Para Chus, mi librera de San Juan, que siempre descubrimos libros juntos.
Hasta las narices me hallo de tanto discursito bifaz.
Feminazis y machistorros, comunistas y capitalistas, podemitas y fachitas, madridistas
y culés… La caterva no cambia. ¿Acaso no saben hacer otra cosa que limitar toda
su existencia a un puñado de consignas repetidas hasta la extenuación? ¡Qué
discurso tan empobrecido, por dios! Estaría bien que no fuesen
tan reduccionistas y se dedicaran a leer, a buscar lugares comunes y, sobre
todo, a no soltar sapos y culebras por la boca, que ya empieza a ser muy evidente
eso de “por el interés te quiero Andrés”.
Lo que yo me pregunto (con mucho fervor y devoción) es si todos los que pasan el día despotricando de unas cosas u otras en las redes, tienen
también tiempo para detenerse a contemplar la belleza que les/nos rodea, o si, por el contrario, son incapaces de apreciarla por muy delante de las narices
que se la coloquen. Lo digo porque tengo la ligera sensación de que están tan
ensimismados en su parcela de rumiantes que no viven para otra cosa, algo demasiado peligroso, más todavía cuando los ánimos se empiezan a caldear.
Es evidente que cuando más te relames las comisuras, más
difícil es distanciarte de la película y mirar hacia otro lado. Absortos. Así
nos va... Con el coronavirus (Que extraño es todo, ¿verdad? Se
me antoja (in)verosímil).,, Con lo del día de la mujer y las discrepancias de los
ismos (¡Más madera! ¡Más madera!)... Con la nueva ley de educación y el nuevo código
penal (todo es tan nuevo que suena a vintage)....
Me pongo a pensar en todo esto mientras recuerdo la puesta
de sol desde el muelle de Brighton. Apoyados sobre la barandilla mirábamos el
mar en calma y unos cuantos estorninos volaban cerca. A cada movimiento de la
brisa marina, otros tantos se unían a la bandada. Danzaban cada vez más cerca. Bajaban y subían en su vuelo, viraban de repente su rumbo, como si de
un dulce quiebro entre amantes se tratase. Por un instante me fijé alrededor: ya
no éramos los únicos espectadores boquiabiertos.
La multitud sonreía, nosotros mismos nos mirábamos dichosos. El día se detuvo en ese instante y sólo teníamos ojos para lo que algunos llamaban en inglés “starling murmuration”. Dejamos la mente en blanco y vimos como cientos de aves dibujaban formas caprichosas sobre el cielo, líneas fluidas que se expandían sobre el nublado horizonte. No pensábamos nada más, sólo volábamos con ellos.
La multitud sonreía, nosotros mismos nos mirábamos dichosos. El día se detuvo en ese instante y sólo teníamos ojos para lo que algunos llamaban en inglés “starling murmuration”. Dejamos la mente en blanco y vimos como cientos de aves dibujaban formas caprichosas sobre el cielo, líneas fluidas que se expandían sobre el nublado horizonte. No pensábamos nada más, sólo volábamos con ellos.
Y entonces llega a mi mesa El día de las ballenas. Y siento como la historia sin palabras
ideada por Cornelius, el colectivo de escritores formado por Davide Cali, Guido
Sgardoli, Tommaso Perchivale, Pierdomenico Baccalaro y Davide Morosinotto, e
ilustrada por Tommaso Carozzi tiene mucho que ver con esa destrucción de la
belleza que un día tras otro llevamos a cabo en las redes sociales, en las
aulas, en la barra del bar, o en el banco del parque. No hace falta cortarles las alas a los pájaros, envenenar los océanos o liarse a tiros. También extinguimos la belleza con nuestra palabras.
Un día cualquiera en una metrópolis cualquiera, los cuerpos
de enormes cetáceos tapan la luz del sol, flotan entre los rascacielos. Se
desata el caos, la muchedumbre ve una amenaza en sus lentos movimientos y los
poderosos deciden acabar con ellos.
En pocas páginas, los autores se adentran en nuestro
subconsciente con una fábula que algunos pueden traducir en ecologismo, con una
narración que oscila entre lo inverosímil de Chris Van Allsburg y lo
surrealista de Shaun Tan. Todo ello sin perder de vista un estilo figurativo que siempre
permite descubrir detalles literarios (fíjense en el nombre que aparece en el parte meteorológico), cinematográficos (¿Acaso no ven en esos planos generales y contrapicados la magia del cine?) e incluso museísticos (Si alguna vez van al Museo de Historia Natural de Londres, acuérdense de este libro) que tienen que ver con el pasado y con el futuro en
el que nos podemos ver reflejados.
Eso le decía yo a la librera Chus el otro día cuando me hablaba de
este libro. “¿A que te inspira una pena confusa?" Algo se desgarra por dentro al
mismo tiempo que agita nuestra conciencia. En su lectura, no son las ballenas las que mueren, somos nosotros los que nos consumimos poco a poco.
Muy apropiado para los tiempos que corren aunque sean malos para la lírica o precisamente por eso
ResponderEliminarOtro libro para la lista��
¡Uy, Carmen, te veo en modo Coppini & Cardalda...! Pensemos que los malos tiempos siempre son reemplazados por otros buenos. La especie humana es así. ¡100% recomendado! ¡Un abrazo y cuidate!
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