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miércoles, 13 de junio de 2012

La realidad del país y los secretos de un maestro



Siempre había creído que el gobernante, como cualquier profesional, cobraba por trabajar para los “ciudadanos” (¡qué palabra tan fea!). Craso error si tenemos en cuenta que la llamada clase política, además de enriquecerse por deshonesta, lo hace por viciosa y corrupta, una evidencia ante la que el público replica “Bienaventurados ellos que pueden hacerlo”.
Mientras los japoneses empujan la industria del videojuego y la economía española se sumerge en mitad de una tempestad en la que unos pocos se mantienen a flote, ideólogos y partidistas de toda inclinación, imponen al funcionario público putadas de cualquier índole basadas en el consabido beneplácito de las clases bajas, ese lumpen corroído por la insana envidia que asola este país. Y así ocurrirá por los siglos de los siglos, amén de una industria diezmada por las reformas europeas y una banca que viste salvavidas estimados en cien mil millones de euros –no se olvide de la fecha de caducidad...-.
También podemos hablar estos días de llevar al paredón a todos los maestros (era raro… no tanto a los médicos, se ve que esos tienen cogida la sartén por el mango -o al toro por los huevos-)… Por gandules, por las vacaciones que disfrutan, por la cantidad de deberes que sufren los alumnos de este país -poco se nota…- y por los coches que conducen (N.B.: ¿acaso no sabrán los envidiosos esa de “rebota, rebota y en tu culo explota”?)… Un servidor, en su sino de maestro, lleva grabado a fuego eso de “pásalas canutas, te lo mereces”; por lo que obviaré todas las horas de estudio, todo el dinero invertido en aprendizaje (no sé si me hubiera aprovechado más un fisioterapeuta), todos los exámenes, todos los kilómetros que acarrea mi cuerpo, todas las noches que duermo fuera de lo que llamo hogar, todas las horas que prescindo de los que me quieren y todo el esfuerzo que he hecho; tomaré buen asiento (allá donde me destierren… ¡como si no tuviera ya bastante!) pondré cara de tonto y, atónito, veré discurrir los acontecimientos que se cernirán sobre este país en los próximos años.
Y a todos aquellos encumbrados por los votantes -que no por el currículum vitae- que piensan que tras mi oficio de maestro se esconde la mejor de las vidas secretas, les dedico un libro gracioso, esta canción de desilusion y un pedo maloliente.

martes, 12 de junio de 2012

Cuando nacen los cuentos...




Cuando un cuento nace, un momento se congela, callan los hombres y una palabra brota. Las palabras se enredan en el alma, se prenden al viento y corren por el mundo. Un mundo de detalles infinitos, sensaciones olvidadas y lugares perdidos. Perdidos y encontrados, fingidos o reales, que vuelven a la vida. Una vida que, a veces áspera, a veces mullida, queda encerrada en los cuentos que congelan los momentos y hacen callar a los hombres.

jueves, 7 de junio de 2012

Preparando la celebración...




Mañana por fin terminaré los exámenes y para celebrarlo, creo que me voy a dar un homenaje gastronómico, aunque sólo sea para consolarme (esperemos no caigan muchas, ¿verdad?)... Y con tal de hacerles sentir cierta envidia, aquí les traigo el menú que Carmen Gil ha ideado para la celebración:


De primero, lo mejor:
arco iris al vapor
con salsa de nubes rosas;
del cielo, las más sabrosas.

El plato fuerte del día,
sonrisa al baño María
con guarnición muy picante:
un rayo de sol brillante.

Como postre, beso helado,
con una galleta al lado.
Y para los más glotones,
tres bombones de achuchones.


Carmen Gil.
Menú fantástico.
En: Versos de cuento.
Ilustraciones de Gusti.
2012. Madrid: SM.

lunes, 4 de junio de 2012

De cómo no morir estudiando




Tras ese paréntesis inaceptable al que últimamente les tengo acostumbrados (¿quién iba a pensar que un servidor llegara a ser tan inconstante?), hago un alto en esa carrera a contrarreloj llamada “exámenes de junio” y me dispongo a comentarles que si hubiera de morir, la forma más cruel sería estudiando… Sí, sí… Unos mueren atiborrados de pasteles y otros de perdigones, unos rodeados de mierda y otros en el fondo del océano, el de más allá, colgado de un pino y ese desgraciado atravesado por un rayo, pero… ¿alguien se imagina diñarla hincando los codos?
Yo he llegado a planteármelo los días pasados, esos en los que las agujas del reloj daban trompicones de vértigo mientras anunciaban como se acababa mi tiempo, mientras vaticinaban que pronto llegaría mi verdugo (mejor llamémoslo examinador) y haría rodar mi cabeza por los pasillos del centro asociado de la UNED… En fin, una metáfora que corretea por las mentes de los malos estudiantes que, como yo, esperan hasta el último momento para memorizar las cuatro cosas que salven su trasero del patíbulo septembrino, última oportunidad para eludir la segunda matrícula con la que Wert y sus secuaces nos castigarán por ineptos y confiados.
No se asusten… Mirándolo con una media sonrisa, siempre podemos hacer lo que ese rey: atrapar a la muerte y olvidarnos de su existencia, para que cuando el último grano de arena cayese de lo alto, nuestra vida (aunque solo fuese la intelectual) siguiera brotando… Un camino que, como bien nos hacen ver Koos Meinderts, Harrie Jekkers y Piet Grobler en La balada del rey y la muerte (Adriana Hidalgo Editora, colección Pípala), no es más que una solución carente de sentido, pues la muerte, sea esta figurada ante un examen o literal en un infarto cardiaco, siempre imprime orden al tiempo y sentido a la vida.