Ayer, mientras trasteaba con este sitio, me percaté de una falta imperdonable: haber dedicado una sola de las entradas de “Donde viven los monstruos” al admirado Charles Dickens, por lo que hoy, aprovechando que durante este año bisiesto, multitud de entidades van a conmemorar el bicentenario de su nacimiento, me uno a los fastos y dedico unas palabras a uno de mis escritores favoritos y al que, a un mismo tiempo, considero un precursor de la literatura infantil.
De Dickens he leído El almacén de antigüedades, Canción de Navidad, David Copperfield y Oliver Twist (N.B.: Me hubiera encantado leer en su día Grandes Esperanzas, pero en los noventa era dificilísimo dar con buenas ediciones en castellano de la misma, por lo que sólo me queda esperar a que la editorial Alba me regale un ejemplar de la fantástica edición que han sacado a la luz últimamente… ¡Por pedir que no quede!), y quiero/puedo entresacar, tanto de su obra, como de su biografía, una serie de matices que podrían relacionarse con la LIJ… ¡Ahí van!
En primer lugar destacar que gran parte de la obra de Dickens está plagada de personajes niños, no sólo los grandes protagonistas de sus historias, sino otros secundarios. Quizá esto se deba a que la vida de Dickens quedase marcada por una infancia difícil, o porque el autor viese en los niños una manera de emocionar al público, de empatizar fácilmente con sus lectores. Al mismo tiempo enfatizar que estos pequeños protagonistas (Oliver Twist, David Copperfield o Nell Trent) se rodean de una mayoría de figuras adultas con intenciones un tanto dudosas, de entre las que destaca una con gran corazón que, a modo de hada madrina, guía sus pasos en la narración, cosa que me recuerda al Pinocho de Collodi (esto es simplificar mucho, ya que la elaboración de los personajes en la prosa de Dickens es tan compleja que ha dado lugar a multitud de estudios que sobrepasan las líneas de una entrada como esta).
De Dickens también hay que destacar su emotividad. A veces tan recargado y barroco que puede rozar el patetismo, el sentimentalismo con el que Dickens empapa las páginas se podría asemejar en gran medida al de muchas obras de literatura infantil-juvenil clásicas y/o modernas, como la Heidi de Johanna Spyri o las Mujercitas de Louise M. Alcott.
Aunque no podemos decir que el estilo de Dickens sea sencillo, sí podemos decir que, aunque detallista, es directo y vivaz, imprimiendo ritmo a la acción (léase como ejemplo el viaje por etapas de El almacén de antigüedades), sólo recargando de florituras a los momentos más trágicos de la misma.
Por último, apuntar a una de sus obras… Canción de Navidad. Se erige como uno de los paradigmas navideños de todos los tiempos: establece una serie de ideas fundamentales en el acervo cultural moderno occidental. Es decir, sin Canción de Navidad, la Navidad nunca sería tal y como la conocemos.
¡Y que viva 200 años más!
De Dickens he leído El almacén de antigüedades, Canción de Navidad, David Copperfield y Oliver Twist (N.B.: Me hubiera encantado leer en su día Grandes Esperanzas, pero en los noventa era dificilísimo dar con buenas ediciones en castellano de la misma, por lo que sólo me queda esperar a que la editorial Alba me regale un ejemplar de la fantástica edición que han sacado a la luz últimamente… ¡Por pedir que no quede!), y quiero/puedo entresacar, tanto de su obra, como de su biografía, una serie de matices que podrían relacionarse con la LIJ… ¡Ahí van!
En primer lugar destacar que gran parte de la obra de Dickens está plagada de personajes niños, no sólo los grandes protagonistas de sus historias, sino otros secundarios. Quizá esto se deba a que la vida de Dickens quedase marcada por una infancia difícil, o porque el autor viese en los niños una manera de emocionar al público, de empatizar fácilmente con sus lectores. Al mismo tiempo enfatizar que estos pequeños protagonistas (Oliver Twist, David Copperfield o Nell Trent) se rodean de una mayoría de figuras adultas con intenciones un tanto dudosas, de entre las que destaca una con gran corazón que, a modo de hada madrina, guía sus pasos en la narración, cosa que me recuerda al Pinocho de Collodi (esto es simplificar mucho, ya que la elaboración de los personajes en la prosa de Dickens es tan compleja que ha dado lugar a multitud de estudios que sobrepasan las líneas de una entrada como esta).
De Dickens también hay que destacar su emotividad. A veces tan recargado y barroco que puede rozar el patetismo, el sentimentalismo con el que Dickens empapa las páginas se podría asemejar en gran medida al de muchas obras de literatura infantil-juvenil clásicas y/o modernas, como la Heidi de Johanna Spyri o las Mujercitas de Louise M. Alcott.
Aunque no podemos decir que el estilo de Dickens sea sencillo, sí podemos decir que, aunque detallista, es directo y vivaz, imprimiendo ritmo a la acción (léase como ejemplo el viaje por etapas de El almacén de antigüedades), sólo recargando de florituras a los momentos más trágicos de la misma.
Por último, apuntar a una de sus obras… Canción de Navidad. Se erige como uno de los paradigmas navideños de todos los tiempos: establece una serie de ideas fundamentales en el acervo cultural moderno occidental. Es decir, sin Canción de Navidad, la Navidad nunca sería tal y como la conocemos.
¡Y que viva 200 años más!
Tendré que empezar a leer a Dickens. Muy interesante tu nota, saludos¡¡
ResponderEliminar