Tras haber dejado a un lado los
días de la madre y del padre, congratulándome por todos
aquellos que tienen la suerte (o no, yo siempre tan escéptico) de
serlo, y tras contemplar ojiplático cómo las redes sociales se
llenaban de mensajes ñoños y vergonzantes (por lo menos para mí)
sobre el amor materno que muchos tienen (otro derivado de cara a la
galería y el ciberpostureo), he creído adecuado elaborar este post
para hablar sobre los roles que padres y madres desempeñan en las
historias de los libros infantiles.
El mundo está cambiando
(y no a pasos agigantados, como a muchos nos gustaría) y el
pensamiento social, aunque moldeado por diversos medios de poder,
adelanta en grado considerable a otras esferas humanas que se ven
faltas de un nuevo orden, véanse como ejemplo el marco legislativo o
el religioso, unos que necesitan una vuelta de tuerca y dejar de
lado la anacronía que presentan el Estado y la Iglesia en muchos
aspectos. De entre todo lo mejorable dentro del panorama social, son
las concepciones relativas a las diferencias de género y las
consecuencias derivadas de estas, las que presentan una mayor
problemática y un subsecuente compromiso por parte de ciertos
sectores en el que, cómo no, queda representada la faceta cultural,
esa que a los monstruos literarios nos interesa.
En materia de LIJ, la
cosa no podía ser menos y desde que este tipo de literatura se va
afianzando dentro del ideario colectivo, surgen numerosos ejemplos
que rompen con los modelos masculino y femenino que vienen rondando
de lejos a muchas generaciones de niños. Claros ejemplos de esta
tendencia pueden ser la figura de Pippi Calzaslargas que,
aunque sobresalen entre la vorágine literaria por demostrar cierta
subversión a esa imagen dócil y angelical, no son capaces de
eclipsar otras figuras femeninas de mayor tirón como la de la Heidi
de Joana Spyri o las de las Mujercitas de Alcott (a pesar de
la presencia de Jo, una especie de oveja negra poco deseable).
Tampoco hemos de olvidarnos de la representación del mal a través
de las figuras femeninas como la Reina de Corazones imaginada por
Lewis Carroll o las presentes en los cuentos de hadas (¡Atención brujas y madrastras!), aunque en este caso cabe llamar la atención
sobre los antagonistas, unos contrapuntos benignos como las hadas
madrinas o los espíritus de la Naturaleza, que equilibran dicha
imagen desde un punto de vista sexista.
Y enumerando un ejemplo
tras otro, llegamos al punto en el que la Literatura Infantil ve
florecer el género del libro-álbum, un género que mediante dos
discursos (verbal y no verbal), nos habla de los diferentes roles de
género y las connotaciones que estos tienen dentro de la
ideosincrasia infantil. Aunque uno de los temas recurrentes en los
álbumes ilustrados de finales del siglo XX y lo que llevamos de
este, es el de tratar con cierta objetividad y nueva perspectiva el
papel que tanto la mujer, como el hombre, desempeñan en diferentes
aspectos de la vida (se me ocurre citar el Corre, Mary, corre
de Bodecker y Blegvad o El libro de los cerdos de Browne), los
estereotipos clásicos siguen vigentes en multitud de libros
ilustrados que, de manera explicita o de otra más críptica, crean y siguen alimentando un ideario algo rancio.
Existen multitud de
selecciones (ESTA por citar alguna) y estudios sobre los
estereotipos masculinos y femeninos en los álbumes ilustrados que,
además de mirar con lupa los descriptores y elementos de su
contenido, dan buena cuenta del tratamiento tan diverso aunque poco
equitativo, que, tanto textual, como gráficamente, se hace de este
tema.
