Mientras el refranero nos invita a dilatar la Navidad (“Hasta
San Antón…”), el aquí firmante ha dicho “¡Basta! Ya está bien de tanta
celebración, que parece que no tenéis casa”. Me apetece algo de rutina (N.B.: Que
no de volver al instituto. Para escuchar otros sonsonetes me quedo con el de la
Mariah Carey, empalagoso pero muy disfrutón) y dejar los excesos que abarrotan
hasta el cuchitril más anodino. No me vengan con el rollo de los reencuentros,
la paz y el amor, porque detrás de todos los brindis y babas que nos ha servido
Instagram, los últimos quince días se pueden resumir en un tiempo verbal:
aguantar.
Calles atestadas de zombies, lentejuelas a go-go, brilli-brilli
sin gusto, roscones de cuarta, mucho árbol de plástico, alguna que otra bronca
(en mitad de una cogorza todo vale), pobres y solemnes luciendo boletos
premiados, el cuñao de turno, demasiado trasnochado, tontos y tontas, tontas y
tontos, antiimperialistas y beatos, vomitonas por cada esquina, trileros, vendepeines
y charlatanes, catetos emigrados que, venidos a más, regresan a provincias para
felicitarnos las pascuas, mucho abrazo, mucho beso (a ver si lo recuerdan el
resto del año), y por supuesto,
hambrientos sueltos que no falten -todo un clásico-.
Y es que si algo caracteriza a estas fiestas es el ansia con
la que llenamos el buche. Tragar, engullir, zampar y jalar. Beber, mojar,
soplar y pimplar. Quizá puedan añadir algún sinónimo más, pero creo que son
suficientes para definir esta época en la que el derroche digestivo (también de
sales de frutas y bicarbonato) es el santo y seña (in)humano.
Hasta ahí, todo bien (cada cual que apechugue con su
gastroenteritis y/o salmonelosis oportuna). El problema viene cuando hace
aparición el típico hambrón, ese que se pone morao a costa de los demás, ese
que lleva semanas haciendo hueco en su duodeno, ese que exige ostras y La Veuve
Clicquot, ese al que todo manjar le parece poco. Con estos zampabollos, la
fiesta puede tener diversos finales (véanse una cuñada malencarada, una madre
bienhallada o un extraño oportuno), pero la cuestión es que algunos siguen
practicando el engorde navideño, y si es a costa de los demás, mejor.
Y con este panorama, la tanda de reseñas del 2019 empieza
con Un león glotón o el misterio de los
animales desaparecidos de Lucy Ruth Cummins (editorial Corimbo), un libro
que me ha encantado. Verán, la cosa empieza con la fiesta que un buen puñado de
animales celebra para el cumpleaños del león. Todos están muy animados con esta
fiesta sorpresa cuando de repente empiezan a desaparecen los invitados. ¿Quién
estará acabando con ellos? Todos sospechan del rey de la selva, pero otro
tragaldabas anda suelto. ¿Quién será? Una propuesta de adivinanzas y retahílas muy
interesante que juega con el pasar de las páginas y unos cuantos apagones.
Seguro que pueden jugar mucho con él, e incluso hacer algún guiñol o teatro.
Que sí, nenas y nenes, que sí, que he vuelto para quedarme.
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