Lo de esta mañana
(laboralmente hablando, porque la climatología es cojonuda) no tiene
nombre, no sólo porque no existen calificativos para denominar
semejante situación, sino porque es mejor no ponerle ninguno, no sea
que algunos se ofendan y se echen a llorar, como pasa la mayor parte
de las veces cuando aclaras ciertas cuestiones inmateriales de la
humanidad...
El caso es que no me
extraña que algunos se inventen palabras para bautizar los diferentes engendros de este mundo moderno que nos asolan y divierten a partes
iguales. Las hay autóctonas, como “metijaco” (dícese de aquel
que se mete donde no lo llaman), “bacinear” (verbo transitivo que
se refiere a la acción de entrometerse y enredar en los asuntos de
los demás), “reviejo” (resabiado, repelente), “golismero”
(adjetivo, sinónimo de cotilla), “galgo” (persona a la que le
pierde un dulce o las “galguerías) o “gambitero” (aquel que se
pierde por una buena jarana). N.B.: las dos últimas me definen a la
perfección.
También las tenemos de
ámbito nacional y con mucho aje (“flow” para los modernos).
Adoro “postureo” (España no es nada sin esto), “chusta”
(antiguamente lo llamábamos “pava”, pero se ve que los tiempos han
cambiado...), “fofisano” (como yo), “amigovios” (todos
tenemos una colega que los cultiva por doquier), “cani” (como
algunos de mis alumnos), “salseo” (del bueno: mucha casquería
ajena, despelleje a todo trapo y risas, que lucen mucho) y “holi”
(que aunque es muy televisivo, se ha instalado en las calles).
Hay otras que, aunque
poco populares, también dan que hablar, sobre todo si nadie sabe qué
significan (¿“Aporofobia”? ¿”Posverdad”?). Luego están las
polémicas, muy útiles en la sociedad mediática que vivimos y
alimentamos. “Sororidad” (me pregunto lo mismo que Isabel
Benito, ¿era necesaria teniendo una de cuño patrio como
“comadreo”?), “buenismo” (odio el concepto y me encanta la
palabra) o “especismo” (¿no teníamos bastante con
“animalismo?).
Pero sin lugar a dudas, las que más me gustan son las que no significan absolutamente nada y
que proceden del puro entretenimiento, del juego cotidiano que niños,
adultos y mayores establecemos con nuestro aparato fonador,
simplemente por divertirnos. Aunque la más conocida sea el
“supercalifragilisticoespialidoso” de P. L. Travers, también
tenemos la “mapirrisa” de Cristina Ramos, el “cactusípedo”
de Sonia Esplugas, los “batautos” de Consuelo Armijo, los “Oompa
Lumpa” de Roald Dahl, el “quidditch” de J. K. Rowling, las "incopelusas" de Cortázar, o la que
hoy nos ocupa, el Achimpa de Catarina Sobral (editorial
Limonero).
Nadie sabe de dónde viene, adónde va, si es de nuevo cuño o antigua, si es popular o se considera un capricho de la gente culta. El caso es
que está ahí y pertenece a todos aquellos que la quieran utilizar.
Una veces suena a insulto, otras a sorpresa. ¿Y tú? ¿Sabes qué es
“achimpar”? Quizá leyendo este más que delicioso libro ilustrado donde una sola palabra es la excusa perfecta para ensalzar el lenguaje, te puedas aclarar...
Además de lo interesante que cuentas en cada entrada, cada vez escribes mejor.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Martín! ¡Un abrazo!
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