Cumplir años no es ningún chollo, al menos eso es lo que pienso a mi edad (les advierto que, aun siendo persistentes, no les diré los veranos que ayer celebré…: uno tiene que cubrir su cuota de misterio).
Cuestión vergonzante para algunos, adorable para otros, la edad es un verdadero halago del tiempo que nos concede la suerte de existir, de persistir. Unos duran más y otros menos, pero lo verdaderamente importante es durar aunque los signos de la vejez se impriman sobre la cara y dejen vislumbrar a modo de mapa las perrerías de la vida. Así pasa, que cada vez son más los que acuden al rayo láser o el bisturí, la chocolaterapia, la acupuntura, las cremas anti-edad y el siatsu, para convertirse en los eternos querubines que nunca serán. Si quieren que les diga la verdad, un servidor prefiere reír (cosa que a veces es difícil, no lo niego) y dejar a un lado tanta chorrada estética. Fíjense en todos esos abuelos que, por muchos achaques que coleccionen y tantas miserias hayan vivido, sonríen una y otra vez recordando que el tiempo, a pesar de perro y desconsiderado, es el más jovial de los antídotos. Y si no me creen echen un vistazo a las páginas de ¿Qué pasa aquí, abuelo?, de David Legge (casi un clásico de la LIJ, editado en España por Juventud), y convénzanse de que ser un auténtico niño, no depende del caminar de los relojes, sino de uno mismo y su propia actitud.
Así que, sonrían, no hay ejercicio mejor para la eterna juventud.
Cuestión vergonzante para algunos, adorable para otros, la edad es un verdadero halago del tiempo que nos concede la suerte de existir, de persistir. Unos duran más y otros menos, pero lo verdaderamente importante es durar aunque los signos de la vejez se impriman sobre la cara y dejen vislumbrar a modo de mapa las perrerías de la vida. Así pasa, que cada vez son más los que acuden al rayo láser o el bisturí, la chocolaterapia, la acupuntura, las cremas anti-edad y el siatsu, para convertirse en los eternos querubines que nunca serán. Si quieren que les diga la verdad, un servidor prefiere reír (cosa que a veces es difícil, no lo niego) y dejar a un lado tanta chorrada estética. Fíjense en todos esos abuelos que, por muchos achaques que coleccionen y tantas miserias hayan vivido, sonríen una y otra vez recordando que el tiempo, a pesar de perro y desconsiderado, es el más jovial de los antídotos. Y si no me creen echen un vistazo a las páginas de ¿Qué pasa aquí, abuelo?, de David Legge (casi un clásico de la LIJ, editado en España por Juventud), y convénzanse de que ser un auténtico niño, no depende del caminar de los relojes, sino de uno mismo y su propia actitud.
Así que, sonrían, no hay ejercicio mejor para la eterna juventud.
Tenemos un premio para vd., tengo 11 años y me haria ilusion lo aceptara, puede pasar a ver mi blog en Cuadernos de Colores
ResponderEliminarhttp://nannysusi.wordpress.com/
Felicidades.
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