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martes, 23 de enero de 2018

Palabras que no dicen nada y lo dicen todo


Lo de esta mañana (laboralmente hablando, porque la climatología es cojonuda) no tiene nombre, no sólo porque no existen calificativos para denominar semejante situación, sino porque es mejor no ponerle ninguno, no sea que algunos se ofendan y se echen a llorar, como pasa la mayor parte de las veces cuando aclaras ciertas cuestiones inmateriales de la humanidad...
El caso es que no me extraña que algunos se inventen palabras para bautizar los diferentes engendros de este mundo moderno que nos asolan y divierten a partes iguales. Las hay autóctonas, como “metijaco” (dícese de aquel que se mete donde no lo llaman), “bacinear” (verbo transitivo que se refiere a la acción de entrometerse y enredar en los asuntos de los demás), “reviejo” (resabiado, repelente), “golismero” (adjetivo, sinónimo de cotilla), “galgo” (persona a la que le pierde un dulce o las “galguerías) o “gambitero” (aquel que se pierde por una buena jarana). N.B.: las dos últimas me definen a la perfección.


También las tenemos de ámbito nacional y con mucho aje (“flow” para los modernos). Adoro “postureo” (España no es nada sin esto), “chusta” (antiguamente lo llamábamos “pava”, pero se ve que los tiempos han cambiado...), “fofisano” (como yo), “amigovios” (todos tenemos una colega que los cultiva por doquier), “cani” (como algunos de mis alumnos), “salseo” (del bueno: mucha casquería ajena, despelleje a todo trapo y risas, que lucen mucho) y “holi” (que aunque es muy televisivo, se ha instalado en las calles).
Hay otras que, aunque poco populares, también dan que hablar, sobre todo si nadie sabe qué significan (¿“Aporofobia”? ¿”Posverdad”?). Luego están las polémicas, muy útiles en la sociedad mediática que vivimos y alimentamos. “Sororidad” (me pregunto lo mismo que Isabel Benito, ¿era necesaria teniendo una de cuño patrio como “comadreo”?), “buenismo” (odio el concepto y me encanta la palabra) o “especismo” (¿no teníamos bastante con “animalismo?).


Pero sin lugar a dudas, las que más me gustan son las que no significan absolutamente nada y que proceden del puro entretenimiento, del juego cotidiano que niños, adultos y mayores establecemos con nuestro aparato fonador, simplemente por divertirnos. Aunque la más conocida sea el “supercalifragilisticoespialidoso” de P. L. Travers, también tenemos la “mapirrisa” de Cristina Ramos, el “cactusípedo” de Sonia Esplugas, los “batautos” de Consuelo Armijo, los “Oompa Lumpa” de Roald Dahl, el “quidditch” de J. K. Rowling, las "incopelusas" de Cortázar, o la que hoy nos ocupa, el Achimpa de Catarina Sobral (editorial Limonero). 
Nadie sabe de dónde viene, adónde va, si es de nuevo cuño o antigua, si es popular o se considera un capricho de la gente culta. El caso es que está ahí y pertenece a todos aquellos que la quieran utilizar. Una veces suena a insulto, otras a sorpresa. ¿Y tú? ¿Sabes qué es “achimpar”? Quizá leyendo este más que delicioso libro ilustrado donde una sola palabra es la excusa perfecta para ensalzar el lenguaje, te puedas aclarar...


2 comentarios:

  1. Además de lo interesante que cuentas en cada entrada, cada vez escribes mejor.

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  2. ¡Muchas gracias, Martín! ¡Un abrazo!

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