Como cualquier amante de la Literatura Infantil guardo una
estrecha relación con personajes como Alicia, Momo, Dorothy o Pinocho, pero si
tuviera que elegir alguno, ese sería Peter Pan. Sí, supongo que ya lo habían
imaginado, más todavía teniendo en cuenta que soy de esos monstruos que siente
una enorme debilidad por el universo de la LIJ anglosajona. Es por ello que
estoy más que contento de que Edelvives haya publicado una inmejorable edición
de esta historia de James Matthew Barrie con ilustraciones a cargo de Antonio
Lorente y el mismo prólogo de la edición de Peter
Pan y Wendy de la ya descatalogada colección Laurín de Anaya a cargo de
Juan Tébar.
Contento por esta edición de lujo que ha entrado a formar
parte de mi biblioteca personal, tengo que añadir que me ha parecido acertadísimo
incluir en él, Peter Pan en los jardines
de Kensington.
Aunque todos conocemos Peter
Pan y Wendy -la idea que todos tenemos de la historia se basa en esta
obra-, son pocos los que conocen Peter
Pan en los jardines de Kensington, una precuela que ha sido poco editada en
castellano pero que es muy necesaria para entender la idiosincrasia del segundo
libro protagonizado por Peter Pan.
Esta historia nació en una obra anterior de Barrie que llevaba
por título El pajarito blanco (1902),
una novela dirigida al público adulto y de carácter un tanto satírico donde el
escritor incluyó una serie de capítulos que pretendían aligerar un poco esa vis
crítica de la obra en cuestión, concretamente los capítulos trece a dieciocho
en los que se habla del origen de Peter Pan.
Dándose cuenta de que esta historia podría tener como
destinatarios a los niños, J. M. Barrie la publicó en 1906 bajo el título que
hoy conocemos, Peter Pan en los jardines
de Kensington, después de crear su obra de teatro Peter Pan o el niño que no quería crecer y que bebía también de esa
historia primigenia incluida en la novela.
Son dos las inspiraciones de esta historia. Por un lado la
omnipresente familia Llewelyn Davies, pues es a partir de 1897-1898 (dos años
antes de escribir estas páginas) cuando Barrie entró en contacto con George y
Jack mientras disfrutaban al cargo de su niñera Mary Hodgson de los citados
jardines. Por otro hay que hablar del poema Kensington
Gardens de James Tickell, la primera obra que, aunque un tanto espesa, hace
alusión a los seres mágicos que habitan estos jardines y a la que también rinde
homenaje la estatua de Peter Pan que se erige en dicho lugar (y con la que
Barrie no quedó muy satisfecho… averigüen la razón).
Muchos hablan de esta pequeña novela como una obra menor de
Barrie, pues es cierto que a veces resulta algo compleja y no capta la atención
del lector como su secuela Peter Pan y
Wendy, pero a mi forma de entender la idiosincrasia del personaje y todo su
complejo entorno, es muy necesaria.
En primer lugar entendemos por qué Peter siente una
animadversión extrema hacia el ecosistema adulto, hacia sus necesidades y enseñanzas.
Peter Pan se siente traicionado por su madre, un estado emocional que todos
hemos sentido alguna vez ante las decisiones de nuestros progenitores, que si
bien es cierto que aquí son extremas, también pueden ser comprensibles desde el
prisma adulto, desde la posición de una mujer que suple la pérdida de un hijo.
El segundo punto en el que hay que detenerse es en la figura
de Maimie Mannering, la antecesora de Wendy. Maimie es una niña que, perdida en
los citados jardines, acaba haciéndose amiga de Peter para comprometerse con
él. Una vez esta se da cuenta de que su madre la echa mucho de menos, regresa
con ella y deja al protagonista sólo, no sin antes regalarle una cabra (véase
aquí una alusión al dios Pan de la que luego Barrie prescindiría). Gracias a
este pasaje entendemos lo complejo de la posterior situación con Wendy, pues Peter
es abandonado una y otra vez por aquellas personas que quiere y admira
(curiosamente todas mujeres… ¿Podríamos asimilar esta situación a algún
complejo psicológico del autor?).
En tercer lugar hay que llamar la atención sobre el mundo de
las hadas y los duendes, de esos seres que habitan los jardines y a los que
Barrie, además de idearles un ecosistema propio, pone en tela de juicio. Su
comportamiento es algo reprochable pues está a caballo entre lo infantil
–juguetones y despreocupados- y lo adulto –vengativos e irritables-, algo que nos
permite mirar a estos seres desde un punto menos positivo que el que nos han
hecho creer los estudios cinematográficos y los cuentos.
Como guinda del pastel quería llamar la atención sobre una
nota curiosa que ensalza la capacidad creativa de Barrie, esa que logra
hacernos creer lo increíble, pues en muchas guías y portales turísticos dan
como cierta una historia que se menciona al final de la obra. Según Barrie, las
dos tumbas que se pueden encontrar en estos jardines fueron erigidas por Peter
Pan para honrar los cuerpos de dos niños fallecidos en ellos y tal y como rezan
las iniciales grabadas en ellas, “W. St. M.” y “P. P.”, que corresponden a Walter
Stephen Matthews y Phoebe Phelps respectivamente. Romperé la magia cuando les
diga que en realidad son dos mojones de término que marcan los límites de “Westminster
St Margaret” y el “Parish of Paddington” hoy conocido como “Metropolitan
Borough of Paddington”.
Para finalizar mi recorrido por esta obra y atendiendo a las
ilustraciones, he de decir que han dado completamente en el clavo al elegir al
artista almeriense, pues se recrea en unos personajes que no son niños ni
adolescentes (me gusta porque parece dirigirse a otro público que no sea el
puramente infantil), con ese halo de misterio, incluso algo perturbadores, con
mucha fuerza y melancolía. En parte me recuerdan la intensidad que tienen las
imágenes de Arthur Rackham para la primera edición de la obra y que afianzaron
todavía más la idea de ese mundo complejo y mágico que es la niñez, donde no
todo es de color de rosa, sino que se puede sufrir y reír a partes iguales.
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ResponderEliminarNo ws el libro que buscava
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