Dicen que ayer fue el Día Internacional del Libro Infantil
o, lo que vino a ser lo mismo, el cumpleaños de Hans Christian Andersen. Seguramente
muchos de los que estaban en Bologna lo celebraron por todo lo alto (me consta
que unos comieron queso, los más clásicos mortadela y otros brindaron con ron y
chocolate), pero un servidor, que está hasta las narices de este segundo y
largo trimestre (les aviso por si no se han percatado) no pudo hacerlo pues el
deber y las salidas de campo me llamaron. Tampoco se ha acabado el mundo, han
sobrevivido a mi falta de previsión respecto a las efemérides y pueden
perdonarme pues los libros infantiles construyen este lugar día a día, no sólo
uno.
Dicho esto retomo la actividad de un blog que necesita
animación (la dichosa astenia primaveral está minando mi inquebrantable
voluntad), pues me comentaba el otro día una seguidora que va echando de menos
mi maldad, una hoja de doble sentido que de vez en cuando hay que afilar, sobre
todo cuando se ciernen comicios, ferias del libro u otros faustos que nos dan
mucho que hablar. Yo me sonreí y le prometí artículos más sarcásticos y
mordaces, pero que le agradecería que no me metiera en el saco de los malvados,
pues hay una diferencia notable entre ser travieso y ser malvado.
Cari, no confundamos. Llámame juguetón, granuja o descarado.
Sé un poquito más fina y elegante y déjate a un lado definiciones como
maleante o villano. Que esas tienen connotaciones mucho más
peyorativas y harán pensar a los futuros monstruos que el aquí firmante es hijo
del mismísimo diablo. Yo solo juego, me divierto e intento no hacer daño. Hay
muchos otros peores que yo, como muestra, la protagonista del libro de hoy…
La peor señora del
mundo era uno de esos libros que tocaba leer. Me llamaba por considerarse
ya un clásico de las letras infantiles mexicanas (se publicó por primera vez en
1992 y he visto montones de reseñas de él), por la cantidad de copias vendidas
(yo calculo unas seiscientas mil, que en un libro infantil, sobre todo
hispanohablante, ya es muchísimo), y por haber sido censurado en pequeños círculos
de la media-alta sociedad mexicana (este dato da mucho morbo y tendré que
añadirlo a mi monográfico sobre la censura en la LIJ), así que me hice con un
ejemplar de este cuento ideado por Francisco Hinojosa, ilustrado por Rafael
Barajas “El Fisgón” y publicado por Fondo de Cultura Económica.
A pesar de haber encontrado alguna que otra crítica negativa
de este librito (en tapa blanda y muy barato, algo que me chifla), he de decir
que el libro me ha gustado bastante, porque con un lenguaje directo, mucho
humor y escasas florituras, esta historia sobre una señora que echa jugo de limón
sobre los ojos de sus hijos, los alimenta con comida para perros y pega palizas
a sus convecinos (violencia y tortura de la buena), nos habla de muchas cosas
con la honestidad que se le supone a cualquier buen libro.
En primer lugar he de decir que su estructura tiene mucho
que ver con los cuentos populares, concretamente aquellos que hacen alusión a
la unión del pueblo contra el antagonista. Si a ello le unimos que la lucha se
realiza desde una postura inteligente y
perspicaz, la cosa se tiñe de ejemplarizante (teniendo en cuenta que
esta señora es mala, malísima, cabría esperar una cruenta batalla, algo que no
sucede), algo por lo que este libro ha sido tildado de antibelicista. Por mi
parte no diría tanto, ya que lo exagerado, lo paródico y lo cómico nos evocan
cierto regusto amargo, casi compasivo, sobre la figura de esta señora, heroína
indiscutible de esta historia que logra levantar al pueblo para expulsarla de
Turambul.
Lean y disfruten, pero no quieran parecerse a ella. Y si lo hacen, apechuguen con lo que les venga...
Me encanta este libro. El primer ejemplar que tuve también fue el de tapa blanda que me costó baratísimo pero Jara,que le rechifla esta historia, lo llevó a clase y durante un tiempo estuvo desaparecido. Apareció justo el día después de que comprara otro ejemplar de nuevo y decidimos que el que había desaparecido debía quedárselo su maestra para que lo contara una y otra vez sin parar.
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