A
pesar de que los sueños nos pueden condenar ad infinitum, no sólo
por su naturaleza intangible y evanescente, sino por cómo los
canalicemos dentro de nosotros (N.B.: La mera comparativa con el
mundo real, el sobrevalorarlos, puede desembocar en frustraciones y
desencantos. He visto morir a más de uno por ver sus sueños
incumplidos...), sigo siendo partidario de ese increíble fenómeno
que tiene lugar en la llamada fase R.E.M.
Sigo
con mis sueños aunque cumpla pocos. Todavía los tengo y me siento
afortunado por ello. Siempre he soñado despierto. Tánto, que muchas
veces me sumerjo en esas ficciones, una especie de colchón para que
el corazón se sienta liviano y siga latiendo pese a las penas que te
trae el tiempo. A veces me alegra ser un niño y a veces me apena
estar tan poco en el mundo, pero el caso es que continuo viviendo.
Son sueños mundanos, alcanzables pero irreales.
Dejando
a un lado mi experiencia personal y conforme van pesando los años,
voy concluyendo con que pocos soñamos como lo solíamos hacer.
Seguramente no soy el más ducho en esas lides, pero al menos intento
ejercitar la imaginación (no como otros, que de tanto pisar la
tierra tienen el gesto sombrío...). No hablo sólo de adultos, no.
Últimamente veo como la realidad asola tanto a jóvenes, como a
viejos, algo impensable hace unas décadas en las que, los niños, a
pesar de una existencia más difícil y cruel que la de hoy día,
seguían con esperanza e ilusión intactas. Y así es como mis
alumnos han dejado de soñar, quizá porque nacieron en un momento en
el que los sueños dejaron de ser lo que eran, quizá porque se los
hemos arrebatado, quizá porque no saben dónde buscarlos...
A mi
parecer, no hay excusas para abandonar las posibles ensoñaciones a
su suerte, y ahí estamos nosotros para hacer que broten de nuevo.
Pese a que los sueños son íntimos y subjetivos, siempre pueden
compartirse. Acurrucados a la luz de una vela, en una noche de
tormenta o rebozándonos sobre la hierba del campo. De viva voz o a
través de las palabras de un libro... Sí, amigos, los libros están
llenos de sueños y quizá por eso se dice que son capaces de hacerte
un poco más libre. Quizá sea otro artefacto, otro instrumento
humano para desconectar del día a día, para seguir adelante sin
abandonar un camino propio, pero el caso es que nos sigue siendo
útil.
De
entre todos los libros para soñar con los que me he topado
últimamente, es El vuelo de la familia Knitter de Guia
Risari y Ana Castagnoli (editorial A buen paso), uno de los que más
me ha gustado. Por su ritmo, las ilustraciones dibujadas entre líneas
y aguadas azules, grises y ocres, sus espacios contemplativos, las
similitudes que he encontrado con otros libros (hay una ilustración
que me ha recordado enormemente al Peter Pan y Wendy de
Barrie), y por lo rebelde e inquietante que se esconde en ciertos
pasajes en principio inofensivos.
No
sé que connotaciones poéticas tendrá este vuelo familiar en el que
la fantasía se convierte en realidad y la vigilia se transforma en
sueño, pero sí me ha quedado claro que volar y soñar son
sinónimos, sinónimos de libertad.
Sì, es verdad: la imaginacion es libertad. Guia Risari (la autora volante)
ResponderEliminarInvitar a leer, invitar a soñar. Esto me digo a mí misma cuando insisto tanto a mis pequeños alumnos para que lean y lean .
ResponderEliminarUy! Éste álbum de A buen paso, no lo conozco. Habrá que poner solución.
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