El asunto de la vivienda se está volviendo a poner jodido.
Los alquileres por las nubes, las nuevas construcciones se agotan en un pispás,
y los préstamos hipotecarios se animan. Créanme, se acerca un nuevo boom del
ladrillo, cosa que no nos ha de extrañar pues es una cuestión cíclica que anima
la inflación y los mercados (interesa, vamos…).
Yo, por mi parte no creo que contribuya a esta nueva fiebre.
No me miren extrañados si les digo que muchos conocidos se han puesto al quite,
no sólo para mejorar su estatus (eso de haberse comprado un piso en lo que
ellos consideran un barrio de segunda, lo llevan mal muchos arribistas), sino
para invertir sus ahorros. Que cada uno con sus cuartos hace lo que le place,
es una verdad impepinable, pero el aquí firmante pasa de notarios, tasadores,
bancos y contribuciones, porque una casa, aunque te puede rentar, también es un
gastazo de tiempo y cuartos.
Es evidente que lo que están viviendo muchos en las grandes
ciudades es vergonzoso, rozando lo miserable. En Madrid, Barcelona o Bilbao
(por citar algunas de nuestro país) la cosa está muy mal. Unos le echan la
culpa a la ley de la oferta y la demanda, otros a la gentrificación, a la mala
gestión municipal, al capitalismo exacerbado… Me da igual quien tenga la culpa,
el resultado es el mismo: cajas de cerillas, grilleras, trasteros o pisos
patera a precio de oro… ¿A eso le llamamos vivienda digna? Anda y no me jodan…
Sé lo que me digo pues he vivido en todo tipo de
cuchitriles, en casas descuidadas, sin calefacción, ascensor y otras
comodidades que hoy se consideran básicas. También he buscado piso en las
grandes ciudades (el verbo opositar se queda corto). He tenido con lidiar con
caseros, administradores, constructores, vecinos y compañeros de piso. Que sí,
que es ley de vida, pero entiendo que mucha gente, sobre todo la que tiene pocos
recursos, como estudiantes, mileuristas o jubilados, estén hasta el moño del
tema.
También he de decirles que el problema no se resuelve con viviendas
de protección oficial ni de precio tasado, sino con políticas y leyes que echen
el freno a maniobras especulativas, tanto individuales, como empresariales,
pues tampoco considero que haya que regalarle la vivienda a nadie, pero sí facilitarle
el acceso a un espacio vital donde pueda desarrollarse, algo que nos ilustra
estupendamente el libro de hoy.
El arquitecto y los
animales del bosque de Kunihiko Aoyama (editorial Errata Naturae) es uno de
esos libros preciosistas que nos van encandilando mientras pasamos página. Unas
ilustraciones de corte clásico y llenas de detalles que, además de
posibilitarnos la búsqueda y la contemplación, nos trasladan al mundo
fantástico creado por un enano arquitecto y toda la fauna que habita en el
bosque.
Partiendo de un argumento sencillo (el enano quiere construirse
una casa y le salen voluntarios para echarle un cable a cambio de un espacio en
ella), se articula un relato divertido que nos puede llevar a diferentes
discursos. Hay que decir que me encanta, tanto el rigor zoológico, como poder
contemplar la evolución de esa estructura de madera que se va elevando en cada
doble página. Un regalo ideal para futuros (y presentes) arquitectos y
enamorados de los juegos de construcción.
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