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martes, 1 de abril de 2014

Nadie tiene un buen plan


Aquí, hasta los más tontos tienen un plan (no sé para qué, la verdad, pero el caso es tenerlo…), una paradoja de lo más absurda teniendo en cuenta que con planes o sin ellos vamos al mismo sitio, es decir, a ninguno (que se lo digan a los protagonistas del ¡Shhh! Tenemos un plan del genial Chris Haughton -editorial Milrazones, colección Milratones-…).


No sé qué mente preclara tuvo la brillante idea de diseminar planes a diestro y siniestro, una excusa la mar de socorrida en estos días de mentiras cochinas y verborrea política. Hay planes para erradicar la pobreza, un plan nacional de drogas (ese que tararea: “… a mí me gustan las pastillas, verdes, rojas y amarillas…”) que complementado con otro nacional de turismo han conseguido erigirnos como el país a la cabeza en consumo de cocaína (he aquí un clarísimo ejemplo de superación) y un plan para fomentar la compraventa de vehículos (¿hasta cuándo soportarán mis impuestos los caprichos automovilísticos de la clase media española?). También los hemos tenido polémicos, como aquel plan hidrológico que tanto alentó las riñas entre las cuencas del Ebro, Tajo y Segura, y también ese plan que nos “prepara” para la más absoluta de las miserias. Pero sin pensarlo dos veces, el plan más rentable y efectivo de los acaecidos hasta la fecha es el Plan de Lectura, una entelequia que ha dado de comer a muchos narradores hambrientos, ha llenado los bolsillos de editoriales y libreros, ha abarrotado las bibliotecas escolares de títulos fungibles, ha acallado a los miles de progres que no sabrán jamás quienes son Randolph Caldecott o Kate Greenaway, y ha fomentado más todavía el odio de los jóvenes hacía el máximo exponente de la tortura intelectual, el libro. En una palabra: redondo. Una mierda mayúscula, vamos…
Ya podría haber repartido el Ministerio de turno unos cuantos billetes entre los personajes que, como el aquí firmante, nos dedicamos al fomento de la lectura, algo que, a base de llamar la atención del ciudadano con todo tipo de improperios y casquería, estamos consiguiendo desde el ciberespacio cuasi-altruista… Y ahora seguro que alguna bibliotecaria con gafas de pasta, cierta maestra ataviada de Desigual® y ese padre preocupado por el reciclaje, me increpan con el típico “¿Y tú qué hubieras hecho, listo?”… A lo que, con una sonrisa que enfermaría a las arpías y alguna que otra rata, contestaría: “Ignorante, lo más barato y efectivo hubiera sido enseñarte a leer, a sentarte en un parque acompañado/a por un libro, a viajar desde el sillón de tu casa, a que cundiese el ejemplo entre los jóvenes…, y en caso de recibir tu negativa, encerrarte en un reformatorio para padres culturetas y otros seres aspirantones dejándote al cuidado de un verdugo, un látigo de siete colas y algún filólogo, para hacerte aprender de memoria y en tan sólo una semana el Ulises de Joyce, Bomarzo de Mujica Laínez y alguna cagada de Proust, todo ello aderezado de unos calambrazos cada vez que tocases el i-Phone ¡Y no ibas a pasar frío, so’ tonto/a!” 


2 comentarios:

  1. Ví ese libro (Tenemos un plan) el otro día en una librería, y me pareció muy bueno. Tanto la historia, como - y más - las ilustraciones. Creo que me lo voy a comprar...

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  2. Hola, Luca:
    Muchísimas gracias por tu comentario, sin lugar a dudas harás una acertadísima adquisición porque Chris Haughton nunca defrauda.
    ¡Salud!

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