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lunes, 2 de junio de 2014

Príncipes modernos


Entre príncipes anda el juego a pesar de la poca sangre real que circula en este país (menos todavía desde que el rey va a abdicar), y no me refiero a los Borbones, sino a otros que en aras de la democracia, salen como setas. Da igual que vistan coleta, tupida barba o incipiente alopecia, todos pretenden ser dueños y señores de un terruño que más nos valdría defender…
No teníamos bastante con los oligarcas de una clase política (algunos la llaman casta en el sentido más peyorativo) que ha dado mucho que hablar durante las pasadas semanas, que se encaraman a la palestra nuevos advenedizos con estudios y una verborrea apabullante que, adueñándose de una serie de consignas populares (y populistas), se han colado entre mileuristas y treintañeros parados a golpe de tertulia televisiva y videos a la carta (algo me huele a nacionalsocialismo nazi). Bien mirado es una renovación del “establishment”, algo que muchos agradecen ante mítines rancios y bipartidistas, pero que denota, una vez más, el regreso de una moda algo vintage que a través de la demagogia intenta convencernos de que otro cambio es posible (¡cómo si la historia no se repitiese!).
Que una gran campaña en los medios de comunicación de masas está detrás de estos nuevo príncipes de la libertad a la holandesa es más que evidente…, aunque para mí, lo realmente gordo es que se den pábulo de gran intelecto y magnífico curriculum ostentando cátedras meritorias cuando todos los que hemos estudiado en cualquier universidad española sabemos que aquí, el que no tiene padrino no se casa…


Lo mejor de todo es que, a pesar de desligarse del clásico principado maquiavélico y camuflado tras un supuesto régimen de consultas y decisiones asambleario (algo que yo llamo postcomunismo de clase), tratan al votante como un mero analfabeto añadiendo a la papeleta una jeta reconocible que da muestras, no sólo de que la imagen manda en este mundo global, sino de que, según su criterio, poco distamos del electorado afgano (pese a quien pese).
Lo único que me alegra saber es que, si estos nuevos príncipes algún día rozan la mayoría absoluta, será de agradecer ver cómo aumenta mi sueldo gracias a una renta universal para los mayores de edad (¡Viva Venezuela!) y cómo se engrandece mi patrimonio con algún que otro chalet nacionalizado (esto me suena a cubano…), que supongo será a costa del ciudadano, ese que seguirá entrampado con los bancos alemanes y algún  que otro usurero.
En conclusión y para terminar confesarles que no soy de príncipes, sino de principitos, bien sea el de Saint-Exupéry o bien el renovado por Pinto y Chinto en El estrambótico Principito, un libro de la editorial Bululú que no sólo pretende acercarnos a la obra original y complementarla en lecturas posteriores, sino que se erige como un homenaje a todos esos pequeños príncipes que con corazón humilde y justo dejan a un lado el poder y el corrupto mundo de los adultos para gobernar en sus diminutos e insignificantes planetas.


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