Muchos
de ustedes, lectores, andarán preguntándose qué hacer durante las vacaciones de
verano, un lapso temporal que, aunque muchos adoran fervientemente, para otros
se convierte en el peor de los castigos… Que si a tu madre no hay quien la
soporte. Que si no tengo a quién endosarle los nenes. Que si playa o montaña.
Que si hotel o apartamento. Que si la piscina no está limpia. Que si mosquitos
y otros chupópteros. Que si los precios están por las nubes… Es innegable que,
muchas veces, la mejor de las decisiones pasa por quedarse en casa y hacer lo
que más le apetece a uno. Que ya es bastante.
Aunque
muchos se contentan con estirar el cuello en cruceros transmediterráneos o
paquetes turísticos que van unidos a destinos tercermundistas, otros viven
mirando a sus posibilidades económicas, dejando así la ostentación y los altos
vuelos para seres de mayor fortuna o nivel cultural inferior… ¿Se habrá llenado
la Costa Azul de catetos? ¿Acaso no es más factible disfrutar del tiempo libre
cerca del hogar e invertir una parte de la paga extraordinaria en hacer cosas
que no están al alcance de nuestras posibilidades durante el resto del año…?
Hay
mucha (a veces demasiada) gente que tiene en deseo mover los pinceles, llenar
la paleta de colores, pringarse con el óleo y dar brochazos en el lienzo, ¿por
qué no emplean el mes de julio para experimentar con la pintura? Hay cientos de
cursos intensivos que, si bien son incapaces de formar a artistas, nos quitan
ese gusanillo que desde la infancia nos come por dentro. ¡Tomen ejemplo de Rojo, azul y un poco de amarillo, de
Bjorn Sortland y Lars Elling (Ediciones de la Torre) y descubran las
posibilidades del arte!
¿Siempre
han querido estar encima de las tablas? ¿Recitar fragmentos de los grandes
autores teatrales? ¡Esta es su oportunidad! ¡Anímense, dejen la pereza estival
a un lado y matricúlense en la oferta formativa que muchos grupos de teatro
profesionales, aficionados y academias de arte dramático proponen durante
agosto! Y si todavía les queda una pequeña duda, sólo han de leer El pobre Pedro, la obra que Peter
Schössow basándose en el clásico del Romanticismo, Heinrich Heine, ha ideado
para Lóguez. Esa desazón se disipará por completo.
Y
si no les gustan ninguna de las opciones anteriores y emulando a Las siestas de Polly, un libro de Peter
Newell y editado por Impedimenta en su colección El mapa del tesoro, siempre pueden
acurrucarse en su lado favorito del sofá, sobre una hamaca o bajo la sombra de
un cinamomo, y soñar que las horas vespertinas son increíbles aventuras que nos
llenan la vida veraniega.
Buenos planes veraniegos. Estoy contigo.
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