Si tuviera que decirles quién o quiénes me animaron a descubrir la lectura, no sabría qué decirles. Es una cuestión difícil. Probablemente fuesen muchos, probablemente no fue ninguno…
Todos llevamos prendido un lector. Unos lo acarrean más despierto, otros más dormido, pero lo que creo cierto es que ahí está. Lo llevamos al supermercado, al parque, a la oficina, a la fábrica y al fútbol. También lo paseamos por la calle, montado en el autobús, de una parada del metro a la siguiente, e incluso, los lectores más afortunados, llegan a viajar en avión. Pero… ¿qué hacen todos esos lectores en lugares donde no pueden abandonar ese letargo? Sencillamente nada. Sería preferible que esos lectores abrieran los ojos en las bibliotecas del barrio o en las bibliotecas universitarias, también se despertarían en las librerías, en los quioscos de prensa que llenan avenidas y plazas, en las escuelas e institutos…, en cada lugar donde mora un libro.
También es cierto que hay lectores que viven un sueño eterno y que no se despiertan ni a tiros… Pero para ellos estamos nosotros, “los que despertamos lectores”, esas personas que te hablan de un libro y abren el grifo de la curiosidad, las personas que te esconden el final de una historia para que la busques, los que te dejan hurgar entre las estanterías para que al final acabes encontrando, los que te regalan uno y te lo dedican con una frase extraída de otro, los que olvidan libros en cualquier rincón, los que se aprenden poemas para recitarlos una y otra vez, los que aman los libros.
El otro día, sin ir más lejos, me acerqué a dos de estas “despierta lectores” y me topé con un libro desconocido. Lo pedí prestado y corrí con él hacia mi casa. Era pequeño, delgado. Lo abrí y comencé a leer. Pasados cuarenta minutos mis ojos se aguaron y descubrí que soy humano y que también amo los libros. Cerré la tapa y corrí a prestárselo a un amigo.
P.S.: HANFF, Helene. 2002. 84, Charing Cross Road. Barcelona: Anagrama.
Todos llevamos prendido un lector. Unos lo acarrean más despierto, otros más dormido, pero lo que creo cierto es que ahí está. Lo llevamos al supermercado, al parque, a la oficina, a la fábrica y al fútbol. También lo paseamos por la calle, montado en el autobús, de una parada del metro a la siguiente, e incluso, los lectores más afortunados, llegan a viajar en avión. Pero… ¿qué hacen todos esos lectores en lugares donde no pueden abandonar ese letargo? Sencillamente nada. Sería preferible que esos lectores abrieran los ojos en las bibliotecas del barrio o en las bibliotecas universitarias, también se despertarían en las librerías, en los quioscos de prensa que llenan avenidas y plazas, en las escuelas e institutos…, en cada lugar donde mora un libro.
También es cierto que hay lectores que viven un sueño eterno y que no se despiertan ni a tiros… Pero para ellos estamos nosotros, “los que despertamos lectores”, esas personas que te hablan de un libro y abren el grifo de la curiosidad, las personas que te esconden el final de una historia para que la busques, los que te dejan hurgar entre las estanterías para que al final acabes encontrando, los que te regalan uno y te lo dedican con una frase extraída de otro, los que olvidan libros en cualquier rincón, los que se aprenden poemas para recitarlos una y otra vez, los que aman los libros.
El otro día, sin ir más lejos, me acerqué a dos de estas “despierta lectores” y me topé con un libro desconocido. Lo pedí prestado y corrí con él hacia mi casa. Era pequeño, delgado. Lo abrí y comencé a leer. Pasados cuarenta minutos mis ojos se aguaron y descubrí que soy humano y que también amo los libros. Cerré la tapa y corrí a prestárselo a un amigo.
P.S.: HANFF, Helene. 2002. 84, Charing Cross Road. Barcelona: Anagrama.
MUY RECOMENDABLE, sobre todo para aquellos que creen que los libros se han de poseer y llenar de polvo en los estantes.
ResponderEliminarUn saludito, Miriam