadas filogenéticamente, la existencia de genes como los Homeobox que establecen patrones morfológicos combinatorios o el carácter preadaptativo de la mutación (impensable desde el punto de vista del neodarwinismo imperativo del siglo XX). Por el otro, la literatura que encandiló a muchos de los niños que hoy día son abuelos, está aparcada hoy día en muchos estantes polvorientos, carente de interés para los lectores principiantes. Peter Pan, el Capitán Garfio, Alicia, el Sombrerero Loco o la golondrina que acompañaba al Príncipe Feliz se están convirtiendo en meros espejismos casi anecdóticos que empiezan a engrosar páginas antiguas de nuestra Literatura Universal, a los que restan importancia infinidad de personajes sin carácter propios de títulos pseudos-literarios de usar y tirar.
A pesar de todo ello, hay una cosa cierta, la contribución al engrandecimiento de la Humanidad por todos ellos ha sido inmensa, bien por arrancarnos una sonrisa, explicarnos el miedo ante el peligro, ayudarnos a conocer nuestro origen,… o, lo que es más importante, hacer más agradable nuestra propia existencia.

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