En breves momentos me dispongo a entregar las notas de mis alumnos (menos mal que me estoy preparando con una buena banda sonora -Lil’ Kim, Foxy Brown y Mc Lyte- para lidiar con unas cuantas madres) y, si Dios quiere y hasta septiembre, no más trabajo. Necesito desconectar del mundano ruido y dedicarme a la vida contemplativa de las piscinas -que si mira este o fíjate en aquella- y al ahorro obligado para la puesta a punto de mi futuro hogar, porque, aunque parezca mínima tarea, tiene su aquel: coche para arriba y coche para abajo, regateo de precios, echar mano de algún amigo bienintencionado, solicitar opiniones, comparar precios, probar y reprobar, coger teléfono, colgar teléfono, recorrerse todas las tiendas de veinte duros… A veces me pregunto “Todo esto, ¿para qué?” Supongo que será para disfrutar de un espacio propio, para hacer real tu independencia..., aunque también creo que, lejos de tanta soledad, ser propietario sirve para discutir en las reuniones de la comunidad de vecinos, soportar al vecino adolescente de turno, dar cobijo a algún que otro amigo desahuciado, celebrar reuniones, recibir visitas del cartero, los testigos de Jehová y algún mormón, hacer transacciones de arroz y azúcar, y caer en la cuenta de que quieres cambiarte a un chalet adosado.
Lejos de tanta gracia barata, la realidad es que tenemos que acostumbrarnos a soportarnos los unos a los otros, y si es con buen humor, mejor que mejor. Aunque la convivencia es desagradable unas veces, otras es la mar de positiva… Si esto no fuese así, tendríamos que enjaularnos en una urna de metacrilato, echar un par de lañas en la boca y hacer gala del egoísmo más absoluto.
Y si no quedan convencidos por mis argumentos, les dejo con los de Jérôme Ruillier en su obra Aquí es mi casa (editorial Juventud), cuyo protagonista sólo necesita una tiza para convencerse de que una casa no sirve de nada si no la compartes.
Lejos de tanta gracia barata, la realidad es que tenemos que acostumbrarnos a soportarnos los unos a los otros, y si es con buen humor, mejor que mejor. Aunque la convivencia es desagradable unas veces, otras es la mar de positiva… Si esto no fuese así, tendríamos que enjaularnos en una urna de metacrilato, echar un par de lañas en la boca y hacer gala del egoísmo más absoluto.
Y si no quedan convencidos por mis argumentos, les dejo con los de Jérôme Ruillier en su obra Aquí es mi casa (editorial Juventud), cuyo protagonista sólo necesita una tiza para convencerse de que una casa no sirve de nada si no la compartes.
Hola Román:
ResponderEliminarTomo nota de tus sugerencias para hacer la selección de la siguiente compra. Ves como no es tan difícil seleccionar, solo tenemos que acudir a sitios como éste y algunos otros. Te tengo que dar las gracias por facilitarme el trabajo. Además, seguro que la selección es buena, ya se que eres muy exigente con este tema.
Saludos
Antonio de Socovos
¡Que pases un buen verano, Antonio! Un saludo desde la capital.
ResponderEliminar