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lunes, 3 de abril de 2017

Los caminos se llenan de flores


Mientras muchos huyen de las flores, al aquí escribiente le encantan. Que si les recuerdan a los cementerios, que si son evanescentes, que si olores penetrantes. Pamplinas y chorradas. Estos órganos reproductivos vegetales tienen mucho aquel...
Me acuerdo de Carmelo, el albañil jubilado que teníamos por vecino en la casa del campo, que siempre decía “Este chiquillo, ¡lo que le gustan las flores!” Y sí, la verdad es que siempre me han resultado muy llamativas. Aunque de un tiempo a esta parte me resultan más interesantes las formas y los colores que presentan (N.B.: ¿Han visto muchas rosas azules? Seguro que no... Hay familias de angiospermas sobre las que prima el azul, en otras el blanco, amarillos o rojos). También son importantes los ejes de simetría, bilaterales (véanse las orquídeas y labiadas) o radiales (cápítulos como los del girasol o la dalia) o la geometría de sus elementos (Hay una coincidencia fractal en la naturaleza más que hermosa). Me pirran del mismo modo la forma de agruparse de ciertas flores en eso que los botánicos llamamos inflorescencias, las cimas escorpioides o los corimbos, las espigas o las margaritas (¿No lo sabían? Pues sí, en la margarita hay dos tipos de flores: liguladas y tubulares). Lo de las adaptaciones para la fecundación cruzada también tiene usía, si no me creen echen un vistazo a aráceas y raflesiáceas entre otras.


Pero antes de que un servidor se adentrase en el mundo vegetal académico, buscaba en las flores otros significados más relacionados con la contemplación de su belleza y que se adscribieran a la esfera de lo emocional. Un beso para mi madre, un regalo para los amigos, para celebrar un nacimiento o cómo decirte “te quiero”. Las flores tienen un lenguaje muy diverso y, aunque generalmente adornen las tumbas o las habitaciones del hospital, siempre podemos encontrar otras posibilidades más divertidas o chanantes. Decía mi admirada Maruja, para los amigos, o María Andrea Carrasco de Salazar, para los desconocidos (las hay que abrevian con descaro, para reírse del mundo aunque sean muy señoras), que si quieres demostrarle desprecio a alguien, nada como regalarle un poto. Y los que sabíamos de qué iba la cosa nos descojonábamos.


Y así llego al libro del lunes, Un camino de flores, un álbum sin palabras con cierta vis de novela gráfica (combina la página y la viñeta como unidades espacio-temporales) cuya maqueta vi en la Feria de Bolonia de hace tres años (¡La de este año empieza hoy!) en el espacio que la editorial canadiense Groundwood Books tenía allí y para la que buscaban coeditores (Que por cierto, no era un negocio muy caro. Más que rentable diría yo teniendo en cuenta que fue incluido en la selección de los mejores del 2015 realizada por The New York Times). Cómo no, me quedé prendado de esta delicia de JonArno Lawson y Sydney Smith que Libros del Zorro Rojo ha publicado en castellano. En él existen numerosos puntos notables donde destaco la simbología floral como vínculo entre las personas o con el entorno, lo lineal de la narración, la crítica a la paternidad y la sociedad tecnócrata (el padre que no suelta el móvil ni a tiros, o esa mujer de la parada de autobús con atuendo floral: es la única que está leyendo.), lo transicional de la atmósfera (de un mundo en blanco y negro se pasa a uno completamente lleno de colores y viveza), el guiño metaficcional al personaje de Caperucita Roja, o multitud de detalles donde destacamos las guardas sintéticas.


En resumidas cuentas, que me encantan las flores y cualquier libro en el que sean protagonistas.


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