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lunes, 26 de abril de 2010

Olvidando. Recordando.


Mi confesada pasión por las palabras me lleva a detenerme en una que, durante estos días, está de moda o, por lo menos, debería estarlo (ya se sabe que no siempre se acierta con las tendencias)…“Amnistía” es un vocablo sonoro y abierto, con su dificultad, su tilde (¿las palabras hermosas son así?) y su significado -uno potente, de esos que no admiten equívocos-: “Olvido legal de delitos, que extingue la responsabilidad de los autores”.
Tras ver todo tipo de trifulcas, televisivas y de otras naturalezas, uno se torna cabizbajo y sombrío y piensa aquello de: ¿adónde nos llevará la memoria de unos, la memoria de otros…? Puede que a un triste final, puede que a los tristes comienzos… Y eso, a fin de cuentas, no es ningún sitio.
Rezan hermosas sentencias sobre lo incompetente de la memoria humana, de sus miserias y pestes. Y no llevan poca razón, digo. Más cabría añadir que, si de algo adolece la memoria, es de su sed de venganza, solución más esperable cuando no se discierne entre justos e injustos, entre vencedores y vencidos, que, pensado con detenimiento, es peor castigo que sepultar el recuerdo bajo la losa del olvido.
Lo peor de todo es el uso que dan a esta nostalgia -tresnas convertidas en consignas- todos los que aspiran al trono, la batuta y las subvenciones del Ministerio de Cultura (¡ah!, ¿pero existe?). Entre la superioridad moral de unos (que alguien me diga de dónde viene, por favor) y el complejo de verdugo de otros (unos tienen la fama…), a lo único que alcanza el presupuesto de este circo es para un puñado de insultos que jóvenes momificados con pseudo-kufiyyas de Zara® lanzan a otros tantos uniformados con pantalones de pinzas y flequillos superlativos en aras de un futuro igual de crispado.
¿Y saben lo que les digo? Que me parece inadmisible que sigamos así, tan alienados, tan manipulados...
La única medicina que me resta recetarles es la lectura de Juan Farias y sus Años difíciles (perteneciente a la trilogía Crónicas de Media Tarde), donde no hay nombres, donde no hay bandos, sólo la mera tristeza, que ojalá se diluya como el rocío sobre nuestras cabezas, que ojalá se pierda con esa amnistía que firmamos aquel día.

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