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miércoles, 26 de junio de 2013

Ocio estival

Muchos de ustedes, lectores, andarán preguntándose qué hacer durante las vacaciones de verano, un lapso temporal que, aunque muchos adoran fervientemente, para otros se convierte en el peor de los castigos… Que si a tu madre no hay quien la soporte. Que si no tengo a quién endosarle los nenes. Que si playa o montaña. Que si hotel o apartamento. Que si la piscina no está limpia. Que si mosquitos y otros chupópteros. Que si los precios están por las nubes… Es innegable que, muchas veces, la mejor de las decisiones pasa por quedarse en casa y hacer lo que más le apetece a uno. Que ya es bastante.
Aunque muchos se contentan con estirar el cuello en cruceros transmediterráneos o paquetes turísticos que van unidos a destinos tercermundistas, otros viven mirando a sus posibilidades económicas, dejando así la ostentación y los altos vuelos para seres de mayor fortuna o nivel cultural inferior… ¿Se habrá llenado la Costa Azul de catetos? ¿Acaso no es más factible disfrutar del tiempo libre cerca del hogar e invertir una parte de la paga extraordinaria en hacer cosas que no están al alcance de nuestras posibilidades durante el resto del año…?
Hay mucha (a veces demasiada) gente que tiene en deseo mover los pinceles, llenar la paleta de colores, pringarse con el óleo y dar brochazos en el lienzo, ¿por qué no emplean el mes de julio para experimentar con la pintura? Hay cientos de cursos intensivos que, si bien son incapaces de formar a artistas, nos quitan ese gusanillo que desde la infancia nos come por dentro. ¡Tomen ejemplo de Rojo, azul y un poco de amarillo, de Bjorn Sortland y Lars Elling (Ediciones de la Torre) y descubran las posibilidades del arte!


¿Siempre han querido estar encima de las tablas? ¿Recitar fragmentos de los grandes autores teatrales? ¡Esta es su oportunidad! ¡Anímense, dejen la pereza estival a un lado y matricúlense en la oferta formativa que muchos grupos de teatro profesionales, aficionados y academias de arte dramático proponen durante agosto! Y si todavía les queda una pequeña duda, sólo han de leer El pobre Pedro, la obra que Peter Schössow basándose en el clásico del Romanticismo, Heinrich Heine, ha ideado para Lóguez. Esa desazón se disipará por completo.



Y si no les gustan ninguna de las opciones anteriores y emulando a Las siestas de Polly, un libro de Peter Newell y editado por Impedimenta en su colección El mapa del tesoro, siempre pueden acurrucarse en su lado favorito del sofá, sobre una hamaca o bajo la sombra de un cinamomo, y soñar que las horas vespertinas son increíbles aventuras que nos llenan la vida veraniega.


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