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martes, 19 de abril de 2016

Soñar, volar, vivir...


A pesar de que los sueños nos pueden condenar ad infinitum, no sólo por su naturaleza intangible y evanescente, sino por cómo los canalicemos dentro de nosotros (N.B.: La mera comparativa con el mundo real, el sobrevalorarlos, puede desembocar en frustraciones y desencantos. He visto morir a más de uno por ver sus sueños incumplidos...), sigo siendo partidario de ese increíble fenómeno que tiene lugar en la llamada fase R.E.M.
Sigo con mis sueños aunque cumpla pocos. Todavía los tengo y me siento afortunado por ello. Siempre he soñado despierto. Tánto, que muchas veces me sumerjo en esas ficciones, una especie de colchón para que el corazón se sienta liviano y siga latiendo pese a las penas que te trae el tiempo. A veces me alegra ser un niño y a veces me apena estar tan poco en el mundo, pero el caso es que continuo viviendo. Son sueños mundanos, alcanzables pero irreales.


Dejando a un lado mi experiencia personal y conforme van pesando los años, voy concluyendo con que pocos soñamos como lo solíamos hacer. Seguramente no soy el más ducho en esas lides, pero al menos intento ejercitar la imaginación (no como otros, que de tanto pisar la tierra tienen el gesto sombrío...). No hablo sólo de adultos, no. Últimamente veo como la realidad asola tanto a jóvenes, como a viejos, algo impensable hace unas décadas en las que, los niños, a pesar de una existencia más difícil y cruel que la de hoy día, seguían con esperanza e ilusión intactas. Y así es como mis alumnos han dejado de soñar, quizá porque nacieron en un momento en el que los sueños dejaron de ser lo que eran, quizá porque se los hemos arrebatado, quizá porque no saben dónde buscarlos...


A mi parecer, no hay excusas para abandonar las posibles ensoñaciones a su suerte, y ahí estamos nosotros para hacer que broten de nuevo. Pese a que los sueños son íntimos y subjetivos, siempre pueden compartirse. Acurrucados a la luz de una vela, en una noche de tormenta o rebozándonos sobre la hierba del campo. De viva voz o a través de las palabras de un libro... Sí, amigos, los libros están llenos de sueños y quizá por eso se dice que son capaces de hacerte un poco más libre. Quizá sea otro artefacto, otro instrumento humano para desconectar del día a día, para seguir adelante sin abandonar un camino propio, pero el caso es que nos sigue siendo útil.


De entre todos los libros para soñar con los que me he topado últimamente, es El vuelo de la familia Knitter de Guia Risari y Ana Castagnoli (editorial A buen paso), uno de los que más me ha gustado. Por su ritmo, las ilustraciones dibujadas entre líneas y aguadas azules, grises y ocres, sus espacios contemplativos, las similitudes que he encontrado con otros libros (hay una ilustración que me ha recordado enormemente al Peter Pan y Wendy de Barrie), y por lo rebelde e inquietante que se esconde en ciertos pasajes en principio inofensivos.
No sé que connotaciones poéticas tendrá este vuelo familiar en el que la fantasía se convierte en realidad y la vigilia se transforma en sueño, pero sí me ha quedado claro que volar y soñar son sinónimos, sinónimos de libertad.

3 comentarios:

  1. Sì, es verdad: la imaginacion es libertad. Guia Risari (la autora volante)

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  2. Invitar a leer, invitar a soñar. Esto me digo a mí misma cuando insisto tanto a mis pequeños alumnos para que lean y lean .

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  3. Uy! Éste álbum de A buen paso, no lo conozco. Habrá que poner solución.

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