Hace
mucho tiempo que no sueño con cosas bonitas (¿será que me he acostumbrado a
soñarlas despierto?). De entre todos mis sueños recurrentes o repetitivos, el
que más me gustaba era el de descubrir que volaba… Solía caminar por un amplio
paseo, de pronto pegaba un salto y… ¡voilá!: Me quedaba suspendido en el aire,
como flotando... La sensación de ingravidez se parecía a la misma que uno
siente sumergido en el agua, cuando queremos hacer pie y una fuerza invisible
nos impide tocar el suelo. Después de alcanzar la tierra y algo sorprendido,
volvía a probar por segunda vez. Esta era más fácil. La experiencia era un
grado. Y botando, y botando, aprendía a volar entre las ramas de los árboles,
los vendedores de globos y alguna que otra cagada de pájaro. Era una sensación
de libertad total que me envolvía en mis noches de niñez y adolescencia (ya
saben que algunos crecemos poco…), y que hoy poco frecuenta mi letargo.
Aunque
nadar como los peces también tiene su aquel, el vuelo de las aves tiene un
no-sé-qué que conquista a medio mundo. Muchos necesitan alas para volar, otros
se sirven de escobas mágicas o seres mitológicos y algunos prefieren
desplazarse sobre una cama, una aspiradora o un castillo volador. A los que
habitan el País de Nunca Jamás les basta con una pizca de polvo de hada y un
hermoso recuerdo para surcar los cielos, y también sé de un héroe antiguo que prefería cabalgar
entre las nubes a lomos de un caballo apodado Pegaso en vez de morir
intentándolo como aquel llamado Ícaro...
Lo
cierto es que a mí, con un poquito de ilusión (¿dónde se habrá escondido?) me
bastaba para hacer piruetas y cabriolas nocturnas. Sentirme especial, diferente
por un instante (no se crean que los sueños duran mucho a pesar de que el
cerebro nos engañe) era un ejercicio que me hacía regresar a la más pura
infancia, me mantenía lejos de las preocupaciones que tienen los adultos y me
procuraba fuerza necesaria para afrontar la mañana con una sonrisa. Les
recomiendo abiertamente la experiencia, batir los brazos de arriba hacia abajo
y comenzar el ascenso…. ¡Pero no se aficionen! ¡Todo tiene su lado malo!...
¿Qué pasaría si a todos nos diese por revolotear como los gorriones, planear
como los buitres o migrar como las cigüeñas? Para saber la respuesta sólo
tienen que echarle un ojo al libro pop-up de Gustavo Roldán titulado Si usted volara (editorial Combel) que,
aunque sencillo, tiene un puntito evocador y un bonito mensaje.
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