Mención aparte y
haciendo alusión al título de esta entrada me gustaría centrarme
en las figuras maternas y paternas presentadas en los libros
ilustrados para niños. No hace falta hurgar mucho para dar buena
cuenta de que en la mayoría de los álbumes ilustrados, padres y
madres pertenecen a la esfera del siglo pasado. Quizá no lo veamos
llamativo dado que el groso de la sociedad sigue teniendo
interiorizados estos estereotipos, pero sí hay un esfuerzo evidente
por parte de autores, editores e intermediarios de la lectura para
darle cierta elasticidad a esas percepciones. Frente a las madres
amables y cariñosas del siglo XIX y principios del XX, empiezan a
abundar madres desagradables y gritonas (acuérdense de la
Madrechillona de Bauer); frente a los buenos padres de familia, trabajadores y protectores, vemos hombres más crápulas y otros
implicados familiar y sentimentalmente, algo que se agradece más que
nada por la pluralidad (a todos nos gusta vernos identificados en
ciertos aspectos) y la visibilidad y normalización de una sociedad
mutable y activa.
Si además tenemos en
cuenta que la imagen que proyectan los productos culturales sobre
los roles de género está íntimamente relacionada con las
pre-concepciones sobre otros aspectos relacionados con la sexualidad o
la orientación sexual (¿Una mujer ruda es sinónimo de lesbiana y
otra dulce de heterosexual? ¿Un hombre que ayuda en las tareas del
hogar pone en entredicho su virilidad?), o la institución familiar,
véanse familias monoparentales o padres del mismo sexo, se hace
necesario cambiar esos arquetipos ya que redundarán al imaginario
colectivo de un modo más activo.
Está más que claro que
necesitamos un cambio de perspectiva desde diferentes ámbitos, pero, ¿a qué precio? Este aspecto, muy trabajado desde la administración,
centros y observatorios gubernamentales, y los llamados “agentes
sociales”, aunque ha ayudado a la visibilización del problema,
también ha actuado de un modo sesgado criminalizando/ensalzando los
-ismos (no entiendo porqué cada vez existen más casos de maltrato
machista entre adolescentes si son los que mayor información han
tenido sobre este tema, y sigo sin comprender porqué el feminismo es
mejor que el machismo).
Seguramente este
intervencionismo (político o de otra índole, cada cuál que use su
propia lupa) ha sido, en muchos casos, el origen de infinidad de
libros que, de un modo evidente, han ido encaminados al
adoctrinamiento (se me ocurre citar Arturo y Clementina o Rosa
Caramelo de Adela Turín y Nella
Bosnia) mientras han infravalorado el mensaje literario, algo que
sucede en pro de otros fines pedagógicos o didácticos que, aunque
igualmente lícitos en un artefacto utilitario como es el libro,
tienen más que ver con una literatura concebida como medio de poder
en el que confiar para crear ciudadanos a medida, que con el puramente
ocioso. Con ello quiero decir que considero oportuno utilizar con
sumo cuidado este tipo de libros, ya que unas veces por exceso, otras
por defecto, no se ajustan a la realidad imperante, sino que la mayor
parte de las veces, esas “buenas intenciones” se degradan hasta
al cliché y abordan la normalización estereotípica desde un punto
de vista demagógico, lo que se traduce en cierto dogmatismo panfletario.
En base a todo lo dicho
les dejo con un dilema: ¿Acaso somos incapaces de entender que
muchos escritores e ilustradores están en su pleno derecho de
decidir qué tipo de estereotipos paternos y maternos son más
apropiados para las obras que pergeñan? ¿Deben estar los valores por
encima de la Literatura? ¿Es lo suficientemente libre una Cultura
castrada a favor de la corrección política? Mientras dan con la respuesta
pueden leer los dos libros que me han inspirado este post con tanta
chicha: Tipos duros (también tienen sentimientos) de Keith
Negley, publicado por Impedimenta y El viaje de mamá de
Mariana Ruiz Johnson (Kalandraka), dos álbumes de nuevo cuño que
tratan de derribar ciertos prejuicios sobre madres y padres.
