Nos tomamos la vida a
pies juntillas, con demasiada trascendencia. No sé si es un acierto
o quizá un lastre artificial que cada uno soporta sin razón
aparente y en la medida de lo posible. Desde pequeños nos han
enseñado que la seriedad es una virtud (yo prefiero la templanza, es
más práctica). La gente quiere ser muy honrada (¿O quizá
creíbles...? ¡Qué confuso es todo!). La gente quiere ser muy
respetables (respetando poco... ya saben lo de nuestros prejuicios).
Algunos lo consiguen metiéndose una estaca por el culo, otros
colgándose toda la ropa de AmazonBuyVip©,
los menos leyéndose cuatro libros (¡Qué sabihondos y
bienhablados), y la inmensa mayoría con una vida redonda que en su
plenitud pase por los hijos, los coches, el apartamento en la playa y
un perro que pasear. Todo es maravilloso. Pero, ahora que me fijo: ¿A
cuenta de qué? ¿De borrar la sonrisa?
En esta vida llena de
doctrinas, malencarados y falsas carcajadas, un servidor se atreve a
defender los laberintos complejos, las cosas sencillas, las
decisiones descabelladas, los libros para niños y, sobre todo, la
amplia risa, todo ello amenizado con un poco de cabeza (que no está
el horno para bollos). Táchenme de lo que quieran, pero aquí estoy
yo, intentando ser feliz -aunque a veces sea infeliz; no hay que ser
necio pues no todo es de color de rosa-, con mis gilipolleces y mis
miserias, con mis alumnos diurnos y mis farras nocturnas, y esa
sonrisa sempiterna (N.B.: Sé que a muchos les jode por pura envidia,
así que, cuando quieran, les regalo la sonrisa... y también las
miserias).
Ya sé que muchos me
tratan de mercachifle, de juerguista, vividor y absurdo, pero, lo
siento, seguiré con mi sonrisa, liviano, poco convencional, decir lo
que me plazca (a estas alturas de la vida creo que me puedo ir
concediendo esos caprichos)... vamos, hacer el payaso, que es muy
necesario.
Perdónenme si a veces me
paso de la raya (bien recuerdo a aquella que me voceaba por el
rellano de la escalera: “¡Sí, sí... pero con la risa bien que
jodes!), pero también han de reconocerme que antes de reírme de lo
que toca, me río de mí mismo, una medicina doblemente expectorante,
la mejor receta que me ha dado el tiempo para sobrevivir a este mundo
gris.
Y para que vean que me
preocupo por todos aquellos que se toman el devenir tan en serio
(incluso esas fruslerías y maldades que digo de los libros), he aquí
El granjero y el payaso. De
este álbum ilustrado de Marla Frazee y editado en nuestro país por
Algar, podría decir mil cosas, pero sólo voy a decir tres: es
exquisito, tremendamente honesto (cuando me refiero a que un trabajo
es transparente y sin dobleces, me refiero a esto, a hacer bien tu
trabajo, a no ser forzado ni pretencioso, a no buscar la diferencia)
y universal; todo ello, sin una sola palabra (muchos no
quieren oír hablar de libros sin palabras, y creo que es porque no
saben leerlos).
Miren su fiel reflejo en
el granjero y encontrarán su infancia en el payaso. Lean este libro y
dibujen una amplia sonrisa en el corazón.
Qué buena pinta tiene este libro.
ResponderEliminarCaballero andante Román, La espada y el escudo del caballero son la sonrisa sincera y el sentido crítico de la vida.
Qué buena pinta tiene este libro.
ResponderEliminarCaballero andante Román, La espada y el escudo del caballero son la sonrisa sincera y el sentido crítico de la vida.
"Caballero des-andante" me viene más al pelo... XD
ResponderEliminar