Aquí,
hasta los más tontos tienen un plan (no sé para qué, la verdad, pero el caso es
tenerlo…), una paradoja de lo más absurda teniendo en cuenta que con planes o
sin ellos vamos al mismo sitio, es decir, a ninguno (que se lo digan a los
protagonistas del ¡Shhh! Tenemos un plan del
genial Chris Haughton -editorial Milrazones, colección Milratones-…).
No
sé qué mente preclara tuvo la brillante idea de diseminar planes a diestro y
siniestro, una excusa la mar de socorrida en estos días de mentiras cochinas y
verborrea política. Hay planes para erradicar la pobreza, un plan nacional de
drogas (ese que tararea: “… a mí me gustan las pastillas, verdes, rojas y
amarillas…”) que complementado con otro nacional de turismo han conseguido
erigirnos como el país a la cabeza en consumo de cocaína (he aquí un clarísimo
ejemplo de superación) y un plan para fomentar la compraventa de vehículos
(¿hasta cuándo soportarán mis impuestos los caprichos automovilísticos de la
clase media española?). También los hemos tenido polémicos, como aquel plan
hidrológico que tanto alentó las riñas entre las cuencas del Ebro, Tajo y Segura,
y también ese plan que nos “prepara” para la más absoluta de las miserias. Pero
sin pensarlo dos veces, el plan más rentable y efectivo de los acaecidos hasta
la fecha es el Plan de Lectura, una entelequia que ha dado de comer a muchos
narradores hambrientos, ha llenado los bolsillos de editoriales y libreros, ha
abarrotado las bibliotecas escolares de títulos fungibles, ha acallado a los
miles de progres que no sabrán jamás quienes son Randolph Caldecott o Kate
Greenaway, y ha fomentado más todavía el odio de los jóvenes hacía el máximo
exponente de la tortura intelectual, el libro. En una palabra: redondo. Una
mierda mayúscula, vamos…
Ya
podría haber repartido el Ministerio de turno unos cuantos billetes entre los personajes
que, como el aquí firmante, nos dedicamos al fomento de la lectura, algo que, a
base de llamar la atención del ciudadano con todo tipo de improperios y
casquería, estamos consiguiendo desde el ciberespacio cuasi-altruista… Y ahora
seguro que alguna bibliotecaria con gafas de pasta, cierta maestra ataviada de
Desigual® y ese padre preocupado por el reciclaje, me increpan con el típico “¿Y
tú qué hubieras hecho, listo?”… A lo que, con una sonrisa que enfermaría a las
arpías y alguna que otra rata, contestaría: “Ignorante, lo más barato y
efectivo hubiera sido enseñarte a leer, a sentarte en un parque acompañado/a
por un libro, a viajar desde el sillón de tu casa, a que cundiese el ejemplo
entre los jóvenes…, y en caso de recibir tu negativa, encerrarte en un
reformatorio para padres culturetas y otros seres aspirantones dejándote al
cuidado de un verdugo, un látigo de siete colas y algún filólogo, para hacerte
aprender de memoria y en tan sólo una semana el Ulises de Joyce, Bomarzo
de Mujica Laínez y alguna cagada de Proust, todo ello aderezado de unos
calambrazos cada vez que tocases el i-Phone ¡Y no ibas a pasar frío, so’ tonto/a!”
Ví ese libro (Tenemos un plan) el otro día en una librería, y me pareció muy bueno. Tanto la historia, como - y más - las ilustraciones. Creo que me lo voy a comprar...
ResponderEliminarHola, Luca:
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario, sin lugar a dudas harás una acertadísima adquisición porque Chris Haughton nunca defrauda.
¡Salud!