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jueves, 14 de marzo de 2019

Sobre las paradojas de la libertad



Se nos llena la boca de libertad. Libertad por aquí, libertad por allá. Claman libertad el reo, el adolescente, el ama de casa, el ejecutivo, el panadero, el creyente, la prostituta y el camarero. Minorías y mayorías exigen su cuota de libertad. Todos estamos de acuerdo. Queremos libertad. Para vivir, para sentir, para trabajar. Pero, ¿qué es la libertad?
Ni la filosofía ni la política ni la psicología se ponen de acuerdo en un vocablo que todos creemos tener muy claro. En términos filosóficos se refiere al estado de servidumbre y/o esclavitud (no subyugar ni ser subyugado); la política lo define como un derecho de libre determinación y de expresión de la voluntad desde un punto de vista cívico y organizativo; y la psicología tiene en cuenta una serie de actitudes en las que destaca la espontaneidad y la indiferencia.


Todo esto suena divinamente (como toda teoría), hasta que llega la práctica y nos encontramos con todo tipo de trabas, más todavía teniendo en cuenta que el ser humano es un animal social y la libertad individual está condicionada por lo colectivo. Les hablo de compañeros de trabajo, de familias y familiajes, de amigos (supuestos, porque los de verdad te dejan volar), de transeúntes (esas calles llenas de dimes y diretes son una miseria fantástica) e incluso seguidores (que las redes sociales además de darle alas a lo privado, también actúan como mordaza).
Es difícil ser libre. Las multinacionales, los bancos, las energéticas y los partidos políticos nos utilizan, nos moldean a su antojo para ser consumidores y votantes ejemplares. Aunque no lo creamos vivimos presos de nuestras bajas pasiones, pues la libertad tiene muchas caras aunque nosotros sólo veamos la más idílica. Y así, con los grilletes invisibles de la propaganda, llego hasta Acuario, un hermoso álbum sin palabras de Cynthia Alonso, editado en nuestro país por la editorial madrileña Kókinos.


Todo empieza con una niña que, desde un pequeño embarcadero, contempla el mar mientras sueña con nadar entre los peces. De repente, un pececillo rojo salta fuera del agua y cae en el embarcadero. La niña lo recoge y se lo lleva a casa. La niña intenta construirle un acuario especial, pero el pez se escabulle. Es así como la protagonista entiende los deseos y anhelos de su nuevo amigo.
Aunque el argumento es bastante recurrente, la narración tiene mucha fuerza, pues la autora ha elegido desarrollarla a través de la secuenciación de imágenes que tienen una enorme carga onírica, fantástica, pues los sueños de la niña se mezclan con la situación del animal, contraponiendo así estos dos puntos de vista, la ensoñación y la realidad.


A ello hay que añadir una paleta de color con mucho contraste donde el azul del ecosistema acuático con los tonos ocres, negros y rojos, nos trasladan a un verano fresco y cálido en el que entran ganas de zambullirnos. No podemos olvidarnos de los detalles (¿se han fijado en el traje de baño de la niña?) ni  de las excelentes composiciones de cada doble página donde el movimiento, un metáfora hermosa de la libertad, es una constante.
Espero que les guste tanto como a un servidor. Y si no, son libres de disfrutar de otro libro.

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