Hace unas semanas fui invitado como ponente a un curso dirigido a bibliotecarios. Versaba sobre la colaboración biblioteca-escuela, todo un hito, ya que es una de las grandes tareas pendientes entre la Educación y la Cultura. Al principio me dije, “Román, ¿qué coño haces aquí?”, puesto que no sabía qué podía aportar (NB: Ha de comprender el lector que, un maestro, rodeado de gestos serios y extrañados por parte de una buena representación del ámbito bibliotecario -esa era mi percepción-, sintió verdadero pánico escénico…). Más tarde, conforme pasaban las horas, me sentí mucho más capaz, menos bicho raro… Expliqué la realidad de la escuela, sus puntos débiles, sus armas eficaces, di unas pinceladas sobre su gestión, de su estructura, acerca de los que allí trabajan…, cosa que, según me comentaron después, les había parecido muy productiva. Que ellos, bibliotecarios, hubiesen aprendido algo sobre mi mundo, no les abría la puerta de par en par, pero sí les anunciaba un sendero débilmente iluminado. Y me alegro porque, dejando a un lado todos los planes de colaboración desarrollados por esta o aquella administración, esa fue la verdadera cooperación entre la biblioteca y la escuela: ellos y yo, yo y ellos.
Esta situación me hizo recordar a uno de esos pioneros en el trabajoso arte de llevar los libros a la escuelas (no le resultó demasiado difícil puesto que era maestro), Gianni Rodari. Creador del binomio fantástico y autor de Cuentos por teléfono, Cuentos escritos a máquina, El libro de los por qué, Los enanos de Mantua y Cuentos para jugar entre otros, durante toda la década de los 60, recorrió las escuelas de Italia, no sólo para contar sus historias, sino también para responder las preguntas formuladas por los alumnos. De ese enriquecimiento mutuo, nació su imprescindible Gramática de la fantasía, que como dijo el propio Rodari, Espero que estas páginas puedan ser igualmente útiles a quien cree en la necesidad de que la imaginación ocupe un lugar en la educación; a quien tiene confianza en la creatividad infantil; a quien conoce el valor de liberación que puede tener la palabra.
Hola Román, me gustan tus reflexiones en voz alta. Un saludo, aquí tienes un lector fiel.
ResponderEliminarUn pequeño apunte de una traductora y maestra de Infantil que disfruta siguiendo tu blog: se te ha colado una h intrusa en "abría la puerta".
ResponderEliminarY ya que estamos, aprovecho para darte las gracias por el trabajo que realizas y que amablemente compartes.
Un saludo,
Ani