A
raíz de los acontecimientos, hace un par de meses decidí disfrutar de mi propia
vida y prescindir de todo el asco que me rodea. No crean que es hacer oídos
sordos a ese estruendo crítico que está alterando más de un sistema límbico,
sino ser consciente de lo que hacen con nosotros los que, desde bambalinas, se
llaman titiriteros de todo lo mundano.
Hasta
las mismísimas narices de que me vendan la moto de un sistema justo y
equitativo basado en la socialdemocracia
europea, esa misma donde los pobres roban a otros pobres, creo más oportuno
liarme la manta a la cabeza y tomar las riendas de mi propia vida, esa que algo
tiene que ver con consumo desorbitado, engordadas multinacionales que gestionan
nuestra hipotecada existencia y aumentan el tejido graso de la cintura, y
guerras globales a golpe de prima de riesgo y deuda nacional. A pesar de estas
declaraciones anti-sistema sin ánimo bélico, dejo a un lado las manipulaciones
que nos bombardean desde los más recónditos lugares y prefiero dedicarme a
escribir en este lugar, decir lo que me apetezca, hacer un bizcocho de manzana
y canela, dibujar con lápices de colores, comentar una película en agradable
compañía, aprender a coser un botón o intentar hornear pan para acompañarlo rica
miel… Bien podría escribir un libro, cuidar de los hijos que no tengo, moldear
con las manos la arcilla que brota del campo, o ir de mercadillo en mercadillo
vendiendo apio de mi cosecha o los guantes que he tejido durante las largas
noches de invierno… Son esas pequeñas cosas las que nos hacen libres, las
pequeñas ideas que eclipsan a las grandes superficies, al voraz capitalismo que
exprime la última peseta del monedero (¿Regresará alguna vez a nuestros
bolsillos? ¿Quién tendrá cojones para hacerla volver?).
Es
por ello que hoy, mi cántico (un tanto “hipster”, que no comunista, ni izquierdista),
se apoya en un álbum ilustrado de antiguo cuño y contemporánea re-edición. La nave que viajó a Marte, del
sudafricano William M. Timlin (Ediciones Obelisco), un libro que nació como un
proyecto personal para el hijo del autor, regresa muchos años después para
abanderarse, no sólo como ejemplo de fantasía ilustrada, liberalismo, utopía y
creatividad, sino como un acto de rebeldía contra este mundo gris en el que la
imaginación y uno mismo tienen mucho que decir.
Estoy contigo
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