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jueves, 5 de mayo de 2016

Agricultura ecológica y magia primaveral


Ya estamos en mayo y, agradecidos por las últimas lluvias, los campos andan teñidos de verde (¿será la única época del año en la que la sub-meseta sur no parece un erial?) y la primavera se puede cortar en el aire, no sólo por las hormonas en suspensión, sino por el vigor que en huertos, bancales y cultivares dan a entender que llega el fuego reproductor. Y para celebrarlo, he creído conveniente unas pocas consideraciones sobre la agricultura ecológica y/u orgánica, tal olvidada por algunos, tan vitoreada por otros como un servidor.


Seguramente muchos piensan que lo de la agricultura ecológica y orgánica está más relacionado con la prohibición de pesticidas y herbicidas que con otra cosa, pero me gustaría llamar la atención sobre algunos aspectos igualmente importantes en este tema... Sí, es cierto que este tipo de agricultura opta por el uso de productos naturales (aprovecho para proponerles una reflexión: ¿lo natural es sinónimo de inofensivo?) o inocuos para el ser humano (véase el caso del jabón de sosa o potasa diluido para controlar el pulgón o la ceniza diluida para la roya), así como por un control natural de las plagas (por ejemplo el uso de depredadores naturales como la Coccinella semptenpunctata para controlar el pulgón o las rapaces en el caso de los devastadores topillos), pero el concepto “ecológico” tiene el cuenta todo el equilibrio del sistema, y por tanto, multitud de factores inter-relacionados entre sí en pro de esa homeostasis...


Es por ello que debemos prestar mucha atención a las técnicas de laboreo, unas que pueden degradar el perfil del suelo y que, en muchos casos, no son auditadas para la certificación ecológica (ya saben, la ecoetiqueta) de los productos frutícolas u hortícolas. Con ello quiero decir que la presión a la que se sobre-expone el suelo en ciertas explotaciones, dista mucho del óptimo ecológico que se esperaría en estos productos, véase el uso del arado de vertedera (inversión de la estructura natural de un suelo) o el empobrecimiento mineral y orgánico del suelo y la consecuente adición de abonos (se supone que orgánicos...). Probablemente, todo esto se solventaría con una adecuada rotación de los cultivos y una técnicas de laboreo menos agresivas, así que, ya saben: el sustrato también importa.


También hay que tener en cuenta el tipo de semillas que se utilizan, ya que hoy día es muy difícil encontrar semillas no modificadas genéticamente (existe cierta diferencia con “seleccionadas artificialmente”, ya que el Hombre lo ha hecho desde que optó por el sedentarismo) o transgénicas, algo que tampoco suelen incluir muchas certificaciones de este tipo. Si desean variedades y cultivares tradicionales, les recomiendo acudir a cualquier encuentro-feria de semillas tradicionales o ponerse en contacto con alguno de los múltiples bancos de germoplasma agrícola (aquí les dejo el enlace con todas las redes de semillas españolas para que brujuleen) y proveerse así de estas variedades, no solamente adaptadas a un terreno y climatología concretas, sino que también favorezcan la viabilidad de la cosecha siendo resistentes a ciertas enfermedades.
Igualmente me gustaría hablar de un dato importante que no se considera en la mayoría de los productos ecológicos: el uso del agua. En un país como el nuestro donde predomina el clima mediterráneo, uno caracterizado por la marcada estacionalidad y la escasez de precipitaciones en verano, época de mayor productividad horto-frutícola, urge el acondicionar los cultivos a dicha disponibilidad para no derrocharla en exceso a merced de una producción que poco tiene que ver con los parámetros climáticos de una zona determinada (plantar maíz o espárragos en zonas con balance hídrico negativo es una atrocidad). Debemos adecuar los cultivos a las caraterísticas de cada zona, no sólo por la productividad, sino por respetar los recursos disponibles, así como utilizar métodos de riego de ahorro, adaptados a la zona y rentables.


Para terminar comentar algo que me ronda: ¿Todos los productos ecológicos son sostenibles? Es decir, ¿aportan su pequeño grano de arena a la sostenibilidad económica, ecológica y social?... Se podría decir que la mayor parte de ellos contribuyen en mayor o menor grado al parámetro ecológico, pero no ocurre lo mismo con la faceta económica (por ejemplo: si estamos acostumbrados a tener disponibilidad de todo tipo de alimentos a lo largo del año, algo que es imposible de manera natural ya que dependemos de las distinta temporadas, favorecemos el aumento de los costes y por consiguiente, el precio final del producto) o con la social (imagínense que vivimos en una zona en la que el pepino se cultiva de manera tradicional y ecológica pero el producto final es un poco más caro que el procedente de Marruecos, ¿Qué compra intervendrá más a nivel social? Si compramos el que proviene del país vecino seríamos doblemente insostenibles; por un lado fomentaríamos la continuidad de los bajos salarios que, probablemente, son la causa del precio competitivo, y denostaríamos nuestro propio producto en detrimento de las familias productoras del entorno; por otro lado auparíamos un transporte mayor, el elevado consumo de combustible y más producción de contaminantes y residuos, lo que, a la larga sería menos sostenible, tanto ecológica, como socialmente.


A pesar de tener en cuenta estas consideraciones, les diré que, lo mejor para conseguir unos aceptables tomates ecológicos es echarse p'alante y cultivarlos uno mismo. Sigan el ejemplo de El pequeño jardinero, el protagonista de otro álbum de Emily Hughes (Impedimenta) que con mucho tesón, perseverancia y algún que otro disgusto (raro es el agricultor que no los sufra), ve florecer su trabajo. Disfruten de esta preciosa oda al trabajo agrícola en la que la naturaleza interviene con todos sus mecanismos; y si no me creen, déjense seducir por la magia que tiene el ver germinar una habichuela.

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