De súbito y por fiel mandato del calendario, ha arribado el tan poco esperado otoño, ese que arremolina las hojas en los soportales y bufa a través de las rendijas.
La verdad es que se veía venir que las estaciones de este año iban a ser muy académicas, casi de libro, cosa rara en los países mediterráneos, donde, por cuestiones de demasiado sol y poca lluvia, nos conformamos con dos: el invierno y el verano. En cualquier caso se agradece semejante transición meteorológica, porque cuando el invierno nos asusta de golpe y porrazo, la nariz se torna inerte y los riñones crujen de frío... Me conformaré con ver brotar de la tierra el azafrán que de color nazareno tiñe los campos y llenarme el buche de los hongos más variopintos (a ver si este año hay más suerte con los alumnos y se pierden entre los pinares con tal de agradecerle a este humilde maestro las lecciones que imparte…).
Y para empezar esta temporada de musgo y árboles desnudos, de lluvia y bombillas tempranas, les sugiero un título que se me antoja muy otoñal, La leyenda de Sleepy Hollow, de Washington Irving (si he de recomendar alguna edición me decanto por la de la editorial Alba, un alarde de exquisitez si atendemos a las ilustraciones de Arthur Rackman), una de esas historias sencillas con bastante misterio que han arraigado en la cultura popular, sobre todo norteamericana. Y se preguntarán: “¿Por qué otoñal?” Reside en el ideario colectivo esa premisa de que el miedo, la tensión y otros tembleques, han de ambientarse con carámbanos, temperaturas bajo cero y nieve para parar un tren, cuestión creo que debida a Hollywood y sus producciones. Pero, si tuviera que elegir una ubicación climática para cualquier historia truculenta, me decidiría por las lluvias constantes del otoño, la luz apagada del otoño, la desnudez de los bosques en otoño, la fuerza del viento en otoño, el barro en otoño y la soledad del otoño. ¿Y ustedes? ¿Qué eligen?
La verdad es que se veía venir que las estaciones de este año iban a ser muy académicas, casi de libro, cosa rara en los países mediterráneos, donde, por cuestiones de demasiado sol y poca lluvia, nos conformamos con dos: el invierno y el verano. En cualquier caso se agradece semejante transición meteorológica, porque cuando el invierno nos asusta de golpe y porrazo, la nariz se torna inerte y los riñones crujen de frío... Me conformaré con ver brotar de la tierra el azafrán que de color nazareno tiñe los campos y llenarme el buche de los hongos más variopintos (a ver si este año hay más suerte con los alumnos y se pierden entre los pinares con tal de agradecerle a este humilde maestro las lecciones que imparte…).
Y para empezar esta temporada de musgo y árboles desnudos, de lluvia y bombillas tempranas, les sugiero un título que se me antoja muy otoñal, La leyenda de Sleepy Hollow, de Washington Irving (si he de recomendar alguna edición me decanto por la de la editorial Alba, un alarde de exquisitez si atendemos a las ilustraciones de Arthur Rackman), una de esas historias sencillas con bastante misterio que han arraigado en la cultura popular, sobre todo norteamericana. Y se preguntarán: “¿Por qué otoñal?” Reside en el ideario colectivo esa premisa de que el miedo, la tensión y otros tembleques, han de ambientarse con carámbanos, temperaturas bajo cero y nieve para parar un tren, cuestión creo que debida a Hollywood y sus producciones. Pero, si tuviera que elegir una ubicación climática para cualquier historia truculenta, me decidiría por las lluvias constantes del otoño, la luz apagada del otoño, la desnudez de los bosques en otoño, la fuerza del viento en otoño, el barro en otoño y la soledad del otoño. ¿Y ustedes? ¿Qué eligen?
Estaba pensando en pedir para Reyes la edición inglesa con las ilustraciones de Rackham, no sabía que estuviese en español. Pero primero creo que iré a por Dick Van Winckle. Escuché la historia de pequeña, una noche en la radio durmiendo en la habitación de mi abuela, y esas cosas no se olvidan... Saluditos, Miriam
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