Tenía cierta compañera en la facultad. Sandra. Era buena chica. Si pudiera destacar algo de ella (no suelo juzgar tan gratuitamente, ya que lo mío es cobrar), me remito a uno de mis recuerdos… Uno, cuando se dedica al estudio del planeta que habitamos, su medio físico, los seres que lo pueblan, viaja y contempla, disfruta de la naturaleza, de lo que le ofrece su mundo. En estos viajes, Sandra era muy dada a obnubilarse mientras contemplaba el paisaje, el horizonte, los cielos, valles y montañas, inmensos bosques y pequeños desiertos, y con frecuencia, lloraba, decía que se le encogía el alma divisando aquellos lares.
Tiempo ha de aquello. Lo curioso es que, últimamente, también siento aquella especie de congoja que fluía por Sandra, sobre todo mientras leo (que no es mirar) algún paisaje, mientras imagino los lugares que aparecen en ciertos párrafos, en ciertos libros. Recrearse en esas visiones que nos regala la buena literatura, no sólo es un placer para la mente, sino también para la vista, la imaginación.
Hablando de paisajes, he recordado El último mohicano, la obra de James Fenimore Cooper, que, aunque ya he hablado de ella en alguna otra ocasión, no puedo olvidar a la hora de hablar de literatura y paisaje. Además de las hermosas estampas de Delaware y Dakota que describe, así como de transportarnos a épocas donde las aventuras eran inevitables, enmarcando personajes definidos y ejemplares dentro de la tradición literaria, se podría decir que es un referente de la filosofía ecologista, ya que en ella, debido a la presencia de los pueblos indios norteamericanos, se recogen discursos con grandes valores, todavía vigentes en esta época, donde el cuidado del planeta Tierra se hace apremiante.
Tiempo ha de aquello. Lo curioso es que, últimamente, también siento aquella especie de congoja que fluía por Sandra, sobre todo mientras leo (que no es mirar) algún paisaje, mientras imagino los lugares que aparecen en ciertos párrafos, en ciertos libros. Recrearse en esas visiones que nos regala la buena literatura, no sólo es un placer para la mente, sino también para la vista, la imaginación.
Hablando de paisajes, he recordado El último mohicano, la obra de James Fenimore Cooper, que, aunque ya he hablado de ella en alguna otra ocasión, no puedo olvidar a la hora de hablar de literatura y paisaje. Además de las hermosas estampas de Delaware y Dakota que describe, así como de transportarnos a épocas donde las aventuras eran inevitables, enmarcando personajes definidos y ejemplares dentro de la tradición literaria, se podría decir que es un referente de la filosofía ecologista, ya que en ella, debido a la presencia de los pueblos indios norteamericanos, se recogen discursos con grandes valores, todavía vigentes en esta época, donde el cuidado del planeta Tierra se hace apremiante.
Para mí, las estampas mohicanas siempre remiten a otro gran autor amante de la naturaleza, Hal Foster y su "Príncipe Valiente". Sus paisajes vikingos y británicos y, sobre todo, los episodios que transcurren en Canadá son un canto a la conservación del entorno, hecho mucho antes de que el problema fuera tan acuciante como ahora.
ResponderEliminar¡Qué gran cómic!Como el Capitán Trueno... Gracias por recordármelo (prometida una de mis reseñas). Un saludo.
ResponderEliminarLeí ´'el último mohicano', siguiendo tu recomendación y me ha gustado. Tiene su parte de libro escrito en una época determinada (el final del libro sobre todo) pero es un libro estupendo de aventuras y luchas a tiro limpio.
ResponderEliminarUn saludito, Miriam