Para terminar y sin ánimo
de crear conflicto alguno (todos tenemos madre y la nuestra es la
mejor), prefiero limitarme a decir que muchas veces pienso que
activismo, buenismo y progresismo ("Vidas de santos" podríamos llamarlo) se dan la mano en detrimento del
avance social, y otras, le rebanaría el pescuezo a todo aquel que
esté a favor del sexismo... No obstante y aunque parezca raro en mí esto de los términos medios, creo que el camino más adecuado es el
que se traza paso a paso, en la vida real o en la literaria. Hay que
estar en el mundo y cambiar poco a poco nuestra cosmovisión. Así opto
por el ejemplo, el arma más eficaz y que también se echa más en falta. Por ello y mientras piensan en todo lo de hoy, voy a repartir cariño a
raudales entre mi padre y mi madre.
Algunos estudios y análisis para profundizar:
-En castellano:
Colomer García, T. & Olid Báez, I. 2009. Princesitas con tatuaje: las nuevas caras del sexismo en la literatura juvenil. Textos, 51.
-En inglés:
Gooden, A. M. &
Gooden, M. A. 2001. Gender representation in notable children's
picture books 1995-1999. Sex Roles, 45(1): 89-101.
Hamilton, M.C., Anderson, D., Broaddus, M. & Young, K. 2006. Gender stereotypes and under-representation of female characters in 200 children's picture books: a twenty-first century update. Sex Roles, 55 (11): 757-765.
Oskamp, S., Kaufman, K, &
Wolterbeek, L.A. 1996. Gender stereotyped descriptors in
children's picture books: Does “curious Jane” exist in the
literature? Gender role portrayals in preschool picture books.
Journal of Social Behaviour and Personality, 11(5): 27.
Taylor, F. 2009. Content
analysis and gender stereotypes in children's books. Sociological
Viewpoints, 25.
Tsao, Ya-Lun. 2008.
Gender issues in young children's literature. Reading
Improvement, 45(3): 108-114.
Hola Román, me alegra que mi libro te haya inspirado este post. En mi caso, la historia que cuento es una vivencia personal y el modelo de familia que elegí es el propio y el de varias personas de mi generación y mi entorno. Mi intención era más que nada contar una historia personal, algo que sucedió en mi casa, concentrarme en la mirada del niño y el cambio en su rutina cotidiana. Pero el hecho de mostrar una madre que trabaja y que deja la casa ha despertado inevitablemente algún que otro debate: desde lágrimas sobre el libro porque a la lectora adulta le producía mucha angustia que la madre abandonara el hogar, hasta el "¿por qué elegiste una familia tipo y no una monoparental o de padres homosexuales?". También soy consciente de que el libro será acogido de distintas formas en distintos países. En fin, creo que estas discusiones que despiertan los libros siempre son sanas; a mi me parece que estos temas van a aparecer naturalmente en los álbumes ilustrados pero también me inquieta que el afán por desestereotipar se vuelva un estereotipo. Saludos desde Buenos Aires
ResponderEliminarEncantado de verte por aquí, Mariana. Todo conflicto tiene diversas miradas y no creo que ninguna sea excluyente. Tu expresas a tu manera y los demás perciben de la suya. Y así, la literatura se va enriqueciendo. ¡Un saludo monstruoso!
ResponderEliminar"La peor señora del mundo" de Francisco Hinojosa, es la mamá que nadie quiere tener. Rompe los moldes de una manera divertida invitando a la reflexión. No hay papá a la vista y a los niños se les sirve comida de perro... Imperdible .
ResponderEliminar"sigo sin comprender porqué el feminismo es mejor que el machismo"...
ResponderEliminarEstimado Román, para comprender algo, primero hay que informarse, formarse e investigar sobre el tema. No sé si explicar en este comentario que feminismo no es lo contrario que machismo y que, por supuesto, en todo caso, feminismo es mejor que machismo.
Según la RAE, el feminismo es un movimiento e ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. En el concepto se puede profundizar más, pero con la definición de la RAE creo que es suficiente para no desprestigiar el concepto.
Aburrida estoy de tener que escuchar y leer este tipo de cosas y miedo me da que en las aulas se trasladen estos mensajes.
Gracias por tus sabias lecciones, Anónimo. Es un consuelo saber que todavía alguien sabe utilizar el diccionario (podrías haber citado el María Moliner, escrito por una mujer y no por una mayoría de hombres trasnochados), sobre todo para aclarar algo que ya estaba más que aclarado. Un besico.
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