Juan Ramón Alonso
Tal
día como hoy hace cien años (1914) se publicaba una de las obras cumbres de la
LIJ nacional. Aunque su autor, Juan Ramón Jiménez, negara que la escribiera
para los niños, Platero y yo se ha
convertido a lo largo del tiempo en una de las imágenes de nuestra infancia
(sobre todo de la mía, en la que no había tanto videojuego, ni teléfono móvil
de cuarta generación).
Y
hoy, desde Moguer (Huelva), cuna del premio Nobel, hasta el SLIJ de Madrid,
pasando por las ondas de Radio Nacional de España o el omnipresente Google, se
celebra la efeméride de la publicación de una de las obras más traducidas a los
diferentes idiomas del mundo.
Platero,
además de ese burro que retoza por nuestros campos, literales o imaginados, es
el símbolo de un tiempo pasado en el que lo rural, todavía vivía en España, en
el que el aire todavía olía a siega, a fritillas tempranas, a calles que
sonaban a juegos de verano… una imagen que, esperemos, dure otros cien años
más. Para que no olvidemos que la España de ayer también tuvo infancia, para
que el espíritu de los niños que fuimos perdure en la memoria.
Platero es
pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que
no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos
escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia
tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo
llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece
que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Las ilustraciones preciosas y el texto, a pesar de lo manido que está también.
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