Ahora
que la reforma sobre la ley que regula el aborto ha caído en saco roto y el
bueno de Gallardón ha abandonado la cartera de justicia (estoy seguro que se
debe más a intereses personales y gubernamentales que a la polémica suscitada…,
¡de los políticos fíate tú!), creo que llega la hora de hablar de este tema
sempiterno y bastante peliagudo en el que se mezcla la institución familiar, la
religión, el derecho a la vida, la capacidad para decidir, la sociedad del
bienestar y el impacto mediático. ¡Al toro!
Últimamente
todo el mundo se cree con derecho a opinar sobre esto o lo otro, como si todo
fuera con ellos, dándoselas de grandes pensadores cuando les apuntan con una
cámara de televisión y les endosan con la alcachofa en la boca. Que si yo lo
veo muy mal, que si yo lo veo muy bien… ¡Que se callen, joder! ¡Molestan!... En
vez de responder “¿Y a mí, qué coño me preguntas?” se dedican a la mayor de las
aficiones de este país: hablar por hablar.
El
primero de los aspectos a tratar en esto de la interrupción del embarazo es la
capacidad de decisión de las afectadas. ¿Por qué nos creemos tan
grandilocuentes para decidir por ellas? ¿Para establecer patrones de
comportamiento cuando no estamos en su pellejo? ¿Quiénes son los hombres para
decidir sobre los 9 meses (y lo que queda) restantes? A ver, que alguien me
responda…
El
segundo es la omnipresente cuestión de fe… La gente confunde churras con merinas
mientras intenta coaccionar a los demás y modificar así sus decisiones
interpelando al nombre de Dios, Alá o Quetzalcóatl. Si la decisión de abortar
es íntima y personal, más lo son las creencias, y por lo tanto, ¡bastante
conflicto interno tiene una creyente si se queda embarazada tras ser violada!
(aunque se vaya a Londres a quitarse el marrón de encima…).
Lo
del estado en este asunto, no tiene nombre… Me parece mucha paradoja que una adolescente
pueda interrumpir el embarazo sin encomendarse a sus padres, pero no pueda
acudir a las urnas para elegir a aquellos tocados por la varita mágica de la
democracia (¡Qué asco de democracia ibérica! ¡Me aburre de solemnidad!)
También
tenemos en juego a la familia, ese ámbito tan necesario y en clara decadencia
que, desestructuración tras desestructuración, se desentiende de los problemas
que le atañe para encomendarselos al Estado, ese que toma cartas en los asuntos
privados para que, de paso, padres, madres y tutores legales no se ensucien las
manos con sus hijos, concebidos por obra y gracia del Ministerio de Asuntos
Sociales.
La
sociedad del bienestar también está de por medio, incluyendo, entre otras, a la
píldora, el feminismo, la medicina, e incluso, a la caridad. Nos creemos que los
demás tienen que solucionar nuestros problemas, les colgamos la responsabilidad
de nuestros fallos y, por tanto, son ellos y no nosotros, quienes deben
solucionarlos y poner de su parte para salvaguardar la integridad que se nos
olvidó. Y si no, denuncia al canto…
Y
tras estas consideraciones que no llegan a ningún sitio (cada uno que haga lo
que quiera con sus hijos…), llegamos al derecho a la vida. Cuando uno nace,
además del problema intrínseco del parto, deben saber que, tras la luz, la acritud
de la vida no se apiadará de nadie y seguirá actuando consecuentemente para
diezmarnos y consumirnos con sus avatares. Por esto, a veces es difícil saber
si la vida es un derecho o un deber.
En
cualquier caso y haciendo alusión a padres y proles, les recomiendo Todos mis patitos, un álbum ilustrado de
Janosch y editado por Libros del Zorro Rojo, en el que, con rima incluída y un
esperanzador y reproductivo discurso, se nos da buena cuenta de que los hijos
unas veces te dan momentos amargos y otras, los más dulces.
Hola monstruo. Te he echado de menos en verano. Suelo seguirte a diario, descubriendo libros geniales y disfrutando de tu apasionada visión de la actualidad. Coincido mucho contigo, en las apreciaciones del mundo escolar sobre todo. Hoy, una vez más, hemos coincidido. Para abordar el tema del aborto no hay que apelar a la fe, ya que con el derecho natural basta para comprender que es una atrocidad. También opino que el Estado no debería actuar porque la conciencia recta de cada uno debería ser suficiente. Sólo hay tema que no comparto para nada contigo, y es el papel del padre en el embarazo. ¿Por qué no puede contar en este tema? ¿Acaso no tiene que ver luego en la educación de la criatura? Un saludo.
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