Ayer fue mi cumpleaños (el real, que el de este sitio
ya lo celebramos en febrero) y no me regalaron nada. No se asusten porque la
verdad es que no me hace falta mucho. No es una necesidad vital eso de recibir. No voy desnudo
ni descalzo y tengo que llevarme a la boca, así que, non ti preocupare, bambini.
No me molesta que no me agasajen, pues la mayor parte de
veces que me regalan algo no sé qué decir. En primer lugar está el pudor (me da
cierta vergüenza, pues no me educaron para desempeñar papeles protagonistas y
sólo sé sonreír como un chino y poner cara de gilipollas). En segundo lugar hay
que decir que la mayoría del personal regala por regalar, y ando
harto de ropas y colonias. Y la tercera razón se debe a mi propia naturaleza, una
un tanto rara y monstruosa que agradece sobremanera lo creativo, imaginativo y
bizarro.
No hay ni qué decir que los caprichos siempre son
bienvenidos. Unos calcetines molones, unos auriculares inalámbricos, una buena
caja de Polychromos o Caran D’Ache (son más caros pero los pigmentos cubren el
papel que da gusto), unas sandalias resistentes, el esqueleto interno de un
erizo de mar, un retrato de vanguardia, un desayuno a domicilio (este detalle
me lo hicieron una vez mis amigos y me eché a llorar) o un libro… No es tan
difícil contentarme, ¿verdad?
También es cierto que muchas veces nos regalan algo que de
primeras no nos dice mucho, pero luego le encontramos el puntillo. Algo en lo
que nunca antes hubiésemos reparado, prendas que no nos atrevemos a lucir,
cosas que no sabemos utilizar o aficiones que nunca hubiéramos descubierto por
nosotros mismos, tienen que ver con los regalos que nos hacen otros.
Para que piensen en todo esto y mucho más, les traigo hoy Mi amigo futbolista, un álbum muy
entrañable de Edward van de Vendel y Alain Verster, publicado en castellano
por Thule, en el que se nos habla de fútbol y de amistad. En él, Mateo, el hijo
de una familia de granjeros, recibe por su aniversario dos regalos, un balón de
fútbol y un cerdo. Está entusiasmado con un buen partido e intenta que Barto,
su porcino amigo, comprenda las reglas del juego y pueda disfrutar con él, pero no es posible. Aunque cunde el desánimo, todo dará un giro gracias a la afición de Barto por
rebozarse en el barro.
Si a una historia sutil y agradable le unimos las
ilustraciones de Alain Verster que, elegantes, sutiles y llenas de un aire
evocador (recuerdan a las de Kaatje Vermeire y otros autores de la escuela flamenca), nos permiten hurgar en detalles curiosos (ver todos las fotos de futbolistas famosos o encontrar campos de fútbol a doquier) y llenarnos de su delicado
sabor, el libro merece mucho la pena. ¡Ah, y no olviden que los mejores regalos
suelen estar a nuestro lado!
Todavía me acuerdo cuando mi abuelo me compró la mochila del Real Madrid y podía meter todos los libros del cole.
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