A los que odian los libros.
Los que disfrutamos leyendo, desempolvando las palabras que otros han escrito, nos creemos con el derecho moral de aleccionar a los demás, de animarlos a la lectura para, de este modo, ganarse el cielo cultural, ese al que aspiramos los culturetas de tres al cuarto. Y así pasa, que de vez en cuando nos dedican un pedo que concentra toda la humildad del universo.
Tanto lector empedernido, ejerza este de profesor de literatura malpagado, poeta frustrado, melancólico anónimo y psicópata de biblioteca, empieza a emanar cierto tufillo insoportable que es imposible de mitigar. Creo que debemos empezar por dejar de lado lo divino y optar por lo humanoide, mucho más lúbrico y placentero que andar con Proust debajo del sobaco.
No es que sufra de brotes esquizoides. No. Lo único que sucede es que, como esa malsonante rima infantil que reza “Rebota, rebota, y en tu culo explota”, he considerado oportuno ejercer como voz crítica de unos y abogado del diablo de otros, no sea que con tanta erudición superlativa se nos olvide que todos pisamos la misma mierda del mismo perro en el mismo pavimento.
En este año que despedimos dentro de unas pocas horas, he creído conveniente hacer un guiño a todos aquellos que no soportan limpiar el polvo de los libros, su peso, la cantidad de lugar que ocupan y las horas que hay que invertir en desentrañarlos como se merecen. A todos aquellos que sí valoran el poder calorífico que encierran sus páginas, el lomo dorado de las enciclopedias que engalanan sus estanterías, y su inestimable ocupación como paraguas, pisapapeles y calzador de mesas cojas. Para todos los que ven al libro como un mero objeto estúpido e insustancial que, por más que lo miren, no les transmite ni la más mínima compasión, les recomiendo El pequeño libro rojo de Philippe Brasseur (editorial Océano), porque seguramente hará las delicias de todos ellos mientras comprueban como, sin compasión, un pequeño libro rojo es injuriado a base de las más osadas perrerías.
Y porqué no, también recomendárselo a ustedes, aquellos que aman los libros, en esta última reseña del año, para que piensen en las maldades de los libros… y también en sus bonanzas.
¡Feliz año 2012 desde el sitio donde viven los monstruos!
Los que disfrutamos leyendo, desempolvando las palabras que otros han escrito, nos creemos con el derecho moral de aleccionar a los demás, de animarlos a la lectura para, de este modo, ganarse el cielo cultural, ese al que aspiramos los culturetas de tres al cuarto. Y así pasa, que de vez en cuando nos dedican un pedo que concentra toda la humildad del universo.
Tanto lector empedernido, ejerza este de profesor de literatura malpagado, poeta frustrado, melancólico anónimo y psicópata de biblioteca, empieza a emanar cierto tufillo insoportable que es imposible de mitigar. Creo que debemos empezar por dejar de lado lo divino y optar por lo humanoide, mucho más lúbrico y placentero que andar con Proust debajo del sobaco.
No es que sufra de brotes esquizoides. No. Lo único que sucede es que, como esa malsonante rima infantil que reza “Rebota, rebota, y en tu culo explota”, he considerado oportuno ejercer como voz crítica de unos y abogado del diablo de otros, no sea que con tanta erudición superlativa se nos olvide que todos pisamos la misma mierda del mismo perro en el mismo pavimento.
En este año que despedimos dentro de unas pocas horas, he creído conveniente hacer un guiño a todos aquellos que no soportan limpiar el polvo de los libros, su peso, la cantidad de lugar que ocupan y las horas que hay que invertir en desentrañarlos como se merecen. A todos aquellos que sí valoran el poder calorífico que encierran sus páginas, el lomo dorado de las enciclopedias que engalanan sus estanterías, y su inestimable ocupación como paraguas, pisapapeles y calzador de mesas cojas. Para todos los que ven al libro como un mero objeto estúpido e insustancial que, por más que lo miren, no les transmite ni la más mínima compasión, les recomiendo El pequeño libro rojo de Philippe Brasseur (editorial Océano), porque seguramente hará las delicias de todos ellos mientras comprueban como, sin compasión, un pequeño libro rojo es injuriado a base de las más osadas perrerías.
Y porqué no, también recomendárselo a ustedes, aquellos que aman los libros, en esta última reseña del año, para que piensen en las maldades de los libros… y también en sus bonanzas.
¡Feliz año 2012 desde el sitio donde viven los monstruos!