Una vez abortada la misión que ayer tomé por bandera -pretendía responder a ciertas opiniones vertidas sobre este espacio, jocosas, hay que decirlo- y habiendo escuchado los noticieros noticiosos que me ha “regalado” la radio durante el camino al trabajo, he decidido terminar la semana (mañana es día festivo en honor de la onomástica que hoy se celebra, Tomas de Aquino, santo patrono de la enseñanza) con unas buenas dosis de ironía que, al fin y al cabo, es lo único que me queda para sobrevivir a tanta desfachatez.
Estos días, los españoles nos lo pasamos en grande con dos temas soberanos: la necesidad de la energía nuclear y la caída bursátil. Del primero, algo sé, del que le sigue, apuntes mínimos (ya me gustaría saber más de lo segundo, tener un vestidor, alicatar de mármol de Carrara hasta el techo y poder ignorar a todos esos ecologistas que me tienen hasta las narices), así que me dedicaré al asunto nuclear…
No cabe duda que el desastre de Chernobyl marca un antes y un después en la carrera nuclear, sobre todo por el impacto que las radiaciones tuvieron en la población, así como los efectos sociales y económicos que en aquella región de la Ucrania actual se suceden hasta día de hoy, y que, por ello, los gobiernos deben velar por la seguridad de los ciudadanos en caso de que se apueste por este tipo de energía. Con la vida humana no se juega. No. Lo que no admito es que esos grupos ecologistas que llevan al extremo de la política sus creencias (luego decimos de los talibanes) den lecciones morales cuando, ni tan siquiera ellos siguen sus preceptos a pies juntillas… Que si desastres ecológicos, pérdida de biodiversidad, especies en extinción o emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera…, pero luego, cuando se trata de enriquecer a ciertos supermercados comprando el pan pre-cocido y fabricado con harinas transgénicas procedentes de Rumania, la moral no existe. Y porque no hablo del reciclaje…, esa penitencia que la mayor parte de los ayuntamientos nos imponen a instancia de diversas empresas adjudicatarias de los servicios de recogida de residuos, todas ellas regidas por simpatizantes del régimen de turno con un único fin: que unos se llenen los bolsillos mientras los otros, los más, se hernien a base de cargar cartón, envases y vidrio.
Y dicho esto, solo me apena que Jonathan Swift siga bien enterrado en su Dublín natal y no pueda novelar temas como este. Con toda seguridad, a este seglar venido a escritor satírico de primera fila, no le temblaría el pulso si tuviera que ironizar con las paradojas a las que nos tiene acostumbrada la especie humana, mas todavía en estos reinos de ciegos, donde, siento decirlo, el tuerto es el rey.
Y como a falta de pan, buenas son tortas, les recomiendo su obra cumbre, Los viajes de Gulliver, de la que, seguramente, no será la primera vez que hable.
Un pequeño juego para el fin de semana: ¿Qué palabra inventada por Swift y recogida en esta novela es hoy el nombre de una conocida pagina de la Red?
Estos días, los españoles nos lo pasamos en grande con dos temas soberanos: la necesidad de la energía nuclear y la caída bursátil. Del primero, algo sé, del que le sigue, apuntes mínimos (ya me gustaría saber más de lo segundo, tener un vestidor, alicatar de mármol de Carrara hasta el techo y poder ignorar a todos esos ecologistas que me tienen hasta las narices), así que me dedicaré al asunto nuclear…
No cabe duda que el desastre de Chernobyl marca un antes y un después en la carrera nuclear, sobre todo por el impacto que las radiaciones tuvieron en la población, así como los efectos sociales y económicos que en aquella región de la Ucrania actual se suceden hasta día de hoy, y que, por ello, los gobiernos deben velar por la seguridad de los ciudadanos en caso de que se apueste por este tipo de energía. Con la vida humana no se juega. No. Lo que no admito es que esos grupos ecologistas que llevan al extremo de la política sus creencias (luego decimos de los talibanes) den lecciones morales cuando, ni tan siquiera ellos siguen sus preceptos a pies juntillas… Que si desastres ecológicos, pérdida de biodiversidad, especies en extinción o emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera…, pero luego, cuando se trata de enriquecer a ciertos supermercados comprando el pan pre-cocido y fabricado con harinas transgénicas procedentes de Rumania, la moral no existe. Y porque no hablo del reciclaje…, esa penitencia que la mayor parte de los ayuntamientos nos imponen a instancia de diversas empresas adjudicatarias de los servicios de recogida de residuos, todas ellas regidas por simpatizantes del régimen de turno con un único fin: que unos se llenen los bolsillos mientras los otros, los más, se hernien a base de cargar cartón, envases y vidrio.
Y dicho esto, solo me apena que Jonathan Swift siga bien enterrado en su Dublín natal y no pueda novelar temas como este. Con toda seguridad, a este seglar venido a escritor satírico de primera fila, no le temblaría el pulso si tuviera que ironizar con las paradojas a las que nos tiene acostumbrada la especie humana, mas todavía en estos reinos de ciegos, donde, siento decirlo, el tuerto es el rey.
Y como a falta de pan, buenas son tortas, les recomiendo su obra cumbre, Los viajes de Gulliver, de la que, seguramente, no será la primera vez que hable.
Un pequeño juego para el fin de semana: ¿Qué palabra inventada por Swift y recogida en esta novela es hoy el nombre de una conocida pagina de la Red?
jejeje! los salvajemente humanos Yahoos!? ... contrastando con los pacificos cuadrúpedos Houyhnhnms... mmm... que bueno el libro! es fantastico...
ResponderEliminarSea como sea, siempre se enriquece alguien. La vida es así: una pura mentira. Pero sinceramente, prefiero volver a utilizar el papel por el otro lado, y tirarlo al contenedor. Ojalá fuésemos capaces de no generar basura. Y la nuclear es basura... Sin banderas. Sin buenismos. Es una certeza.
ResponderEliminarAh! Por cierto, BIEN por retornar a los denostados llamados clásicos.