Hace unos años era capaz de rebozarme en la cama hasta altas horas de la mañana, para levantarme a eso de las doce con la cara surcada por las impresiones de la sábana, cosa que ya no me ocurre a día de hoy, claro signo de que la vejez es para todos, no librándose nadie de ella. Créanme, da igual a la hora que uno se vaya a dormir a las nueve, las doce o las seis de la madrugada: a las siete tengo los ojos abiertos. No hablamos de insomnio (alteración del sueño con la que sólo lidio los días de luna llena… ¡espero no padecer de licantropía!), hablamos de la hora gallinácea, esa que se graba al rojo vivo en nuestras costumbres (sobre todo las laborales) y nos permite disfruta de “un rato más”.
Lo peor de todo es ponerse en pie a modo de muerto viviente y deambular, de la cocina al salón y del salón al dormitorio, arrastrando los pies y demacrado como los zombies, hasta que, llegada de nuevo la noche, nos dejamos caer sobre el catre e intentamos recuperar las horas de descanso perdidas.
Supongo que más de uno de ustedes se sentirán identificados con esta pequeña “patología” y que muchos también habrán intentado buscar un remedio o solución para soñar más y mejor. Si alguno tiene un antídoto para ello (somníferos no, gracias), le ruego me lo haga llegar a través de un comentario, siempre es de agradecer la solidaridad lijera.
En cualquier caso también les digo que prefiero no dormir por aburrimiento, apatía o edad, que no hacerlo por miedo, un hecho muy conocido por los niños. Y para ellos, los dormilones miedosos, están hechos los libros como el de hoy, un clásico del álbum ilustrado estadounidense. Firmado por John Irving Tatjana Hauptmann y editado por Tusquets, El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido es una pequeña historia que nos habla de crujidos, chirridos y otros sonidos extraños que rondan la noche y nos inquietan demasiado.
Lo peor de todo es ponerse en pie a modo de muerto viviente y deambular, de la cocina al salón y del salón al dormitorio, arrastrando los pies y demacrado como los zombies, hasta que, llegada de nuevo la noche, nos dejamos caer sobre el catre e intentamos recuperar las horas de descanso perdidas.
Supongo que más de uno de ustedes se sentirán identificados con esta pequeña “patología” y que muchos también habrán intentado buscar un remedio o solución para soñar más y mejor. Si alguno tiene un antídoto para ello (somníferos no, gracias), le ruego me lo haga llegar a través de un comentario, siempre es de agradecer la solidaridad lijera.
En cualquier caso también les digo que prefiero no dormir por aburrimiento, apatía o edad, que no hacerlo por miedo, un hecho muy conocido por los niños. Y para ellos, los dormilones miedosos, están hechos los libros como el de hoy, un clásico del álbum ilustrado estadounidense. Firmado por John Irving Tatjana Hauptmann y editado por Tusquets, El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido es una pequeña historia que nos habla de crujidos, chirridos y otros sonidos extraños que rondan la noche y nos inquietan demasiado.
¿Has probado un vaso de leche calentita? Con cola-cao, ya te tumba del gusto. A mí me ha dado resultado en alguna ocasión.
ResponderEliminarPero seguro que como a los niños cuando les entra el miedo, tal vez contra el aburrimiento también funcione que te acurruquen un poquito.
Leeré éste que nos apuntas hoy, que me gusta la pinta. Gracias.
Ana Nebreda