Miente como un bellaco aquel que afirme no haberse perdido jamás, ya no físicamente, sino de un modo más interior, porque no sólo en los laberintos que esconden las ciudades o tras los árboles de tupidos bosques, puede uno extraviarse: dentro de la mente de uno mismo, también. Ese sitio donde todo se enreda y nos es complicado encontrar los extremos de inicio y final, es muy propicio para el caos, excelente para liarse.
Es de notar que estas pérdidas muchas veces son repentinas y nos sorprenden, otras las buscamos con absoluta desesperación, ejercicio que nos parece necesario para encontrarnos de nuevo. Unos prefieren perderse debajo de una manta, otros en mitad de un jardín. Los hay que suben a lo alto de una montaña y más intrépidos que eligen ciudades como Tumbuctú u Osaka. Y en el último rincón estamos aquellos que preferimos las páginas de un libro para no dar con la puerta de salida. El caso es perderse… para ver si nos encontramos.
También existe la paradoja del miedo, que nos advierte de que lo que se figura un laberinto para unos, otros lo sienten como un mero viaje. Para ilustrarse sobre esta cuestión lean el libro de hoy, Zoo de Suzy Lee (editorial Los cuatro azules), en el que la protagonista siente el extravío como un viaje, un casi sueño, mientras que sus padres, alarmados y temerosos, recorren todo el parque zoológico buscando a su hija.
A pesar de tanto lío, productivo o no, advierto de que no puede ser muy saludable vivir en la eterna madeja de nudos y embrollos que muchos se construyen a medida, porque luego nos volvemos locos y caras son las cuentas que ajustan los ansiolíticos.
Por todo ello, concluyo: no se extravíen, marquen una “x” visible en la puerta de entrada y claven un legible cartel en la de salida, tracen el camino con todo tipo de líneas rectas, sinuosas, espirales y discontinuas, pero háganse un favor, no inviertan demasiado tiempo en solventar lo incomprensible, fíjense etapas factibles, metas alcanzables, y así, con esfuerzo y una pizca de ingenio, recorrer ese camino que es la vida.
Es de notar que estas pérdidas muchas veces son repentinas y nos sorprenden, otras las buscamos con absoluta desesperación, ejercicio que nos parece necesario para encontrarnos de nuevo. Unos prefieren perderse debajo de una manta, otros en mitad de un jardín. Los hay que suben a lo alto de una montaña y más intrépidos que eligen ciudades como Tumbuctú u Osaka. Y en el último rincón estamos aquellos que preferimos las páginas de un libro para no dar con la puerta de salida. El caso es perderse… para ver si nos encontramos.
También existe la paradoja del miedo, que nos advierte de que lo que se figura un laberinto para unos, otros lo sienten como un mero viaje. Para ilustrarse sobre esta cuestión lean el libro de hoy, Zoo de Suzy Lee (editorial Los cuatro azules), en el que la protagonista siente el extravío como un viaje, un casi sueño, mientras que sus padres, alarmados y temerosos, recorren todo el parque zoológico buscando a su hija.
A pesar de tanto lío, productivo o no, advierto de que no puede ser muy saludable vivir en la eterna madeja de nudos y embrollos que muchos se construyen a medida, porque luego nos volvemos locos y caras son las cuentas que ajustan los ansiolíticos.
Por todo ello, concluyo: no se extravíen, marquen una “x” visible en la puerta de entrada y claven un legible cartel en la de salida, tracen el camino con todo tipo de líneas rectas, sinuosas, espirales y discontinuas, pero háganse un favor, no inviertan demasiado tiempo en solventar lo incomprensible, fíjense etapas factibles, metas alcanzables, y así, con esfuerzo y una pizca de ingenio, recorrer ese camino que es la vida.
En enero y con la niebla es fácil perderse. Gracias por la madeja para llegar a la salida. ;-) y por la sugerencia.
ResponderEliminarSaluditos, Miriam