La
tremenda cantidad de besos y felicitaciones por mi quinto cumpleaños bloguero,
además de disipar ciertas dudas sobre la continuidad de este espacio (¡ya me
sigue hasta mi madre!), trae consigo una actividad intelectual sin precedentes…
Tal ha sido esta que me he cargado mi ordenador personal y todo lo que había
atesorado en él… Sí, una pena que, aunque triste, también ha sido reveladora:
hay que usar más a menudo el disco duro externo.
Soy
consciente de lo mucho que trabaja mi cabeza ideando todo tipo de gilipolleces,
pero en ciertos momentos, véase ese en el que apretaba una y otra vez el botón
de arranque y la confianza se desmoronaba lentamente, uno constata que esas
tonterías tienen mucho valor, aunque sea el personal e intransferible, y que
son únicas. Probablemente todos nos sentimos en clara inferioridad respecto a
otros pensantes cuando las ideas cruzan nuestro firmamento intelectual,
depreciando todo aquello que surge de nosotros mismos y valorando las
creaciones ajenas…
Tras
el fallecimiento de mi querido Acer® (baratísimo y buenísimo), he decidido que
jamás volverá a ser así: mi sarta de estupideces, serán tan válidas como las de
cualquier otro. ¿Acaso no trabajo a diario? ¿Acaso no mejoro día a día? ¿Acaso
no vivo en el mundo y me inspiro de las mismas cosas que el resto?... He
llegado a ver como auténticos ignorantes empapelan sus vidas con billetes de
cien a causa de tontas ocurrencias, como mediocres escritores se han hecho con
la gloria a base de refritos y algún negro que copia al dictado, como artistas
de tres al cuarto venden brochazos de mal gusto por fortunas millonarias… ¿por
qué no le voy a dar validez a la originalidad que guardo en el fondo de mi ser?,
¿por qué no aprecia Vd. todo aquello que crece en sus pensamientos? Fíjese en
muchos otros que, dejando a un lados los complejos, se lanzan a ese vacío que es
el mundo y lo llenan de sus ocurrencias, extrañas y desmedidas, locas y
desvirtuadas, desconcertantes y granujas, canallas o versátiles. Un riesgo que
Nicolas Gouny decidió correr para publicar Leopoldo,
el caballero del ciempiés (Kókinos) y que bien merece un aplauso, no sólo
por el maravilloso uso del “nonsense” que destila, sino por amalgamar en un
álbum ilustrado el humor, la aventura y la literatura.
Siento la pérdida... Es como todo: no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Pero hay que aprender de lo malo, para que no nos vuelva a pasar y para apreciar lo que tenemos, ¿no?
ResponderEliminarMe gusta tu espíritu ave fénix. ;-)