Una vez hemos dejado
atrás los terrores del verano (que no han sido pocos...), ha
terminado la mejor feria de España, y he sentado a mis más de 140
adolescentes en sus correspondientes pupitres (cuando quieran se los
presto y dan buena cuenta de que los maestros SÍ trabajamos), me
congratula dar comienzo, un curso más, a este espacio lleno de tapa
dura e ilustraciones a go-go, para hablar así de todo lo que nos
incumbe (y lo que no... -ya saben que me encanta andurrear por las
ramas-) a los monstruos.
Aunque serán conscientes
de que tengo más vicio que un gato en las uñas (¿Quién duda de
que haya visitado alguna que otra librería o devorado alguna que
otra novela durante los meses estivales?), deberán creerme cuando
les digo que he pasado el verano rascándome la panza, una parte de
mi anatomía que, aunque poco protuberante, necesita de los más
exquisitos cuidados, algo que no me ha restado mucho tiempo a la hora
de darle cuerda a la cocorota (los que conocen el placer de pensar a
la orilla del mar, me comprenderán con facilidad). No es dejadez lo
que me embriaga (¡a un lado mojigaterías!, ¡lo mío son las
cervezas frías!), ni me he dejado llevar por la pereza (¡qué cosa
tan triste esa...!), sino que más bien he preferido envolverme en el
aroma contemplativo de la vida mientras algunos se afilian a los
nuevos partidos (ahora hay más despachos a los que entrar y más
oportunidades para rapiñar), otros lloran un poquito en el mostrador
de la trabajadora social de paguica en paguica (si no fuera por
estos jetas no podríamos cotizar para la jubilación) y los últimos
venden su alma al diablo con tal de que les publiquen un libro.
Menos mal que ya ha
llegado la Escuela, esa que da esplendor a los niños (algunos
difieren aduciendo que siega las personalidades sobresalientes y
homogeneiza a la prole) y llena de paz a los padres (en eso están
todos de acuerdo..., ¡que los hijos dan mucho la vara!). Vomitonas,
forro a raudales (Qué gastazo... ¡Docentes del mundo! Luzcan este
lema en su solapa: “¡Yo también detesto los libros de texto!”)
y, sobre todo, mucho olor a humanidad, llenan las aulas estos días.
También me encantan esos cartelitos de caligrafías variopintas que
colocan los alumnos sobre la mesa y nos ayudan a aprender sus nombres
-¡con lo difícil que es recordarlos y lo fácil que resulta
olvidarlos!- y lo desorientados que parecen yendo de un pasillo a
otro, pero sin duda, cuando más me divierto es a la hora del recreo,
cuando la algarabía llena el patio y algunos se atreven con juegos
con los que se divertían no hace mucho. Y es que, a pesar de la
vergüenza, todos nos envalentonamos cuando del escondite, el
pañuelo, el balón prisionero y el churro (¡menos amagar, me
encantaba todo lo que tenía que ver con este juego!) se trata, algo
que nos recuerdan María Pascual (he de felicitarla por sus
ilustraciones de técnica mixta sobre tabla, sencillamente
exquisitas) y la editorial Narval en su ¿Sales a jugar? Así
que ya saben, acompañen a sus vástagos al parque (que ya están
bastante encerrados) y, mientras ellos botan, brincan, corren, riñen
y gritan, disfruten de este veranillo tan agradable que aún nos
suena. Yo, por mi parte, creo que me uniré a la fiesta..., a ver si
bajo barriga...
Feliz regreso y feliz por tu regreso.
ResponderEliminarPrefiero que sigas tú haciéndote cargo de los adolescentes... ;-)
¡Esta vez a la primera, Miriam! ¿Te quieres creer que me han dado de baja de facebook? A volver a empezar toca... Snifff.
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