En cierto foro (no me acuerdo en cual… ojeo tantas cosas al
cabo del día que es bastante difícil citar todas las fuentes), leí que cuando
un artista es incapaz de crear algo nuevo, acude a las adaptaciones de los
clásicos. Por el contrario, ayer di con cierta entrevista en la que varios
autores defendían las adaptaciones por el mero hecho de intentar dar nuevas
visiones sobre historias sobradamente conocidas para así mejorarlas en un
contexto diferente. Si estas dos razones le añadimos esa tercera que arguye que,
en tiempos de crisis son mejores las copias mediocres que las malas ideas, ya
hemos puesto al fuego un cocido de lo más jugoso en el que mucho tiene que
decir la Literatura Infantil y Juvenil…
En mi modesta opinión y con el poco bagaje humanístico que
acarreo, me urge decir que, excepto los griegos, pocos son los que han
inventado algo en esta arcaica cultura occidental, un saber que se ha ido
enriqueciendo de refritos y alguna que otra idea chispeante, como cualquier
otro… Aunque muchos defiendan estos cambios instantáneos y otras apariciones
marianas, soy de los que opinan que el gradualismo no sólo se hace patente en
el contexto evolutivo de la Biología, sino en otras ramas y disciplinas que
pasito a paso, agregan nuevas perspectivas, diferentes visiones, eso sí, sin
que ello se convierta en esa innecesaria costumbre de meter en el microondas, una
y otra vez, esas sobras que aguardan en el frigorífico un inapetente final.
Con estas cavilaciones, el último libro (idea e
ilustraciones) de Roberto Innocenti, aunque escrito por Aaron Frisch, editado
en nuestro país, y titulado La niña de
rojo (Kalandraka a la batuta), les recomiendo disfrutar de un nuevo concepto
de la caperucita de Perrault o los hermanos Grimm (¡hay tantas versiones de
este cuento popular que por una más…!), esa que se pierde entre escombros,
neones, centros comerciales, asfalto y bandas callejeras, para finalmente,
elegir el propio final de su historia.
Ya son varias las casualidades que constato entre mi vida y tu blog! Esta última: pues mi recientísimo descubrimiento de la obra que comentas, que me dejó muy pero que muy buena impresión (tengo que admitir que siendo de Innocenti, la verdad es que ya iba predispuesta al disfrute y a la admiración).
ResponderEliminarPor otro lado, muy interesante lo que comentas. Yo también pienso a veces que "no hay nada nuevo bajo el Sol". Tampoco me preocupa mucho. La cuestión es cómo se innova a base de repetir: unos lo hacen bien, y otros no tanto...
Roberto Innocenti tiene otra revisión de un cuento clásico: Cenicienta, y la ambienta en el reinado de Victoria. Me encantó este nuevo enfoque "contemporáneo". Y soy un convencido defensor de revisar viejos clásicos. Y también me pregunto, emocionado, si ahora esta nueva Caperucita urbanita tiene que atravesar el Bois de Boulogne o de Vicennes de París para visitar a su pobre abuelita convaleciente en un destartalado apartamento de protección oficial en cualquier banlieu parisina...
ResponderEliminarA mí la versión de Innocenti me parece demasiado brutal.Es verdad que el cuento original no se andaba con chiquitas, pero las ilustraciones hacen mucho más explícito lo horroroso. Decididamente, no es un cuento para regalar a un niño. La editorial y el título pueden prestarse a confusión.
ResponderEliminarBeatriz
Hola Beatriz:
ResponderEliminarLo que dices tiene gran parte de razón, una razón que deriva de la poca definición que tenemos del concepto "álbum ilustrado"... Quizá existan álbumes dirigidos a niños y otros a adultos... A mi parecer esta es una obra para el lector intermedio, casi juvenil, pero como se supone que cualquier libro con ilustraciones queda encasillado en los lectores infantiles, ahí tenemos a las editoriales: ampliando sus posibilidades de venta... Todo es muy subjetivo, dejémoslo ahí...
Un saludo.